Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
Un pelícano abriéndose el pecho para alimentar a sus crías con su sangre a los pies de la Cruz es como se representa el amor, en El Salvador, en Sevilla. Sucede que hay veces que vivimos muertos, sumergidos en la banalidad con la que nos deslizamos en nuestro día a día pero es precisamente el amor lo que nos hace resucitar de ese hastío vital, nos hace revivir, volvernos a la vida. ¿Qué sería la vida sin amor? Pues sencillamente no sería vida. Este año se celebra con júbilo los cuatrocientos años de la fusión de la Hermandad del Amor con la Borriquita y se me antoja deliciosa la excusa para centrar la mirada en el amor. El amor más grande conocido viene de la mano del “Loco” de Nazaret, hijo del carpintero y de María, que es precisamente la más bella historia de amor concentrada en una sola mujer. El amor del Padre a quien todo le debemos desde antes de nuestra propia existencia nos debería servir, excusados con la efeméride, para luchar por tenerlo presente en la vida. El hombre que atesora el amor en su vida nunca será finalmente vencido, pese a las derrotas, porque los héroes pueden morir y ser escarnecidos y derrotados muchas veces. Lo que nunca mueren son los principios que hacen hombre al hombre y dignifican la condición humana como es el amor. Es imposible pasar por esta vida sin palpar, sin sentir, sin padecer, sucumbir a su paso, sin disfrutar del amor en tantas facetas de su paleta de colores. El amor es la fuerza que nos hace levantarnos y abrirnos el pecho como el pelícano para tirarnos sin temor, sin lugar para la duda, en busca de la felicidad que no es una meta sino un camino. El amor es una ensoñación que nos lleva con anhelo a perseguir unos objetivos como una gasolina para el alma que nos eleva el espíritu y nos convierte en guerreros en esta batalla que es la propia vida. Luche por amor con amor, pero no aniquile este sentimiento que nos presenta lo más nobles carismas del ser humano. Guiados por la razón nos empeñamos a veces en neutralizarlo, borrarlo y ese derrotero acaba conduciendo a la pérdida de la ilusión que es el amor como llama de nuestra vida. Todos sabemos querer pero pocos saben amar. Al amor con amor. El amor con amor se paga y se cobra aunque el amor es síntoma de generosidad más que de negocio. El amor es el pulmón de nuestros pasos y la chispa de la vida. He vivido el amor como triunfo, con esa euforia atípica que embriaga cada rincón de nuestro interior. He vivido el amor como una locura consentida a pecho descubierto, donde todo pasa a un segundo plano. Pero debo decirle que también me tocó perder. Me tocó alejarme cuando no quise hacerlo. De personas, de proyectos, de sueños. El amor no siempre concluye con el sabor dulce de película americana. No por ello renuncié a ninguna de las ocasiones en las que el amor ha llegado a mi vida, algunas veces para quedarse para siempre, otras para invitarme a despertar de la zona de confort, aburridamente confortable, donde estaba instalado. Doy gracias a Dios por haberme regalado el don del amor todas esas ocasiones, porque tras el amor y de su mano llegaron bagajes, aprendizaje, mensajes, crecimiento, fortaleza. El amor siempre llenó y llena mi corazón de esa chispa que focaliza un suspiro y que alimenta la alegría de vivir, la razón de existir. Dios nos señala con el don del amor, porque es su máximo representante, para hacernos estar en el camino de la vida satisfechos, plenos, completos, rematados. Cuatrocientos años de amor es la excusa para darle una nueva oportunidad a la vida. Recibámosle con los brazos abiertos una vez más como si fuera la primera. No aniquilemos nuestros sentimientos camuflados, catapultados, extinguidos bajo el miedo, los convencionalismos, el temor, el prejuicio, la incertidumbre. Tírese por amor de Dios a la piscina y pregone el amor desde todo lo alto, porque el amor es lo único que cuanto más se regala, se ofrece, se da, más se consigue. El amor no es un sentimiento que tenga que ver con la economía, sino más bien con el derroche, el exceso. Seamos excesivos. El amor tiene que ser el eje vertebral de nuestra vida. Dios nos lo da y nosotros lo gestionamos. Esta carta en los días del gozo de los sevillanos, en el umbral de la Semana por excelencia que bien podría llamarse del amor, sale como una invitación a abrirle las puertas de nuestra vida. Dejémosle pasar hasta el fondo de nuestro espíritu. Démosle la mano de nuestra vida para que nos acompañe hasta el último de nuestros suspiros. Esta efeméride de la Hermandad del Amor en su Semana será el motivo y el pistoletazo de salida de una nueva vida empapada, encharcada, repleta de amor. Será el principal motor de nuestros pensamientos, para nuestros logros. Felicidades a la Hermandad del Amor por estos cuatro siglos apelando a la vida, a la verdad, al amor en definitiva que es la esencia exprimida de la palabra de Dios. Dios, al fin y al cabo, no es otra cosa sino amor.