Veinticinco años después, la ciudad mira con nostalgia a la Exposición Universal de 1992, un evento que volvió a colocar a Sevilla en el mapa del mundo y que desplegó ante los sevillanos el mayor abanico cultural de su historia.
Nunca antes un solo evento había logrado cambiar tanto una ciudad. Posiblemente, desde el Siglo de Oro la ciudad no tenía una transformación tan profunda y un protagonismo universal tan contundente. La Expo del 92, de la que ahora se conmemoran 25 años, se convocó para celebrar el V Centenario del Descubrimiento de América y crear una nueva alianza, especialmente, iberoamericana proyectada desde Sevilla. Sólo sus organizadores saben de lo complejo de aquella operación. A la ciudadanía lo que le llegó, especialmente a los sevillanos, fueron años de obras que luego desembocó en seis meses inolvidables.
Desde apuestas emblemáticas como los nueve puentes sobre el Guadalquivir, el Ave o el aeropuerto a operaciones que cambiaron el casco urbano de la ciudad como la eliminación de la tapia de la calle Torneo y su apertura al río. Aunque, qué duda cabe, la primera transformación fue la creación de un recinto de ensueño en un lugar que era campo y en el que únicamente había un derruido monasterio de la Cartuja.
La incredulidad de los sevillanos se transformó cuando la Exposición fue inaugurada. Se hizo tangible lo que muchos no imaginaban. Una ciudad al otro lado del río convertido en el mayor foco de la cultura mundial. Cada pabellón era un trozo de la historia de aquel país, de su gastronomía, sus bailes, su artesanía… A todos llamó la atención el pabellón de madera que Japón le llevó en cuanto acabó la Expo, las largas colas del pabellón de Canadá, la riqueza patrimonial expuesta en el de España o los trozos del muro de Berlín que sobrecogían en el de Alemania. Los jóvenes iban a intercambiar pines al pabellón del COI (hoy, Antique) y los había que no olvidaban su visita a cada pabellón para estampar el sello de aquel país en el pasaporte que se compraba a la entrada.
La tarde la amenizaba una divertida cabalgata con tintes contemporáneos y las noches eran para el lago. El espectáculo nocturno era, si dudas, uno de los eventos más significativos de la muestra. La Expo proyectaba su espectáculo nocturno sobre abanicos de agua que sorprendían al visitante. Sin dudas, el momento más emotivo era cuando sonaba la música de José Nieto. Con el fondo de una sevillana se proyectaba un coche de caballos deslizándose sobre el agua, un caballista y una pareja bailando.
Los espectáculos del Palenque, los conciertos de la Plaza Sony o el Auditorio de la Cartuja acogiendo espectáculos como “Azabache”, protagonizado por Rocío Jurado, Juanita Reina, Nati Mistral, Imperio Argentina y María Vidal, fueron otros de los grandes atractivos.
Unido a ello, una intensa actividad cultural por toda la ciudad fue desde las grandes apuestas del Teatro de la Maestranza a la celebración de la Exposición sacra “Los Esplendores”, con sede en la Catedral, Salvador y Convento de San Juan de Dios. El Sábado Santo la ciudad tuvo un Santo Entierro Magno bajo el argumento del V centenario de la evangelización de América.