Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
Si el mes pasado mi carta era una “Declaración Anti Corcho”, porque no se puede flotar en todas las aguas, la de este mes es una Declaración Monárquica básicamente con refrito variado de ideas. Los de mi generación nacimos después de llover y escampar demasiadas veces y de las más variadas maneras, mareas y colores. Si echamos la vista atrás, valiéndonos de los papeles, no es muy descabellado afirmar que el Reinado de Don Juan Carlos I ha sido el periodo de mayor estabilidad y unidad de la historia de España. El Rey campechano, el Rey del deporte, entendido este como la unidad de la sociedad en los valores del sacrificio y del triunfo soportado por el esfuerzo. A su septuagenaria espalda carga más de cien países visitados, logro que le hizo merecedor del título nobiliario dado por el Pueblo como “Mejor Embajador de España”. Hermanado con el complejo mundo de los países de Oriente, como inmejorable unificador de posturas, resaltador de lo que une sobre lo que diferencia, Don Juan Carlos ha sido en estas casi cuatro décadas el Monarca de todos los españoles, dentro y fuera de nuestras fronteras, incluso de los que no creen en la Institución de la Monarquía. Que manda Borbones el asunto… De ahí su grandeza personal. Los que hemos nacido después de tronar y ventear no podemos más que estarle agradecido por liderar una etapa de crecimiento y de serenidad, pese a las marejadas de la era de las libertades y los individualismos tan contra natura en este mundo globalizado. Los que nacimos bajo su Reinado hemos tenido por obvias libertades y derechos en otros tiempos no tan lejanos impensables. El Rey de la Transición culmina ésta precisamente con la abdicación en su hijo, el mejor preparado de los Reyes de España hasta el momento, según dicen los historiadores. Con este paso, recogido sin atajos como algunos quieren dar a entender y perfectamente reglamentado desde 1978 en nuestra Carta Magna, el Rey culmina un servicio a España como el primero de los españoles, anteponiendo durante toda su vida los intereses de nuestra nación a los suyos propios. Incluso, cuando eso pasaba por vivir lejos de su propia familia en tiempos convulsos y de exilios, impregnado por unos valores y unos principios legados desde la cuna y la sangre. Don Juan Carlos de Borbón baja el ritmo, dejando la Jefatura del Estado, pero no se separa de su deber vital al servicio de España. Hoy es el mejor Consejero como ningún otro podrá tener el nuevo Rey Felipe VI jamás. Una vida curtida en los valores, los sacrificios, tiempos de cambios y adaptación la del Rey Don Juan Carlos avalan la fuente en la que ha de beber Felipe VI. Un Rey, Don Felipe, que en su primer discurso deja claro su compromiso por legitimarse con sus hechos. Inolvidable su declaración el día de la proclamación, parafraseando a Cervantes en boca de Don Quijote de la Mancha: “Un hombre no es más que otro si no hace más que otro”. Una actitud honesta a quien le toca lidiar como árbitro entre unos molinos de viento espinosos a los que nuestra patria se enfrenta en la actualidad. El resto será parte del juego de los políticos elegidos por el Pueblo Soberano. “En esta España unida y diversa cabemos todos”, dijo para quien le aplaudió y para quienes de una forma poco elegante aguantaron inmóviles el chaparrón estruendoso del aplauso cerrado del Congreso. Heredamos un Rey constitucional, en el que los valores tienen que primar su actitud pública. Recibimos a un Monarca respetuoso y consciente de la labor de sus padres. Don Juan Carlos seguirá siendo Rey, aunque en un segundo plano y, con toda seguridad, será el mejor apoyo de Don Felipe en las grandes decisiones. Doña Letizia es la esposa del Rey y punto y no me cabe la menor duda, pues la eligió él y sólo él, de que será una buena compañera de viaje cuando ruede más en esas alturas institucionales como ha hecho hasta ahora como Princesa de Asturias, de forma impecable. Eso sí, me hubiese gustado haberla visto el día de la proclamación más enjoyada, que para eso el Patrimonio del Estado conserva piezas únicas y de nuestra historia y que en pocas ocasiones más idóneas que el día de la proclamación de los nuevos Reyes de España podrían ser lucidas con todo derecho y con todas las de la ley. No me gusta que éstas sólo se dejen para las bodas de fuera. Pero en esa línea de la incomprendida austeridad políticamente correcta y aparente deberían mirárselo los políticos andaluces de todos los signos, ya que no pasa por ahí arriba, con esa manía de no vestir de smoking en citas en las que la etiqueta lo exige y participando de ellas como un invitado más. Incumplen el protocolo con la excusa vacía de “los tiempos que vivimos”. Como si el vino o el canapé que se llevan a la boca y la ambientación que disfrutan fuese distinta a los que se enfundan a medio metro un smoking. Don Felipe y Doña Letizia son lo mejor que nos puede pasar a los españoles en estos momentos y llegan representando un aire fresco a la Institución que más estabilidad ha aportado a nuestra historia común. Es muchísimo más lo que me motiva a apoyarles que a no hacerlo, por la unidad de España y por su bien. Era el momento y Don Juan Carlos lo ha visto como veterano de guerra. Tan importante y difícil eso de medir los tiempos en todas las facetas de la vida. No pocos son los frentes para esta Corona joven, capitaneada por los hijos de la Transición, ya no por sus actores. Momento del relevo generacional que a su vez como decía era el último paso de la Transición dibujada por el Rey del Pueblo. El Rey Don Juan Carlos pasará a la Historia como una de las figuras más importantes, claves y enriquecedoras en siglos de tradición monárquica en nuestra nación. Gracias Señor. ¡Viva Juan Carlos I! ¡Viva Felipe VI! ¡Viva España!