Sevilla era ebullición hace cien años. La ciudad, que ya ponía sus vistas en la Exposición Iberoamericana de 1929, mascaba la belleza del regionalismo floreciente y apabullador de Talavera, Espiau o Aníbal González; las mujeres vestían el caracolillo en la frente cuando la primavera traía consigo una Feria que se asentaba paso a paso tras tres cuartos de siglo de existencia. El Prado era el centro de la ciudad cuando una urbe con aroma a pueblo se trasladaba a este lugar a extramuros. Casetas de madera decoradas con colores vivos y hombres con traje cruzado y puro en boca. Sombrero sevillano de copa alta y trajes de gitana arcaizantes y voluminosos que ya pintara Gustavo Bacarisas o Rico Cejudo en sus cuadros costumbristas. La ciudad ya superaba los 200.000 habitantes y Sevilla esperaba la visita de los Reyes. Suena Albéniz como música de risas y castañuelas. De eso, solo, hace cien años.
Un año antes la Feria vive una remodelación estética importante: se regula y unifica el aspecto de las casetas según el boceto de Gustavo Bacarisas que ha llegado hasta nuestros días. La Feria empieza a parecerse a la actualidad, aunque no será hasta 1983 cuando la orna-mentación y el funcionamiento se regule por Ordenanza Munici-pal. Atrás quedó la base original de este evento: la compra y venta de ganado. La diversión y el color ganaron la partida. La demolición de la Pasarela Sirvió como portada durante veinticinco años y se convirtió en símbolo hasta su demolición, pre- cisamente hace cien años. Sería la última celebración en la que se repetiría el modelo de entrada a la Feria de Abril. La Pasarela otorgaba una de las imágenes más tradiciona- les y fotografiada de entonces, algo que sigue siendo común en nuestros días y que se afianzó en 1949 cuando comenzó el proyecto municipal de portadas rotato-rias. Aquella estructura metálica peatonal que unía la calle San Fernando con el Prado de San Sebastián pudo sentar un impor- tante precedente. Construida por Dionisio Pérez Tobía en 1896 vivió su última Feria en 1920 y fue demolida en 1921 para ser vendida al peso de sus 81.297 kilos, como recogen las crónicas de entonces, por 45.738 pesetas. Desde ese año, se instalarán estructuras efí- meras hasta la construcción de la Plaza de Don Juan de Austria y su fuente de las Cuatro Estacio- nes de Delgado Brackenbury para la Exposición Iberoamericana de 1929. Hoy, es una de las entradas principales al casco histórico por la calle San Fernando. Quizás, por aquella Pasarela pasaron el Rey Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg que quisieron acudir a aquella Feria que tanto empezaba a llamar la atención de los foráneos. En 1920, la viuda de Napoleón III, emperatiz consorte de Francia y embajadora de las costumbres españolas en el país galo, María Eugenia Ignacia Agustina de Palafox Portocarrero y Kirkpatrick (Eugenia de Montijo) también acudió a esa Feria, siendo uno de sus últimas apariciones públicas ya que falleció el 11 de julio, tres meses después, a los 94 años de edad. La Feria, señuelo para el turismo Como contexto audiovisual de la época, apenas se conservan fotografías y material gráfico del año en cuestión pero sí un vídeo que alcanza un alto valor arqueo- lógico. Publicado por “The Travel Film Archive”, se trata de un documental mudo grabado en 1920 que recoge estampas y accio-nes que sirven como ejemplo de la celebración de entonces, así como relata la aparición de la Reina española en aquella Feria.
Bajo el título «Seville in Fair Time», la Reina Victoria vestida de mantilla es protagonista de este cortometraje donde la moda, el estilismo y la forma de bailar sevillanas refleja diferencias con el formato actual. Esta ventana, que se asoma cien años atrás, plantea a la mantilla como modelo aún claro de uso en esta celebración, hecho que solo se ha mantenido en la estética del concurso de carruajes que celebra el Real Club de Enganches de Andalucía en la Real Maestranza de Caballería en el arranque de la Feria. También ofrece una vista de la estética y el son marcado por las castañuelas, que ya eran fundamentales para dar ritmo a aquellos bailes que solo se hacían -al menos ante aquellas cámaras- entre mujeres y enseña a las casetas –en el documental las llama “casillas”- como elementos repletos de riqueza estética paralela al regionalismo imperante.
La Reina llegó el primer día de una Feria que desde 1914 ya duraba cinco jornadas. Vino a Sevilla acompañada de las Infantas y los duques de Carisbrooke, hermanos de la soberana. En paralelo a los Reyes, también acudió a Sevilla el yate «Electra» con un tripulante de excepción: el inventor de la telegrafía sin hilo y cocreador de la radio: Guillermo Marconi.
Fue la primera Feria con una caseta “popular”, lo que hoy llamaríamos como pública y, en paralelo a la celebración, el país vivía una huelga de ferroviarios. Todo ello en una fiesta que comenzaba a abrazar el turismo de los foráneos que llegaban a Sevilla llamados por el color y la ensoñación de este evento que aún sigue cautivando a propios y a extraños por su belleza.
La última Feria de Joselito El Gallo
Pero 1920 estuvo marcado por un hecho. Sevilla y su Feria vivirían las últimas faenas en Sevilla del “Rey de los Toreros”, José Gómez Ortega o, como es cono-cido para la historia: “Joselito El Gallo”. El 16 de mayo de aquel año perdió la vida ante el toro “Bailaor” en la plaza de toros de Talavera de la Reina. Antes y, como relata el perio-dista taurino Álvaro Rodríguez del Moral, tras pasar por Murcia y Játiva, «una semana después le esperaba la Feria de Abril de Sevilla, desdoblada por última vez en los dos escenarios de la clásica Maestranza y la fla-mante Monumental, que estaba a punto de cerrar su cortísima vida activa». Inaugurada por impulso de este torero en 1918; en 1919 llegó a haber dos temporadas paralelas con dos empresas dis-tintas operando en cada coso: La Monumental y La Maestranza. Pero los vericuetos de la política taurina habían colocado a ambos escenarios bajo la misma batuta empresarial en 1920. Una Feria con dos plazas de toros ofreciendo festejos al unísono. Del Moral relata que Gallito «abrió fuego en la Maestranza, estoqueando un encierro de Tamarón con los hermanos Bel-monte el día 19 de abril para pasar a la Monumental el día 21 junto a Manolo Belmonte y su cuñado Ignacio. Pero la fecha del 22 tuvo una significación especial. José coincidió por fin con Belmonte en la Monumental alternando con Chicuelo. Repetirían al día siguiente delante de la Reina de España que también se subiría al Palco Real de la Real Maes-tranza para asistir a la última tarde que compartieron ambos ases en Sevilla. Fue el 28 de abril, mano a mano, y con los toros de Guadalest. Sólo les quedaban seis paseíllos juntos…», relata del Moral en El Correo de Andalucía. Después pasó por la Feria de Jerez cerrando así aquel mes de abril. Viajó posteriormente a Bilbao. El día 5 toreo en Madrid, el 6 triunfó en Barcelona, el 9 y 10 en Écija, el 13 en Valencia y el 16, ya conocemos la historia.
Texto: Javier Comas