8 Ago, 2022 | cartas del director

Mario Niebla del Toro Carrión.

Director de la Revista Escaparate        

“Si mojarse es poco práctico, que en ocasiones no se lo puedo negar, también es fuente de satisfacción que le ayudará a dormir a pierna suelta”

direccion@revistaescaparate.com
@niebladeltoro

Foto: Aníbal González

“Parece que va a llover, el cielo se está nublando. Parece que va a llover, ¡ay mamá!, que me estoy mojando”. Es la letra en la voz de Los Panchos que me da pie a esta carta mensual que le redacto, huyendo del carrusel de malas noticias que el parte diario nos relata con una intención clara de hacernos correligionarios de una especie de iglesia pesimista. No le voy a hablar del precio del gas, la gasolina, la luz, los ERES, la guerra, ni de las cesiones a los separatistas de Su Sanchidad el presidente “Narciso” Sánchez. Hoy y rezando al cielo para que llueva precisamente les voy a hablar de la importancia de mojarse. Hay personas que se meten en el mar y salen secos. Concluyo esta frase y se me agolpan en la mente nombres y caras a patadas. ¡Mente perversa! Es una habilidad que en cierta ocasión he llegado a admirar. Palabra de honor. Esos señores y señoras que jamás pisan en terreno pantanoso. Esquivan los charcos con una capacidad impermeable digna de estudio. Les veo ahora aplaudiendo en el arribismo victorioso, cuando hasta hace un cuarto de hora largo les causaba cierto confort hacerlo en dirección contraria o no hacerlo porque no les interesaba la política . ¡Qué fácil es estar siempre a favor del caballo ganador! Debo reconocerle que a mis casi treinta y nueve años he sido incapaz de lograrlo. Conozco a pocas personas menos prácticas que yo. Vitalista, disfrutón, pero en práctico siempre suspendí para septiembre. En este punto y hasta que la edad no me haga tirar la toalla, bajar los brazos o sumarme al pelotón de la seda, suavona, creo que lo mío tiene poco remedio. Si vivir vivimos una vez, elijo hacerlo de verdad. No se trata de ser incómodo por el placer de serlo, buscando una especie de llamada de atención. Se trata de tener criterio, a riesgo de no gustar, porque no somos una croqueta para gustarle a todo el mundo. Aunque estos días con ocio y descanso algunos nos estamos poniendo croquetones… Ya llegará septiembre y los sacrificios para no abandonarnos. A lo que iba, el mojarse, con mesura, para mí significa rozar la autenticidad. Veo a bastante lamioso, amantes sólo de lo triunfalista, aplaudidores de lo obvio, fanáticos agradadores sociales, cortesanos mediocres de moda. Lo fácil es pasar la mano por el lomo cuando los vientos soplan a favor y sobre la moqueta. Eso lo hace cualquiera. Lo difícil es ser del Rayo Vallecano. Lo difícil es ser del PP en Mondragón, guardia civil en Sant Martí d’Albars o católico en la Meca. Lo difícil no es lo fácil. Una obviedad cargada de significado. Esta carta con aroma a sardinas y tinto de verano es una invitación a reflexionar hasta qué punto estamos dispuestos a vender el alma al diablo y vivir como aplaudidores del Sevilla y del Betis, del blanco y del negro, con tal de no perder el sitio, de no dar puntada sin hilo. Este puñado de letras no tiene otra intención que empujarle a que se contemple con sinceridad un ratito y compruebe si está haciendo el indio, como si no fuese presto a ser calado por la falta de lealtad a unas ideas, a unos valores, a un modo de vida. Si mojarse es poco práctico, que en ocasiones no se lo puedo negar, también es fuente de satisfacción que le ayudará a dormir a pierna suelta. Churchill, fuente inagotable de citas célebres, dijo que “se necesita coraje para levantarse y hablar”. Ese coraje no tiene que ser sinónimo de perseguir meterse en todos los charcos. No se trata de eso. Se trata de ser consecuente, escrupuloso emocionalmente. Imaginemos el devenir de la historia si Galileo Galilei se hubiera bajado del burro cuando defendía que La Tierra era redonda. Pues no era ni redonda, ni plana, sino que Newton se mojó para demostrar que era más bien chata. La historia la hicieron héroes que se mojaron a riesgo de perder su propia vida, hombres y mujeres chorreando de autenticidad, de fiabilidad, de firmeza verídica. A la visceralidad no es a lo que le invito, porque hasta en la escala de grises hay matices, pero sí a que utilicemos este tiempo reflexivo por si queremos darle cabida a la honestidad en nuestra vida. Lejos de erigirme en una especie de pastor o apóstol de nada, quiero sugerirle una forma de vivir por el que pagará un peaje, pero que a la larga le compensará. Vivimos en la era de la comunicación. Nuestro día a día transcurre entre aplicaciones, con nuevas formas de comunicarse en tiempo real. La inmediatez es un valor en alza en estos días de Bizum y firmas digitales. Aprovechemos esa libertad manifiesta para permitirnos decir y decirnos las cuatro verdades del barquero y llamemos, con más o menos volumen, a las cosas por su nombre. En la vida se juega por equipos. La vida no es una competición, ni una guerra, ni una lucha. Eso no. Lo que sí entiendo que debe tener la vida es un alto porcentaje de veracidad, de realidad, de sentir los colores. Engañar está feo y ya engañarse a uno mismo es de idiota. Por eso apostemos, arrojémonos, comprometámonos a vivir vivos, veraces, auténticos. Siempre con mesura, la justa para no ser un asocial, arrinconado del orden establecido, por cuestión de supervivencia y porque esto no es una selva, pero mojándonos cuando lo consideremos de ley. No conozco mayor relajante muscular. Cuando uno dice lo que piensa, con los filtros básicos para echar el día, se queda nuevo. Riáse de la melatonina.

 

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