Desde hace más de tres lustros, Lola Bustillo ha rescatado desde Sanlúcar de Barrameda a más de quinientos galgos que han vuelto a tener una segunda oportunidad tras la desazón humana de una raza hecha para el aire y el viento. Su fundación Galgos & Friends, de la que es alma mater, es un emblema nacional de la recuperación de estos perros que viven un pasado difícil y que, con el amor de una nueva casa, vuelven a encontrar la felicidad. Escaparate ha reunido a un gran número de ellos que hoy corren por la playa de Bajo Guía con la felicidad del aroma de Doñana y la libertad de un hogar digno para esta raza de postín.
Ita, Micaela y Bruno pasean de la mano de su dueña María del Mar, la hermosa Lette no deja un rato a su “madre” Keta. Romero y Manuela vienen con Astrid, mientras que Kenia y Pastora han hecho una familia con Gerardo, Laura y su pequeña. Davinia, la tesorera de esta fundación, cuida de Paco y Tena, mientras que Blanca ha revivido a Viernes y mantiene aún en acogida a Roma. Todo hasta llegar a Lola Bustillo, el emblema de todo este sueño para ella que es el cuidado de los galgos y que ahora intenta recuperar a Boss y Goyo.
Mientras, pasean y corren por la playa con sus dueños mientras Lola ofrece las claves del trabajo que Galgos & Friends viene haciendo desde hace dieciséis años. Personalizado en estos perros, habla de los grandes problemas que se encuentra con ellos. “Manuela había estado atada a la rueda de un tractor y nos la encontramos deshidratada y quemada. Siempre fue muy buena, nunca tuvo miedo”. Así, “Romero vino con una pata rota, con muchísimo miedo, mientras que Tena y Paco llegaron de bebés con la pata rota”. Por su parte, “Kenia llegó con un problema congénito en la pata delantera y unos fantásticos adoptantes la han sabido llevarla a una vida genial. Mientras, a Lette lo sacamos de la perrera porque lo iban a matar. Me avisaron y saqué tres más”, recuerda Lola. También, “Viernes viene de un pueblo de Sevilla y me llamaron directamente desde el veterinario porque lo llevaron allí con toda la espalda sin pelo, se le veían hasta los tendones. Le hicieron las primeras curas en Sevilla y luego me lo traje para aquí, donde se fue curando hasta el día”, argumenta Lola. Recuerda también que a Roma “nos llevamos cinco meses para cogerla. Iba de punta a punta del pueblo hasta que conseguimos alcanzarla. Se fue a una casa de acogida hasta que se les escapó el 20 de mayo y también echamos un día fatal hasta cogerla. Ahora está con ellos de acogida”. Todo ello mientras cuida con sus manos a dos hermosos galgos. “El último en llegar ha sido Boss, aún tiene mucho miedo y viene de los alrededores de las Tres Mil Viviendas. Venía todo lleno de bocados y sigue con muchísimo miedo”. Mientras, “a Goyo se lo encontraron en la carretera entre Sevilla y Lebrija. Me llamaron y les dije que lo echaran de la carretera. En cuanto abrieron el coche, él mismo se metió. Ya lleva conmigo seis meses”.
Estos son algunos de los casos personales de unos animales que cuida con el tesón de unos hijos. La belleza hecha animal que tras el dolor físico “tienen una difícil recuperación psicológica”. La presidenta de esta fundación recuerda los orígenes de estos animales que “suelen vivir en búnkeres de cincuenta galgos hacinados donde todos se pelean por su comida y por sobrevivir. Cuando los abandonan, no saben lo que es una persona. La mayoría tiene mucho miedo a la voz y al sonido de botas”. Todo ello contrasta con su carácter: “No son nada peleones y es muy difícil que ladren”.
Con este abandono, estos animales padecen al unísono enfermedades como la filariosis, erliquiosis y leishmania. Patologías que se pueden sumar a los maltratos habituales como “bocados, patas rotas y, algunos, en la cabeza; porque le han intentado cortar la cabeza para matarlo”.
Lola Bustillo es todo un ángel de la guarda para estos animales. Su teléfono no deja de sonar las 24 horas con avisos de galgos que aparecen en la deriva: “A mí me llaman los mismos galgueros y, si en media hora no estoy, ya lo han matado”.
Posteriormente, llegan a una fundación sin recinto, “pero con un gran número de casas de acogida” donde llegan a adoptarse. El procedimiento es sencillo, como comenta Bustillo: “Se ponen en contacto con nosotros”. Las adopciones las lleva Lola personalmente. Y es que “casi todas las protectoras hacen cuestionarios pero yo prefiero estar un mes hablando con los que quieren acoger. Así no me pueden engañar, aunque me haya equivocado alguna vez”, espeta Lola. Al cerrar la acogida del animal, “primero hacemos un contrato temporal, donde lo tienen diez o quince días. Si no se adaptan, regresa a nosotros”. Pero asiente: “El problema peor que suelen tener es la ansiedad. Como viven en manada, no se acostumbran a vivir en soledad”.
Todo ello en una fundación que ha rehabilitado galgos que hoy viven felices en países como Francia, Bélgica, Italia o Alemania. Pero, su presidente es franca: “Intento que se queden aquí porque, ya que son españoles de origen”.
Una de las razas más hermosas del mundo
Hablar del galgo es hablar de velocidad. Perros hechos para correr y que en las últimas décadas se están convirtiendo en un símbolo doméstico de casas de postín. Lola señala las claves de esta raza: “Nobles, muy limpios, no huelen porque no tienen grasa, divertidos, aunque la gente no se lo crea, y, especialmente, buenos con los niños”. Estos perros corren “cinco minutos al día a sesenta kilómetros por hora y luego, se quedan dieciocho horas durmiendo”. Una raza con veinte tipos diferentes de galgos, donde “el español es mucho más fuerte que el resto y el inglés, el más rápido”.
Y es que esta raza ha sufrido el rechazo cuando no ha servido para el trabajo. Lola recuerda casos históricos vividos donde “el galgo que no sabía correr lo colgaban de puentes, encinas u olivares y casi nunca se les daba una segunda oportunidad”. Por ello, recuerda que “cuando yo empecé iba con siete u ocho galgos. Me decían que estaba loca porque nadie iba a querer adoptar un perro de esta raza como mascota. Al final, lo hemos conseguido”. Todo, con una historia que ha marcado la vida de esta mujer de bandera con alma sanluqueña: “Tenía un galgo azul que se llama Pau. No se levantaba. Me lo trajeron de la perrera, rodeado de perros muertos y fui a por él. Era enorme y precioso. Me costó muchísimo que se pusiera en pie y tenía un tic constante en la cabeza. Creíamos que había pasado el parvo de adulto y poco a poco se fue recuperando. La veterinaria me dijo que no iba a tener una larga vida porque llegaba muy tocado de todo. Pero vivió conmigo cinco años. Con esto resumo mi vida con los galgos”, añora una Lola que ha devuelto a la vida a estos hermosos animales. Esbeltos y señoriales que hoy corren por bajo guía gracias al amor incondicional que el tiempo no quiso regalarles al nacer.
Texto: Javier Comas
Fotos: Anibal González