6 Jul, 2020 | Blog

Sombreros canotier y afilados bigotes en los señores, trajes de baño de intachable castidad en las damas, casetas-vestuario con toldos a rayas, vendedores de barquillos, estirados paseos frente al mar para ver y dejarse ver, es la postal en blanco y negro de las playas del norte de España (y alguna del sur) que vivieron su particular Belle Époque sin envidiar a las más famosas ciudades balneario europeas.

Santander: los últimos veraneos de Alfonso XIII

Durante diecisiete años, hasta la proclamación de la II República, cada verano se repetía la esperada imagen de la llegada de los Reyes a Santander. El Rey pasaba oportuna revista a las tropas en el muelle ante la plana mayor del Ayuntamiento. A las puertas del hermoso Palacio de la Magdalena, regalo de la ciudad a sus monarcas (sufragado por suscripción popular al precio de 700.000 pesetas), bellas señoritas de la sociedad santanderina ofrecían flores a los Reyes y el cuerpo de Bomberos formaba un arco humano para celebrar su llegada.

La predilección de los Reyes por la ciudad cántabra tiene su origen en la visita que Isabel II, abuela de Alfonso XIII, hizo a Santander en 1861, atraída por las bondades de los llamados “baños de ola” en el Sardinero que pronto se pusieron tan de moda entre la nobleza y la alta burguesía. En el caso de la Reina Victoria Eugenia, nacida en el Castillo de Balmoral (Escocia) Santander le recordaba a su tierra natal por el clima, el paisaje e incluso por la arquitectura del palacio, que ella misma decoró. Alfonso XIII encontró en la ciudad el mejor lugar para disfrutar de sus deportes favoritos como el tenis, el polo, la vela o la caza.

La agenda de los monarcas en Santander estaba plagada de trofeos deportivos, recepciones y eventos sociales varios, casi siempre acompañados de su corte “veraniega” entre la que se encontraban los infantes don Carlos y doña Luisa o los Marqueses de Santo Mauro. Uno de los más sonados eran las “garden parties” que a beneficio de la Cruz Roja se celebraban en Villa Piquío, propiedad en aquellos días de los Pombo, una de las familias más acaudaladas de la ciudad. A esas veladas al aire libre acudían las damas y señoritas de la aristocracia santanderina y foránea que entablaban bailes y conversaciones con los Reyes y sus Infantes.

San Sebastián y María Cristina

Si Santander es el Sardinero y Alfonso XIII, San Sebastián es la Concha y María Cristina.

La Reina Regente era una enamorada de Donostia donde veraneó durante tres décadas hasta un año antes de su muerte en 1929. María Cristina y su corte se trasladaban cada verano al Palacio de Miramar frente a la bahía de la Concha. Su amor a la ciudad fue devuelto por ésta nombrándola Alcaldesa Honoraria, dedicándole un puente, una calle y el famoso hotel que todavía hoy es seña de San Sebastián.

El florecimiento de la ciudad coincidió y fue consecuencia en parte de la presencia de la Reina que protagonizó el esplendor de una ciudad que se convirtió en destino de vacaciones de la elite social europea a la altura de las vecinas Biarritz o Arcachon.

Durante la Belle Époque, la playa de la Concha era el eje de la vida social en la conocida por entonces como Bella Easo. Allí se construyeron el casino (actual Ayuntamiento), el Teatro Victoria Eugenia y el Hotel María Cristina. Fue en julio de 1912 cuando la reina homónima pisó por primera vez el brillante edificio diseñado por el mismo arquitecto del Ritz de Madrid y París. El hotel pronto se convirtió en el alojamiento favorito de la alta sociedad internacional y aún hoy hospeda cada año a estrellas de Hollywood durante el Festival de Cine.

El otro centro neurálgico de la vida social donostiarra era el Casino. Allí se daban cita políticos, toreros, millonarios y artistas, míticos y variopintos personajes internacionales en el umbral de la I Guerra Mundial, desde la espía más famosa de todos los tiempos, Mata Hari; al revolucionario Leon Trotsky, el Sha de Persia, los potentados Rothschild, el compositor francés Maurice Ravel o las más brillantes estrellas españolas de la Época, como Pastora Imperio y Raquel Meller.

La Toja, fangos de lujo

Utilizada como zona de pastoreo para los habitantes de O Grove, cuando se descubrieron las propiedades de sus fangos, pronto se convirtió en lugar de descanso estival y curación de males de la alta sociedad. Hasta la reina Isabel II acudía a La Toja en su peregrinar por las playas del norte en búsqueda de cura para sus afecciones de piel.

Aunque el primer balneario de la Toja data de 1899, fue en 1907 cuando abrió sus puertas el emblema de esta pequeña isla, el Gran Hotel. Un proyecto del marqués de Riestra, el rico más rico de Galicia, que creó un “resort” de lujo inspirado en las estaciones termales de Vichy y de Marienbad, donde hallar reposo a los afanes del invierno y dejarse ver en las tardes de bochorno y partidas de póquer y bridge.

Curiosamente, los primeros ilustres visitantes del complejo tenían que acceder a la isla en barcas o incluso a pie los días de marea muy baja, ya que hasta cuatro años después de su inauguración no se estrenó el entonces considerado puente más largo de Europa.

Gijón, toros y mar

A principios del Siglo XX, la industrial Gijón comenzó a adoptar como propias ínfulas de ciudad cosmopolita con bastante acierto y gracia. Como en muchas ciudades del norte, en agosto celebraba su Semana Grande, las fiestas de Begoña, en honor a su patrona. Durante esos días, la popular sociedad La Chistera, organizaba sus grandes corridas de toros que llevaban a Gijón a grandes figuras del toreo de la época como Belmonte, Vicente Pastor, Machaquito o Bombita. Paralelamente, el Real Club Astur de Regatas, cuyo presidente de honor era Alfonso XIII, gran aficionado a los deportes náuticos, organizaba las regatas de balandros. Precisamente, el presidente del club, el señor García Sol, organizaba sonadas fiestas veraniegas en su palacete de Granda a las que cada año acudía la alta sociedad de la zona. En 1925, Alfonso de Borbón, Príncipe de Asturias fue el invitado de honor.

Sanlúcar de Barrameda: el San Sebastián del Sur

Sanlúcar vivió intensamente sus dorados años 20. Pero, mucho antes, a mediados del XIX, la ciudad despertó socialmente y fue foco de forasteros, que atraídos por las bondades de este rincón entre lo salado y lo dulce, eligieron el “San Sebastián del Sur” para sus baños de mar. Los años 40 del siglo XIX fueron decisivos para Sanlúcar. En 1845 se funda la Sociedad de Carreras de Caballos y en el 49, llegan a la Ciudad los Duques de Montpensier, Infantes de España, Antonio de Orleans y María Luisa Fernanda de Borbón, que con residencia en el sevillano Palacio de San Telmo, eligen Sanlúcar para fijar su retiro estival en un precioso palacio, hoy sede del Ayuntamiento.

Con los Duques, llegó su corte de nobles, políticos y gente del arte, que impregnó a Sanlúcar de un carácter cosmopolita y refinado, mezcla explosiva con la clase natural del sanluqueño y el espectacular escenario natural. Los advenedizos la convirtieron en el lugar de veraneo de la aristocracia y alta burguesía sevillanas y en unas décadas llegó a ser el centro de veraneo del sur de España.

Las carreras de caballos en la playa, como lo siguen siendo hoy, eran el acontecimiento social del verano. Tienen su origen en las improvisadas competiciones que se celebraban entre los propietarios de los caballos que transportaban el pescado. El calendario lo marcan las tablas de mareas, para que coincida con la bajamar y saque una franja de arena húmeda, idónea para correr, que se convierte cada año en un espectacular hipódromo natural.

 

Texto: Alfonso Pérez-Ventana

 

 

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