Ocurría el miércoles 22 de febrero, el que bien conocemos como Miércoles de Ceniza y parecía que Sevilla renacía. Ni frío ni calor; la temperatura se balanceaba y si miraba al cielo encontraba el equilibrio entre una luna creciente y nuestro tan querido Giraldillo. Desde la Plaza Virgen de los Reyes se podía observar esta alta escena en la que la ciudad, como cada año, cumplía con su tradición más especial: convocar la Cita. De este modo, comenzaba la cuenta atrás de los “cuarenta días” que tiene esta urbe para prepararse.
La Cuaresma es sinónimo de temblor en Sevilla. Puede que el motivo por el que nuestros adoquines presentan esa falta de armonía. Aparentemente, un periodo insuficiente para todo aquello que implica estar a punto. Una parte fundamental, en esta ilusionante previa, es la indumentaria. Un claro reflejo de la importancia y el respeto que ofrece el ciudadano (ejemplar) a esta, nuestra semana. Entre búsqueda y rescate, la corbata de papá; la mantilla de la abuela; el rosario de la hermandad; los zapatos impecables y el vestido o el abrigo que olvidaste llevar a la tintorería. No es una cita cualquiera.
Sevilla desfila por Dios. Entra en juego la personalidad, pero la apuesta asegurada es la sencillez y la severidad a la hora de elegir lo que vas a colgar en la percha seleccionada, porque hasta la percha se vuelve especial cuando entra el olor a incienso por la ventana. Ser natural siempre es un acierto; ser natural con la ropa apropiada es una habilidad que esta capital enseña y aprende desde que nace hasta que resucita.
Principalmente Domingo de Ramos, Jueves Santo y Viernes Santo, el traje de chaqueta y la corbata no son descartables, aunque encontrarse con quien los descarta también es Sevilla. No vamos a negar que la ciudad se compone de las dos partes, la que se quiere (o sabe) arreglar y la que no, si bien si en los periódicos cualquier titular coincide en que la ciudad luce elegante es porque nos sigue dominando el arte.
De cualquier modo, la sevillana sabe que se trata de la mejor semana para olvidar un escote pronunciado, los zapatos altos de tacón o las faldas cortas. Existe una pretensión común: ir guapas, pero muy cómodas. Unos salones de tacón medio o bailarinas, traje de chaqueta de falda o pantalón y camisas marfil, blancas o estampadas son los básicos indispensables y, en mi modesta opinión, las opciones más acertadas para peregrinar por la ciudad durante toda esta semana.
Las gafas de sol no encuentran justificación. Precisamente, en la capital hispalense las puedes usar durante -prácticamente- todo el año, así que, en defensa de un razonable protocolo y de una mirada profunda, despístalas por casa en estos días. Recuerda que los sombreros y los tocados son bienvenidos en las carreras de Ascot, pero no en la Carrera Oficial de Sevilla.
El Jueves y Viernes Santo, la mantilla es la gran protagonista como sinónimo de respeto y luto. Con ella, el color negro no es opcional como tampoco lo es llevar un vestido sobrio que te cubra las rodillas. Esta prenda exige luz; prohibido dejar que le caiga el sol por encima. La mujer, con mantilla o no, se decanta por utilizar tonos oscuros en estos días. El azul marino, por ejemplo, tendría lugar en primera fila (cuando no vas de mantilla). Se aceptan abanicos y cualquier tipo de joya para esta ocasión especial.
Hablando de joyas, y como gran broche final, ahora que está todo organizado recordar (como si fuera necesario) que se acerca el día, la búsqueda del equilibrio, el remate de la Santa Espera. Los “cuarenta días” van a concluir; Sevilla se prepara para volver a mirar hacia arriba y suspirar por cumplir otro año más con su sagrada promesa si bien, y en realidad, esta cita no era con la luna llena, pero solo va al cielo con Ella.
Texto: Carlota Acuña Ruano
Fotos: Javie Comas