Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
“Quien quiera llorar, a la llorería”
Mario Niebla del Toro Carrión
direccion@revistaescaparate.com
@niebladeltoro
Foto: Jesús Aldebarán
Prudencia es la palabra más repetida en esta recuperación paulatina de la vida normal por nuestros dirigentes políticos. Prudencia. Miro hacia atrás y cómo comenzó la pesadilla de la pandemia y aun ahora me sigue pareciendo increíble. Recuerdo las vísperas de final de febrero y primeros de marzo del veinte, cuando nos negábamos a ver lo que se nos venía encima, principalmente porque los que tenían que verlo hicieron oídos sordos, y me parece ficción. Vimos derramarse un día tras otro y tras este uno más, encerrados, atemorizados, desconcertados. No he venido hasta este descansillo para hacer sangre de esos primeros días y esos primeros meses de esta película que nos embistió, que nos arrolló, que nos aplastó. Si hay algo que nadie puede negarnos es la generalizada prudencia que desarrollamos todos envueltos en el miedo, el desaliento, la incertidumbre, el desconocimiento, la soledad. Ahora que estamos alcanzando cotas altas de inmunidad, por el buen ritmo de vacunas, veo a muchos que no sé si ya por inercia o por haberse quedado tocados mentalmente con todo esto, entendible además, no quieren volver a ser lo que fuimos. Prudencia pero vida, prudencia pero libertad, prudencia pero normalidad, la de siempre. Hay quienes quieren tatuarse la mascarilla hasta en solitario en sus casas, que tiene de todo menos sentido, y quienes aún no se relacionan, a pesar de los anticuerpos. A todos ellos comprensión y con todos ellos empatía, pero sobre todo y para todos respeto para dejar a los demás actuar en conciencia. Cuando me preguntan a menudo por cómo me van las cosas respondo a bocajarro con un “bien” y, si me apuran, con un “entre bien y muy bien”. Primero porque soy afortunado y porque busco serlo cada día. Como dijo el moro sabio en el libro “A la sombra del granado”: Creo en Alá pero amarro mi camello. Segundo, porque de pan y no de pena puede vivir el hombre. Nadie gana instalado en la queja y en la actitud mal encarada. Ni quien la abandera, ni quien la padece. A estas alturas no descubro nada si afirmo que la libertad es el mayor de los lujos que nos da Dios. Vivir la libertad en su máxima potencia y vivir en sociedad es técnicamente imposible de combinar. Sin embargo, vivir la libertad de hacer lo que a cada uno le haga feliz, respetando la libertad ajena siempre, es un don y debería ser una obligación emocional para todos. Es por ello que esta carta, con rumor de mar o de sesteo de sobremesa en el campo, quiero que sea un recetario como tiempo vitamínico para nuestro año profesional. Quiero que sea una invitación a ser libres, a ser plenos. A vivir, respetando la actualidad responsable del momento. Es una invitación a vivir, a reír sin mascarillas al aire libre. La risa y su hermana pequeña, la sonrisa, contagia pero es un contagio que da vida. Salgan, beban, vivan, coman, duerman, bailen y conjuguen todos los verbos que les devuelva ese tiempo perdido o ganado en recomposición de valores. Hoy salimos a la calle valorando el simple hecho de salir a la calle. La lección de vida pandémica nos ha subrayado el valor de lo sencillo. Esa moraleja la tenemos a estas alturas aprendida, metida en nuestra piel. Quien quiera vivir en la perenne vociferación de cifras de muertes, de incidencias acumuladas y de medidas restrictivas hasta el final de sus días que lo haga, pero que deje a los demás orillar ese bucle que merma y medra el ánimo general. Aquellos que quieran seguir enrocados en la ausencia de planes que se lo hagan ver, pero, sobre todo, que no persuadan en arrastrar con ellos a ese encalle. Es mi propósito para este verano hacer que se parezca a mis veranos de siempre. Brindaré con manzanilla cada día, algunos con más mesura que otros, lo prometo aunque haya tiempo de rectificar, enamorado de su sabor salado y fresco y, como dijo Manuel Machado, de su color que es el que le da Sanlúcar a la bandera de España. Veré atardecer y cómo el Sol se esconde entre las copas de los pinos de Doñana en su horizonte de todos los verdes que existen. Me enamoraré de una mirada furtiva en la noche a primeras de cambio, en una calle cualquiera del pueblo de mis amores, mi patria chica. Me reiré a destiempo, dejándome llevar con su gente sencilla, por su pueblo sabio. Me sentiré vivo en este renacer que nos sobreviene para darnos la oportunidad de continuar escribiendo en el párrafo que nos quedamos parados en la Babia de este mal sueño que poco a poco dejamos atrás. El toque de una guitarra y el quejío de una voz flamenca me hará más de una vez fundir la noche con el día. Estoy dispuesto a ello. Lo deseo desde ya, desde hoy, desde ayer. Asumiré cada estímulo que el verano de 2021 venga a proponerme si es para ganar el tiempo perdido y elevar mi alma y mi ánimo para cuando vuelva como hombre renovado y curtido en los placeres de la vida y de sus buenos momentos. Este verano será un gozo en la medida de lo posible, pero con las medidas justas. Quien quiera llorar, a la llorería. Quiero a mi alrededor locos, pero locos por la vida. Prudentes locos. ¿Qué es la vida si no una verdadera locura?