Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
“El amor es el primer y último mensaje de un Papa que ha conocido la crudeza de la guerra, la incomprensión de los suyos y unos tiempos difíciles para la imagen del Vaticano”
Muere el Papa. “Señor, te amo”. Su última frase. Dijo Caballero Bonald que somos el tiempo que nos queda. El trámite de la muerte, aunque vivamos de espalda a ella, siendo la única evidencia en la vida paradójicamente, sin más remedio tenemos que afrontarlo todos los mortales. Incluso el sucesor de Pedro.
Un Santo Padre, como Benedicto XVI, nos deja a través de sus palabras manifestada en una rica vida espiritual la esencia de lo que debe ser nuestra forma de ver y de gestionar la vida. El tiempo que nos queda debe ser un tiempo que no se debe perder en simplezas y ser empleado en lo realmente importante. El Papa alemán apuró su último aliento, según hemos podido saber por su enfermero personal, en hacer su última declaración de amor en vida al Señor por el que emprendió siendo muy joven un camino y tras él con los años toda una Iglesia Universal.
Sus últimas palabras me traen a la memoria su primera carta como Sumo Pontífice: “Dios es amor”/“Deus caritas est”. Tan sencillo y tan esencial para entender el principal mensaje de Dios en manos de su máximo representante en la Tierra, el corazón de la fe cristiana, opción fundamental de nuestra vida. La primera encíclica en aquel 2005 fue un testimonio de un tiempo dedicado a llevar el amor de Dios, y el amor humano entendido desde el plano eclesial por todos los rincones del mundo.
Mi carta de este frío enero iba a hablar de mi persecución a los audios, como nueva forma de comunicación, incómodo método que nos hace precisamente perder mucho tiempo. El audio tiene mucho de rodeos, de no ir al grano y quita el oro intangible y preciado que es el tiempo, el que nos queda. Sin embargo es el Papa el que con su muerte me hace hablar de lo que realmente es importante, y que no va de audios, sino de amor, tan necesario y más en estos tiempos en los que la violencia vuelve incluso al escenario internacional, rescatando fórmulas de siglos pasados.
Esta carta con la que comienzo el año de esta revista de vida social quiero que sea un brindis al amor. Si empleáramos más tiempo en ser felices, amando y siendo amados, gastaríamos menos energía, y tiempo, en jodernos la vida entre todos. La muerte del Ratzinger llega en sí misma como una última carta de amor. “Señor, te amo”. Ese amor deba ser traducido y derramado entre los renglones torcidos de Dios. Digamos más te quiero y hagámoslo realidad desde la sonrisa al camarero, a los buenos días en el ascensor y al gracias al cajero del supermercado.
El amor es el de pareja, también el que se traduce en paciencia con nuestros mayores, custodios del pasado, guardianes de la memoria. El amor es a una ciudad, desde sus grandes proyectos hasta el ser amable con nuestros turistas y no dejando caer al suelo una sola colilla. El amor es a una hermandad, liderándola o no poniéndole palos en las ruedas del carro de quienes tiran de ella en ese momento. El amor es a uno mismo, el amor propio, que nos hace sentirnos en nuestra piel, consecuentes con nuestras aspiraciones y valores, con nuestro verdadero yo nos haga reconocernos cada mañana en el espejo de la verdad absoluta. El amor es a la vida. El amor es el primer y último mensaje de un Papa que ha conocido la crudeza de la guerra, la incomprensión de los suyos y unos tiempos difíciles para la imagen del Vaticano. No debió ser fácil hablar de amor seguro para quien su condición humana y su experiencia la había hecho ver lo poco idílico que se presenta el mundo de hoy. Sin embargo, es el amor lo que protagoniza su último aliento, en este caso el amor a Dios.
Para siempre vivirá en mi corazón el Papa Benedicto XVI hablando sin complejos y con una profundidad intelectual brillante del amor en un mundo sediento.
«En los Santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos»