Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
Dicen que en la valentía del dolor surge la esperanza. Vivimos tremendamente comunicados, en cambio nos cuesta sentir el sufrimiento de quienes se cruzan por nuestro lado en el tiovivo de la vida. Mi vida estalla por las venas radiante con ganas de comerse el mundo, sin comerse a nadie. Siento en mi interior una fuerza insaciable de hacer, de crear, de avanzar y quizás mi gran pecado sea vivir instalado en el “mí/me/yo/conmigo”, ajeno al dolor del que sufre, del que tengo a mi lado en la barra del bar, en el trabajo, en mi grupo de amigos o en mi propia familia. Si por un segundo nos parásemos aunque sea para verlas venir, analizar y continuar nuestro camino encontraríamos en el de enfrente todo lo mucho que nos une y en la empatía alcanzaríamos la paz para convivir en el perdón, perdonándonos seres tan dispares a dos palmos de distancia. Ponernos en el lugar del de enfrente quizás nos haga olvidar nuestro ombligo y haríamos de nuestra forma de convivir un gran libro de estilo de vida. Dijo el Hombre más importante de todos los tiempos que el que estuviese libre de pecados osara a tirar la primera piedra, cuando pretendían acabar con una María Magdalena demonizada, tan frágil y tan humana como el primero de sus justicieros espontáneos que saltaron al ruedo público de aquella hipócrita plaza para brearla a pedradas. Soltemos las piedras y sembremos el perdón con los demás, empezando por perdonarnos a nosotros mismos por ser tan poca cosa y por tenernos sin embargo en tan alto valor, porque aunque nuestra vida sea importantísima y una sola no sería nada o menos que nada si no la empleamos en hacernos feliz y hacer feliz y mejor al mundo. Pasemos de ser trovadores huecos a activistas de la felicidad y el perdón. Cuando salgamos a la calle hoy, sí, hoy ya, usemos otro prisma y hagamos el ejercicio en silencio de pensar en la vida del que tengamos delante. Todos nacimos como niños queridos, rechonchos, risueños, inocentes y de aquellos niños hasta ahora la vida nos ha ido forjando una actitud, ya que no olvidemos que somos hijos de las circunstancias. No todo el mundo lleva una vida de película. Es más, nadie la lleva. Cuando acabemos el último de nuestros días tenemos que mirar hacia atrás y encontrarnos un camino iniciado por nosotros mismos, libre de piedras y chinos en los zapatos y que haya servido para hacer de esa senda un camino confortable, fácil de recorrer para nuestros coetáneos, haciéndoles esta vereda que es la vida algo más liviana. Muchas veces me siento en un velador con una cerveza y observo a quienes vienen y van con muchísima prisa de un lado hacia otro. Escucho sus conversaciones y entonces caigo en la cuenta de que estamos más cerca unos de otros de lo que los estereotipos y prejuicios nos hacen creer superficialmente. Abanderemos el perdón como camino hacia la felicidad. Llenemos de buenas energías cada atasco, cada cola del supermercado o del banco, cada subida y bajada del ascensor y veamos al de enfrente como un hermano, como un amigo, al menos como lo que es: un igual. Sólo desde el egocentrismo de sentir al de al lado semejante a nosotros, con lo que nos queremos y estimamos, podremos verle con el mismo celo y cuido que nos vemos a nosotros mismos. Llegan días de descanso en menos que lo que canta un gallo. Hagamos de este verano que se adentra en nuestros planes un verano distinto, diferente. Hagamos de este tiempo estival un sueño de una noche de verano y que ese verano sea tan duradero como la propia vida. Hagamos de este tiempo un renacimiento en nuestra existencia. Dejemos que la luz que manda el Sol, reinando en todo lo alto, llegue a cada rincón de nuestro interior, desechando la oscuridad de pensamiento y de espíritu. Seamos luz y perdón. Seamos felices porque la vida es una gran fiesta también para nosotros aun sin ser todo lo que los demás quisieran que fuésemos. Perdonemos sin consuelo hasta que la humildad y la comprensión empapen cada rincón de nuestra alma. Si vivimos aun sin saber realmente para qué vivimos cómo poder ser tan osados como para no perdonar empezando por perdonarnos a nosotros mismos.