Desde este destierro en mi tierra, escribo estas letras para desahogar este no sé qué raro que siento en mis adentros, desde esta alma mía que ansía momentos que este año no llegarán, que volverán, sí, otros, pero los de este año no.
Que sí, que lo sé, que no me queda más remedio que entenderlo y asimilarlo, pero que yo tengo mucha pena y quiero contarla.
Claro que voy a intentar aferrarme a esa Semana Santa que seguirá existiendo, tengo claro que se van a cumplir dos mil veinte años de la Pasión y Muerte del Señor y sobre todo de su Resurrección, la que nos seguirá salvando, no tengo ninguna duda de mi fe, pero tengo pena porque soy de aquí y no voy a renegar de ello, por eso no me da vergüenza contarlo.
Añoro y me reconforta un Cristo sobre un calvario de claveles y una Virgen bajo palio, y que huela a incienso, y que tintineen los flecos de las bambalinas, y que los adoquines de las calles de mi barrio, o del tuyo, sueñen caricias de alpargatas.
Escribo en primera persona aunque podría hacerlo en plural porque creo que este sentimiento mío de las ausencias de este año será también de otros; bueno, ahí lo tenéis, aunque lo firme yo.
Tengo la sensación de que se me escapan la cuaresma y la primavera, pues aunque ellas están, como la vida, se pierden si no se viven; igual que los besos no son nada si no se dan.
Están presumiendo como siempre en este tiempo las copas de los naranjos pero de nada sirve un aroma si no podemos olerlo: los niños este año no estrenarán ilusiones de palmas bajando la rampa, ni conoceremos las palabras nuevas que las gubias de los imagineros escribieron sobre las maderas ni los poemas de buriles rimando orfebrerías; mudos los llamadores, los nombres de los que vinieron a pedir trabajo no rellenarán los huecos vacíos que habían quedado en los cuadrantes; nuevos los pabilos, no morirán chorreando amor las candelerías que este año no han nacido; vacíos los antifaces, desnudos los capirotes; no se afinarán cornetas ni se templarán tambores; la flecha de la saeta que traspasa corazones no saldrá de la garganta del cantaor ni sus manos asirán las rejas de los balcones; los campos y los viveros tienen confinadas sus flores, como nosotros en casa, porque este año no pueden abrazar jarras ni canastillas; quietos en sus acericos los alfileres de los vestidores igual que los aparejos de priostía.
Por todo esto tengo pena y he querido contarla como también quiero contar algo que sí he vivido y que nunca olvidaré…. Tengo húmeda el alma de la resaca de Dios, resaca de espuma morena de Salud que la tarde noche del lunes de vía crucis el Señor hizo que rebosara por Sevilla, resaca con encajes de mantilla de blonda para aliviar nuestras Angustias, almíbar de Dios vestido de Majestad, historia y Salud que desbordó San Nicolás mientras orábamos a las puertas desde la plaza que lleva su nombre.
Allí pedí Salud como siempre y ahora mas que nunca:
Salud hermanos, siempre Salud.
Textos: José Miguel Gallardo
Capataz