Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
Mi madre dice que mi abuela Concha era una mujer alegre como el pueblo que la parió, Sanlúcar de Barrameda. Era generosa y a todos les daba confianza. Era a quien acudían todos buscando consuelo y solución a sus problemas. Ella tenía para todos una sonrisa, un consejo y la cafetera puesta para compartir un cafelito. Mi madre como mis tíos gracias a ella tuvieron una niñez muy feliz. No necesitaban mucho para serlo tampoco aunque lo tenían todo. Respiraban una educación impecable, unos modos cada vez más extintos, una nobleza personal de quitarse el sombrero y un amor que rebosaba por los poros de la piel. Se paseaba en estos días de Navidad por su casa por las mañanas con una botella de aguardiente y ayudándose de una cuchara se acompañaba cantando villancicos. A mis tíos les dejaba mojarse los labios con una palomita los días de Navidad. Algo de anís con agua fría y muchos dulces porque eran días grandes. Mi abuela Concha era al fin y al cabo una madre. Escribo estas líneas con sabor a madre y escuchando a la mía que ha venido hoy a verme, porque ayer mismo subió a Su camarín la mía del Cielo, la Virgen de la Esperanza. Ella, como mi abuela pero a lo grande, es la que me llena de alegría, generosa… María dio Su vida por Su Hijo y nos espera en la Basílica siempre para hacernos depositar en ella todos nuestras tribulaciones, sin condiciones, todos nuestros pesares. Es la que me da confianza cuando la adversidad, los enemigos y los problemas acechan y atacan a mi templanza tan necesaria para vivir en esta jungla que tenemos montada los hombres. Su nombre es Esperanza y así entiendo la Navidad. Es ese momento en el que todos hacemos examen de conciencia para abordar un nuevo año con nuevas armas, nuevas herramientas, nuevas ilusiones, nuevos métodos, nuevas metas, nuevas esperanzas… Parece que está escampando y, mire usted, ya iba siendo hora para qué decirle lo contrario. Así que dejemos a un lado lo que podamos las estadísticas y las previsiones y vivamos una Navidad de convivencia con nuestros seres queridos y sobre todo con un renacimiento interior con el que busquemos un nuevo año con aires nuevos para proyectar y ejecutar desde nuestro interior al mundo. Nace el Mejor de los nacidos con un mensaje ensordecedor: No ha perdido la esperanza en el Hombre. Después de todo, el perdón del Altísimo sigue siendo mayor que nuestras faltas y el Señor con el envío de su Hijo nos dice que es el momento del punto y aparte. Vivamos un renacimiento cargado de esperanza con una humanidad imperfecta pero salvable y eso lo podemos hacer desde lo pequeño a lo grande. Esforcémonos por hacer un mundo bonito para vivirlo y bebérnoslo. Demos los buenos días por la mañana y las buenas tardes por la tarde. Demos las gracias al taxista, al camarero, al de la ventanilla del banco y a nuestro vecino. Pidamos perdón cuando pisemos el suelo mojado en el portal o en el bar. Pidamos perdón si nos tropezamos en el autobús o en la cola de la caja del supermercado. Es gratis además. Sonriamos y hurguemos en nuestras agendas más a menudo para llamar a quienes nos quieren y queremos y digámoselo. No lo pensemos, hagamos algo con esos sentimientos. No se los quede para usted. Ayudemos lo que podamos y empecemos por nosotros mismos, ya que considero que la Caridad empieza por uno mismo. Mímese para poder mimar a los que trata. Ocúpese de todas sus responsabilidades pero no se preocupe. Ocúpese mejor. Rece si es creyente, reflexione a secas si no lo es, pero párese. Eso es una tarea más a la que deberíamos dedicarle más tiempo, a pararnos. Hay que pararse más. La Virgen de la Esperanza ha bajado estos días en cinta para darnos lo máximo que puede darnos una madre, a Su propio Hijo. Recibámoslo recién bañados, acicalados, perfumados, con nuestra mejor sonrisa, con los brazos abiertos, y dispuestos a honrarlo con nuestras palabras y sobre todo con nuestros actos. Hagamos de este mundo un lugar maravilloso aunque imperfecto donde vivir, viviendo dejando vivir, haciéndonos la vida fácil que es un suspiro por lo pronto que pasa o pasamos por ella. Por mi parte quiero darles las gracias a tantísimos que después de noventa y cinco ediciones nos siguen recibiendo con agrado. Por esa confianza y por tantos bailes que nos quedan por ir juntos del brazo levanto esta copa de papel y brindo. Quiero brindar por la Esperanza que no es lo último que se pierde, sino lo primero en nuestra vida. Brindo por usted que es nuestra razón de ser y, como siempre, brindo por la vida.