La Orden de Caballeros de San Clemente y San Fernando se fundó bajo el patronazgo y la advocación de Santa María de los Reyes, que preside la Capilla Real de la Catedral Hispalense, donde se encuentra su titular, San Fernando, cuyos restos santos reposan en una urna fielmente custodiada por los Capellanes Reales y Canónigos de muchas generaciones. Pero, también la Orden tiene especial predilección por aquellas otras advocaciones fernandinas como Santa María de la Sede, que preside el Altar Mayor y nuestra sala capitular, la de las Batallas, y de forma singular la de Nuestra Señora de la Antigua que preside su capilla propia en la Catedral. Una entidad que guarda el santo y seña de la ciudad bajo sus capas blancas y que es defensora de las tradiciones más arraigadas de Sevilla.
Bajo el pontificado del Papa Juan Pablo II, reinando en España Juan Carlos I y con el impulso y protección del recordado Carlos, Cardenal, Amigo y Vallejo, Arzobispo de Sevilla, Gran Maestre Protector de la orden, se aprobaron las Constituciones de la Orden, que recogen la tradición y el espíritu cristiano del Santo Rey Fernando III y de los primeros caballeros fernandinos, que, con el apoyo de los papados de Honorio III, Gregorio IX (1227- 1241) e Inocencio IV (1243-1254), recuperaron la ciudad, el 23 de noviembre de 1248, festividad del Papa San Clemente, para el culto cristiano. Dichos caballeros, contando con la protección del Arzobispo Don Remondo, colaboraron y protegieron a los monasterios de vida contemplativa. La luz del Evangelio, que difundieron por toda la sociedad, fue su mejor “arma”. Erigieron capilla a su titular en el Alcázar y otra en el poniente de lo que es hoy la Iglesia de San Clemente, Sagrario de la Catedral Metropolitana, donde se encuentra la actual sede canónica de esta orden, creada con fidelidad a la Santa Iglesia Católica y como continuadora de la misión de aquellos caballeros.
SAN FERNANDO COMO EMBLEMA Y SAN CLEMENTE COMO NOMBRE
La Orden refleja en sus estatutos que “El Rey Fernando fue el refundador, el pacificador, el adelantado a su tiempo, el Princeps Imperator, el que fue armado caballero en el Monasterio Cisterciense de las Huelgas, el Caballero de Cristo y el devoto de Santa María, bajo el patronazgo de la Virgen de los Reyes, en cuyo regazo reposa hoy, en la Capilla Real de la Catedral Hispalense”. Por su parte, “San Clemente Papa, nos dejó la tradición de la Iglesia en su universalidad. Su Carta a los Corintios, que “era venerada como si fuera un escrito del Nuevo Testamento” (Carlos, Cardenal Amigo Vallejo) es la Regla Espiritual de los Caballeros y Damas de la Orden de Caballeros de San Clemente y San Fernando”. Por ello, el lema de la entidad reza “IN DEO SPERAVI”, la frase que tanto repetía el Rey Fernando III el Santo. La orden, desde su fundación, tiene como Comendadoras a la Comunidad Cisterciense de San Clemente, a la Comunidad Jerónima de Santa Paula, y a la Comunidad de Franciscanos Custodios de Tierra Santa. Cuenta con distintas secciones y delegaciones en varias diócesis españolas y del resto de la catolicidad, siendo la más importante la de Italia. Cada una de ellas, con la aprobación del ordinario del lugar, está regida por un Prior Protector. La orden ha sabido aunar y atesorar sentimiento y fe, tradición y renovación, pues la primera finalidad espiritual de nuestra orden es la de fortalecer a sus miembros en la práctica de la vida cristiana. Existe un claustro, en cada uno de los corazones de los caballeros y damas de la orden, para meditar y progresar como hombres y mujeres y como cristianos de valores y virtudes teologales de fe, esperanza y caridad. En palabras de sor Gertrudis de Helfta, monja santa cisterciense del siglo XIII: “Que Dios te convierta en un monasterio de amor”. La nobleza del espíritu.
EL CABALLERO Y LA DAMA
Todo este tratado se unen en la figura de los miembros que componen la orden y es que “el caballero y la dama de la Orden de San Clemente y San Fernando, ha de abrazar una línea de sobriedad, simplicidad que le llevará a la felicidad y con el testimonio de su vida suscitará en los demás una inquietud y esperanza en favor de todos los hombres y mujeres más necesitados. La vitalidad de la orden no se mide por sus secciones, delegaciones, prioratos, o por la belleza de su liturgia, de sus mantos y hábitos, ni por la importancia de su sede canónica, ni por la cantidad y calidad de sus miembros, sino por la calidad de las relaciones entre sus miembros, por su caridad, por sus servicios, por su acogida monástica. Sus aportaciones no serán un adorno, sino el ejercicio más auténtico de la caridad cristiana cuyo concepto sobrepasa al de la solidaridad social. “Quien busca a Dios en la simplicidad de corazón experimenta su belleza” (Saint-Thierry, monje cisterciense)”, describe la Orden.
LA AYUDA A LOS CONVENTOS
Pero por encima de todo, la orden tiene un tiene un ideal y fin fundacional fundamental: ayudar y colaborar con los monasterios y conventos de vida contemplativa y por ello responde con sencillez y generosidad y libre de cuanto pueda distraerle de su atención preferente y amorosa, a sus fines y siempre con fidelidad y obediencia al Santo Padre y a su doctrina, colaborando con la Iglesia en su acción evangelizadora y caritativa.
Todo ello con el fin de difundir los estudios monacales, su historia, espiritualidad, su actualidad y también estudios históricos sobre las figuras de San Clemente y San Fernando, primordialmente. Su finalidad se extiende, sobre todo, a asuntos de relevancia jurídica, social e histórica de la Iglesia y de la sociedad. Organiza jornadas de estudio, foros, publicaciones, mesas redondas y simposium, creando su propio archivo histórico con biblioteca especializada.
Texto: Pelayo Rebollo