Lina
Diseñadora
John Galiano no dudó en ir a conocerla a su taller para preguntarle sus secretos y en sus mesas de trabajo, entre rollos de telas y máquinas de coser, han resonado las voces de las más grandes que ha parido España. Vive una vida tranquila, sencilla, como ella. Por sus manos han pasado estrellas del cine internacional, princesas europeas, reinas y la alta sociedad española de ayer y de hoy. Siendo una niña, cuando tenía siete años, desapareció su padre y desde entonces no dejó de luchar con todas sus fuerzas pero con una insultante humildad por su madre y su futuro. La vida le ha premiado con la máxima consideración en la Moda Flamenca, con una familia diez y, sobre todo, con un hombre al que amó, ama y amará hasta el último segundo de su vida. Este año se cumplen diez años de su partida al cielo, pero lo sigue sintiendo en su soledad a su lado cada día. Lo conoció siendo unos niños en uno de esos corrales de vecinos del barrio de Triana, donde los niños jugaban al toro y admiraban a Farruco. Junto al emblemático Guajiro, de donde tantos artistas del flamenco salieron. Su primer vestido lo hizo con una cortina para una muñeca y fue el inicio de una historia rebozada de vivencias, nacida de gentes sencillas y rodeada de los grandes. Escaparate entrevista a Lina, la maestra indiscutible de los volantes.
Llegó la retirada, ¿cómo es el día a día de Lina en este momento?
Nunca pensé en retirarme. Muy tranquila, la verdad. Mi hija Rocío es ahora junto a su hermana Mila quienes se encuentran al frente del negocio. Rocío no se ha separado de mi lado desde que nació. Ella estudió como todos, en su caso Bellas Artes y Diseño, pero de la costura sabe más que yo ya.
¿Cómo es Rocío Montero como diseñadora?
Muchas veces me da hasta vergüenza decirlo porque soy su madre pero yo creo que es más completa que yo. A mí me salían cosas bonitas, no porque yo me lo haya creído nunca, sino porque la crítica lo decía. Ella tiene una facilidad y una maestría increíble que yo nunca he tenido. Tiene una capacidad para manejar los tejidos que tienen muy pocas personas.
¿Qué destacaría de su valía?
Como sabes este negocio lo comenzamos mi marido y yo, mi trabajo estaba muy metido en mi vida. Cuando te gusta tu oficio, aunque te pases veinticuatro horas trabajando, jamás sientes cansancio. Eso nos ocurría a mi marido y a mí y eso le ocurre a ella. De un año a otro se le saca una nueva cosita aprendida. Mira que yo he estado años, pues me ha pasado hasta el final. Rocío tiene esa humildad. La superación de los retos, idear por las noches, cuando me he despertado viendo caminos y solución a problemas, el sentido de la responsabilidad para cumplir con los plazos y la calidad que se espera… Todo eso que me ha ocurrido a mí lo estoy viendo vivo en ella. A muchas personas destacadas y anónimas les hemos dicho por teléfono que a tal hora estábamos en el hotel para medir y que a tal hora entregamos y desde ese momento el problema era nuestro pero cumplir teníamos que cumplir. Rocío en eso es igual que yo. De muchas famosas hemos sido y somos su firma de confianza, no hace falta ni nombrarlas porque todo el mundo lo sabe. Hemos ido una tarde a probarle y el día siguiente a las 12 tenía su traje planchado y almidonado para entregar. La formalidad es importantísimo.
¿Tuvo una niñez feliz?
(Silencio) No, mi padre desapareció cuando yo tenía siete años y mi hermano tres más. Era mecánico muy conocido en Sevilla. Nos abandonó. Tiramos para adelante con mucha fuerza. Aquello nos sirvió para agarrarnos a la fe y a Dios y luchar con todas nuestras fuerzas. Todo lo que le he pedido en mi vida me lo ha dado. Yo iba con mi cajita de zapatos haciendo recortitos. Luego intenté ganarme un dinerito pegando botones a señoras de la ciudad. Yo hacía trajes a mis muñecas. Disfrutaba mucho creando. Cuando tenía cinco años le corté una cortina para hacer un vestido. Entonces pegaban (risas). Mi madre me pegó una paliza, la pobre (risas), era la cortina que teníamos. Nada, acabé terminándola de cortar y le hice un vestido precioso a mi muñeca.
¿Quién fue su marido?
(Suspira y guarda breve silencio) Mi marido era torero. Trabajaba en el Bazar España que estaba en la calle Sagasta. Donde se ponía mi marido no se ponía ni padre, ni madre, ni hijos, ni nadie. Vivíamos desde niños en la misma casa. Siempre juntos. Él abajo con su familia y yo arriba con mi madre. Al lado de la emblemática sala de fiesta El Guajiro de la calle Salado de Sevilla. Para mí ha sido lo más grande que me ha pasado. En aquella época no teníamos dinero para independizarnos y nos fuimos a vivir con mi madre, sino hubiese sido así me hubiese quedado soltera, porque yo a mi madre no la iba a dejar atrás. Francisco era un manitas además. Él no sabía coser, pero el día que nos quedábamos toda la noche trabajando para entregar un trabajo en su día él se quedaba a mi lado acompañándome. Decía que si alguna niña se cogía un dedo con una aguja quién si no él iba a ir a llevarla a urgencias. Ese era Francisco. Siempre a mi lado y pendiente. Cuando los bordados se hacían en la calle y no salían bien y por tanto no cumplíamos nos dolía muchísimo, pero él me decía: «No te agobies que vamos a ir a Barcelona a por la mejor máquina para bordar en cuanto podamos». No nos pasó más. Nos fuimos Maribel, él y yo y la compramos. Se puso a bordar estas cosas que ves aquí tan bonitas. Maribel es una mujer que siempre ha estado con nosotros en el taller de costura, pero también ha criado a mis hijos, a mis nietos… Ella es de mi familia. No tardó nada en aprender a bordar Francisco. Pronto ya metimos a una niña a la que enseñó y él dejó de bordar. Luego recuerdo alguna vez que alguna clienta guasa ha venido a ver los trajes y decir con desprecio «¿estas son las telas que tiene Lina?». Entonces dijo él «ya vamos a estar otra vez en Barcelona que me voy a encargar de estampar las telas yo». Sabía pintar de maravilla. Hacía las pantallas de estampados y en el campo de Villanueva del Ariscal montó la fábrica. Tenía mucha ilusión porque nuestros hijos, después de haber estudiado de lo que él se encargaba, se hubiesen empleado en el tema de los estampados. El mayor estudió Arquitectura, el otro Derecho… no querían irse al campo a estampar… Él lo hizo con uno de nuestros yernos, siendo un niño pero llegó un momento que tuvo que dejarlo. Aun guardo sus estampados. Son preciosos.
¿Es importante tener a alguien al lado que le apoye para crecer profesionalmente?
Muy importante. Tu pareja tiene que ser como el cielo para ti. Después del golpetazo que me dio la vida siendo una niña, yo decía que si él me fallaba en algo yo me acabaría tirando por un balcón. Nunca me falló, jamás. Al contrario siempre me regaló satisfacciones y me brindó su apoyo hasta el final. Cosía incluso embarazada y miraba a mi lado y ahí estaba él. Él era fundamental en mi vida. Él además atendía a las clientas. Era un señor. En septiembre hará diez años que se fue. Yo me he mentalizado que sigo con él. Cuando llego a mi casa y aunque estoy sola lo siento a él.
Las personas importantes nunca mueren en nuestra cabeza y en nuestro corazón…
Por supuesto, además de que estoy tranquila porque me voy a volver a unir a él. Eso es lo bueno de tener fe.
¿Qué tiene que tener un traje de flamenca para que sea perfecto?
Para conseguirlo hay que conocer los tejidos, saber coser a máquina y a mano, con las yemas de los dedos ya debes conocer perfectamente cómo es el tejido, saber poner los forros para que no haga ni una arruga, conocer las sedas naturales, lo que vaya a mano tiene que ir a punto de ojal, no con tres puntadas con hilo doble… Hay que procurar perfeccionar cada detalle por pequeño que parezca. Ahí es donde se ven los trajes bien hechos.
¿Lunares, rayas…?
Flamenco, flamenco. Un traje de gitana tiene que ser ante todo flamenco. Cuando pensamos en hacer un traje de gitana tienes que pensar en el flamenco, en su baile… La gitana tiene que ser gitana, como esas cabezas gitanas de antaño que no se podían aguantar. A ver, el traje se puede innovar, pero sin perder la línea de lo que debe ser básicamente un traje de gitana. El vuelo, los mantoncillos, los volantes…
¿Qué hubiera sido si no hubiese sido diseñadora?
No lo sé, quizás como los cuentos de hadas… soñé con ser bailarina pero no era más que un sueño. Tenía muy claro lo que realmente quería ser. Trabajé dos años para poderme comprar mi primera máquina de coser…
Después esa máquina cosió para las personalidades más importantes de España…
(Risas) Esa y las que vinieron después. Yo me hacía un vestidito y se lo vendía a mis amigas.
¿Qué le gusta más de Sevilla?
De Sevilla…todo. Sevilla es para conocerla y haber convivido con todos los barrios de Sevilla. Hay que conocerlos todos para conocer Sevilla. No puedo decirte de Sevilla lo que no me gusta porque me ocurre como con los cochinos, me gusta de Sevilla hasta sus andares.
Ha vestido a señoras importantísimas de la sociedad española, incluso del extranjero, ¿a quién le ha hecho más ilusión vestir?
Creo que la que más fue vestir a Gracia de Mónaco en los años sesenta. Eso estaba tan lejos de mí. Nunca imaginé que pudiera vestir a alguien de esa altura. La vestí, probé, toqué, atavié, probé los pendientes… Cuando bajé esas escaleras del Hotel Alfonso XIII con mi marido y el Príncipe Rainiero y vi aquel mar de fotógrafos salí corriendo para arriba. Mi marido me decía que bajara tan normal, pero aquello me superó. Además yo ahí no tenía que estar porque no.
¿Cómo surgió aquello?
Nos llamaron desde el Ayuntamiento de Sevilla y nos dijeron que pasáramos por el hotel Alfonso XIII a la salida de los toros, porque quería vestirse en la mañana siguiente. Lo hice en blanco y rosa. La Reina Doña Sofía me pidió uno blanco con lunares rojos. Lo tenía clarísimo. La probamos en el Hotel Alfonso XIII también la tarde antes y lo estrenó a la mañana siguiente. Recuerdo que cuando se vistió, como no sabía qué llevar en la mano, se colgó un bolso grande de calle. Como no sabía prácticamente cómo dirigirme a ella se me escapó un «¡No, no! Eso no!». Se rió y cogió un bolsito muy pequeñito. Luego le hice uno muy bonito a la Princesa Irene de Holanda. Por ahí tengo las fotos. He vestido a todas las artistas, como Juana Reina. Fue la más señora que hayas podido conocer. Las habrá igual, pero más imposible. Lola Flores fue otra de mis clientas que era fuera de serie. Ese arte es inalcanzable. De esa bata de cola con la que ahora sale mucho en imágenes de archivo decía «me la ha hecho Lina por teléfono». No la conocía en persona. Me llamó un día y me dijo «Lina, quiero que tú me hagas una bata de cola. Yo no te voy a decir cómo porque me la vas a hacer a tu gusto». Ella no dejaba que nadie le diseñara porque ella era su diseñadora. Ella diseñaba todos sus trajes. Aquella bata era negra con la manga larga con los lunares blancos grandes como el culo de un vaso. No llevaba nada. El cordoncito en los volantes normales y las mangas largas que le llegaban hasta los nudillos. Me lió una con un arte inimitable por teléfono… Ella luego se metía en la bata y levantaba el vello. Era un ser extraordinario.
Rocío Jurado fue otra de sus fieles…
Le he cosido muchísimo. Era muy muy grande.
Una de las grandes que ha tenido siempre mucho vínculo con la Casa ha sido Isabel Pantoja…
La conozco desde los siete años que empezó. Siempre ha sido fiel. Casi siempre me ha encargado los trajes por teléfono.
Ella estuvo en el cincuenta aniversario de la firma Lina…
Sí, que nos lo organizó de maravilla Escaparate (risas). Fue un día inolvidable. Yo sé toda la ropa que tenía y si engordaba un poquito me decía «Lina, he engordado tres kilitos». Le mandaba el vestido y le quedaba perfecto. Una vez le mandé un vestido a un barco en el que estaban rodando en Barcelona. En el mismo barco se lo entregaron sin pruebas y le quedó pintado.
Alguna de ellas le ha cantado a solas…
(Sonríe) Muchas veces. Me han hecho el compás ellas mismas sobre las mesas de las telas. Me traían muchas veces las maquetas, me la ponían, y a partir de ahí me surgían los diseños. No es lo mismo hacer un traje para unas alegrías de Cádiz que para un martinete. En el martinete ves una llama de una fragua y le ves un color castaña… John Galiano me dijo cuando me visitó. Me dijo «Lina, ¿tú en qué te inspiras?». Yo le respondí: «¿Y tú?». Él me dijo: «Yo en viajes». Yo le respondí : «Madre mía, menos mal que a mí los viajes no me inspiran porque nunca he tenido tiempo para hacerlo. A mí me inspira la música». (Risas). Escuchando la música veía el traje hecho y nunca he repetido.
Tiene un cuadro pintado por Cayetana Alba en su probador. La duquesa de Alba ha sido una de sus leales durante años…
Hasta el último que se hizo. Uno verde de raso y con un mantón bordado en colores fue el último que se hizo hace cuatro años y ella me dijo: «Lina este será mi último traje de flamenca».
¿Va Lina a la Feria de Abril?
No, ni a la Semana Santa. Siempre me ha cogido trabajando. Ahora estoy cansada. Son ochenta y dos años y lo único que me apetece es estar en casa. Venir al taller y ver a mis hijas para saber que todo sigue bien. Estar con ellas. Mi vida es esto y mi familia.
¿Pensó alguna vez acabar su carrera con la máxima consideración?
Jamás. Nunca pensé en cómo sucedieron todos los logros de estos años. Estoy recompensada con todo y con todos. Veo a mis hijos y a mis nietos, bien situados, a pesar de esta crisis que tenemos encima, pero a todos los veo independientes y estoy por eso muy tranquila.
¿Qué le gusta más de la vida?
Las personas. Me gustan las personas, sea la señora de la limpieza o la más alta de la sociedad. Me gusta hacer feliz a las personas. Me encanta.
¿Qué le da miedo?
La enfermedad. La enfermedad me da más miedo que la muerte. La muerte no me da miedo.
Decía el Beni de Cádiz que era además «un trámite que tenemos que hacer todo el mundo».
Además que es verdad (risas).
¿Qué es el flamenco?
Yo creo que es un rebujón de todo el arte de todo el mundo. Lo metieron aquí en Sevilla con el que hicieron un gazpacho. No he visto más nombres que tiene el cante jondo. Tienen el ritmo de los negros, de los moros… Es un gazpacho.
¿Qué receta tiene para ser feliz?
Yo creo que no sentir envidia. La envidia no debe existir. No ponerle ningún impedimento nunca a ningún compañero, ni para entrar a nadie en una casa. Lo veo incluso de un mal estilo tremendo. A mí me entristece mucho. Yo nací en una época muy mala, en el año 1932, y he conocido en todos estos años muchos empujoncitos. Yo en mi vida he intentado vivir sin envidia y sin rencor.
Ahora en las pasarelas flamencas se ven hasta gitanas con alas de plumas de colores, ¿cómo ve la maestra de los volantes la actualidad de la moda flamenca?
Veo mucha afición. No se trata de gustos. Esto no es si me gusta más el menudo que la paella. Tendrían que estudiar la manera de dar lo mejor de sí, más que en llamar la atención. No hay que desbordarse. Tú dices que yo soy la maestra de los volantes y lo dice incluso la gente, pero yo sería incapaz de decirlo. El traje de flamenca hay que hacerlo basándose en el traje de flamenca de Sevilla no en llamar la atención. Yo he vivido Sevilla desde joven, la adoro, la conozco y la he intentado plasmar siempre en mis trajes. Nunca he pensado en Puerto Rico, ni en Méjico… Yo me he criado podría decirse con Farruco, con las cavas de los gitanos, yo los veía cuando iba a la tapia del cementerio a coger tejos para jugar al pulpo…
¿Es la humildad una buena herramienta para llegar lejos?
Creo que es básica para una persona. Los empujoncitos no sirven para nada. Cuando los recibimos, hay que quedarse parado, dejarlos pasar y seguir en lo nuestro lo mejor que se pueda. Se duerme mejor cuando se es humilde.
El día que falte, que esperamos sea dentro de muchísimos años, ¿cómo quiere que le recuerde Sevilla?
Como la madre de Rocío Montero, Lina.