Hoy día nos creemos casi dioses, lo tenemos todo al alcance de la mano y tenemos solución para casi todo. Hay avances en casi todos los ámbitos de la vida y casi a diario. Y ese quizá sea el problema, nos hemos “pasado de frenada”.
En pleno siglo XXI, la era del consumo y, concretamente, en diciembre, cuando llega el Adviento, es cuando los curas en sus sermones hablan de las luces de Navidad, de los caprichos de la sociedad consumista y de que, pese a que cada vez hay menos creyentes, más se gasta en la Navidad: en cenas, comidas, celebraciones, regalos. Y no les falta razón cuando dicen que se ha perdido el sentido de la Navidad.
El problema no es ni la Navidad ni el consumo. El “problema” es que la sociedad en la que vivimos se ha retrotraído al más puro Barroco, al horror vacui por encima de todas las cosas. Cuanta menos gente cree en la Navidad, más villancicos suenan, más luces se ponen y más se celebra; cuanta menos gente cree en Dios, más nazarenos hay y más pasos se sacan a la calle; cuanta menos gente lee, más escritores y obras hay en el panorama literario; y así con todo, la información, medios de comunicación, redes sociales…
Se nos satura de información por todos lados, hasta el punto de que cada vez creemos saber más de todo y al instante, a golpe de click; mientras por otros lados se nos parcela el conocimiento.
El ser humano ha perdido por completo el valor y el sentido de todo, ha perdido ese “vacío” en el que las cosas adquirían un valor. Nos hemos sobresaturado de todo, hubo una especie de tregua en la pandemia cuando pensamos que los abrazos, los besos y el vernos valía más la pena que otras muchas cosas a las que les dábamos importancia, pero eso se nos ha olvidado.
Nos hemos convertido en don Quijotes que, sin rumbo, vamos a por molinos de viento y Dulcineas que ni siquiera sabemos dónde están con tal de no caer en la cuenta del engaño en el que vivimos por haber llenado nuestra vida de todo. Por saturar hemos saturado hasta el tiempo, siempre tenemos algo que hacer y lo hacemos sin pensar en nada, por el “no vaya a ser que no tenga nada que hacer y me aburra”.
¿Hay solución?
Quizá no, quizá solo sea cuestión de tiempo y de pensar que detrás de todo Barroco llega una Ilustración en la que se ponen de verdad las luces, se piensa y se aprende a pensar, sin tener miedo al vacío.
Texto: Enrique Galán Gómez