23 Mar, 2016 | Blog

“ Hoy hay muchos  ‘Montpensier’ que usan las hermandades como medio de promoción social”

¿Quiénes fueron los Duques de Montpensier?

Antonio María de Orleans (1824-1890) era el quinto hijo de Luis Felipe de Orleans y Borbón, rey de Francia; en 1846 se casó con María Luisa Fernanda de Borbón, hija de Fernando VII y hermana de la reina española, Isabel II que, curiosamente, también se casó el mismo día con su primo, Francisco de Asís.

¿Se puede entender la Semana Santa del XIX sin ellos?

Se ha incidido mucho en la cuestión de su influencia en el renacer romántico de la Semana Santa y hay que hacer alguna matización. Cuando ambos establecen en Sevilla la que sería una corte paralela (durante años, el Duque no ocultó sus deseos de llegar al trono y conspiró para ello), las cofradías ya comenzaban a renacer. Era el momento propicio para que se unieran a un poder en la sombra, el establecido en el palacio de San Telmo.

 ¿En qué hubiera cambiado la historia si no hubieran establecido en Sevilla su pequeña corte?

Es difícil imaginarlo. Los Duques llegan a Sevilla tras la revolución que expulsa a los Orleans del trono francés en enero de 1848. Por entonces la ciudad se reinventaba a sí misma: en 1847 se había celebrado la primera Feria de Abril (por entonces una feria de ganado en el Prado de San Sebastián que buscaba la reactivación económica) y algunas hermandades, caso de la Esperanza de Triana en 1844, ya se había reorganizado tras largas décadas de postración que se arrastraban desde la invasión francesa, las revueltas liberales y las políticas desamortizadoras de la década de 1830. Obviamente, su llegada supuso la apertura a un nuevo centro de poder y la entrada de nuevas estéticas provenientes de Francia y de un nuevo concepto de ambición y de gestión política

¿Fueron los promotores del Santo Entierro Magno?

Efectivamente, en 1850 y en 1854 promovieron la realización de un magno cortejo en el que se incluyeran diferentes pasos de misterio con un sentido cronológico de las diferentes escenas de la Pasión, además de los pasos de la hermandad del Santo Entierro. En cierto modo, no es más que el deseo de condensar la Semana Santa en un solo cortejo, una idea habitual en el forastero que no entiende los anacronismo temporales y espaciales de la ciudad, una idea que fue rápidamente aceptada por los poderes políticos de la ciudad, especialmente el Ayuntamiento, que empezaba a ver las posibilidades reales de la Semana Santa y del turismo en torno a ella como motores económicos de una ciudad que no acababa de despegar en el aspecto industrial y que iba creando su imagen volcada en sus fiestas primaverales como atracción turística.

 Ella más piadosa que él, ¿no?

 Sin duda alguna. Ella estaba criada en un ambiente religioso y eran frecuentes su asistencia a cultos y sus donativos a obras piadosas y a hermandades. Él siempre tuvo un sentido práctico de la vida, de gran gestor que chocó con la mentalidad rentista de una ciudad que no entendía a aquel caballero de trabajados bigotes que preguntaba el precio de todo o que hacía negocio de cualquier aspecto de su vida. El hecho de que comerciara con las naranjas del Palacio de San Telmo hizo que lo apodaran con el título de  “Rey Naranjero”, eterno aspirante al trono de la nación que no dudó en financiar la Revolución de 1868 que acabó desterrando a su cuñada Isabel II, aunque errores de cálculo posteriores y su participación en un fatídico duelo en el que mata a un Borbón, dieron al traste con sus aspiraciones. La ciudad, como suele ocurrir, se tomó la cuestión a burla, recogida en una famosa coplilla que le dedicaron: “Yo soy el Rey Naranjero / de las huertas de Sevilla / quise atrapar un sillón / y me quedé sin silla”.

¿Usaron a las hermandades o las hermandades las usaron a ellos?

 Hubo un juego de intereses recíprocos. Las hermandades buscaron en ellos el poder y no dudaron en ofrecerles todo tipo de honores y en rogarles encarecidamente que se hicieran hermanos. Evidentemente, los duques usaron a las hermandades como medio de ascensión y promoción social, muy especialmente el Duque. Y es que el listado de hermandades a las que pertenecieron es realmente significativo: 1848 la Carretería, 1849 Gran Poder y Pasión, 1850 San Isidoro, 1851 Montserrat y la Quinta Angustia, 1853 la hermandad de la O, en los años 60 la hermandad de Montesión… Y no sólo eso, el Corpus también contó con su presencia y desde 1851 hasta 1868 apenas faltaron a la romería de la Virgen del Rocío, portando varas como hermanos mayores honorarios desde 1853

¿Qué hermandad salió más beneficiada de su “patrocinio”?

 Es difícil elegir una. Sabemos que la duquesa donó un manto bordado a la hermandad de la O, siendo importantes las donaciones de plata o los encargos artísticos que realizaron para la hermandad de Montserrat. También fueron notables las donaciones de plata a la hermandad del Rocío de Almonte. Si analizamos las hermandades a las que pertenecieron vemos que son hermandades tradicionales, relacionadas con los sectores más influyentes de la ciudad y alejadas de barrios más populares. Quizás su mejor aportación fue la llegada de una estética romántica influenciada por las nuevas corrientes que venían de Francia.

¿Sevilla necesita más Montpensier?

Sí y no. En realidad existen muchos Montpensier que siguen usando las hermandades como medio de promoción social para ascender en otros ámbitos. Nada nuevo bajo el Sol… Algunos cronistas de la época soñaron con el Duque como el rey que España necesitaba. Quizás su control del dinero, su capacidad de gestión y su ambición por el progreso si que serían muy necesarias en muchos sectores de la ciudad.

 

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