Carmen Posadas y Marta Robles
Escritoras
Dos grandes amigas, escritoras, cultas, distinguidas y prácticas se unen para escribir “Usted primero”. Un manual de buenas maneras actual para el mundo que convive con las nuevas tecnologías basado en la generosidad y tomando la elegancia como antídoto para no hacer daño a nuestros semejantes.
El Papa es para ellas la persona más elegante del mundo, por su generosidad y valentía. Una manera nueva de ver los códigos de protocolo hasta ahora vistos con un carisma un tanto trasnochado y cursi. Corra a la librería “usted primero” a hacerse con uno de ellos que a continuación iré yo. Lo necesitamos.
Tengo un facsímil del Manual del Hombre Fino en casa. En él vienen cosas curiosas como que no es de señores escupir en público… ¿De qué manera han evolucionado las buenas maneras?
Marta Robles: Pues mira, si hablas de escupir en público y te vas a China verás escupiendo a diestro y siniestro. Lo de escupir como cualquier otra norma tiene mucho que ver con el espacio geográfico en el que te muevas y en el paso del tiempo. Las normas y los códigos de conducta como en la mayoría de las religiones tienen mucho que ver con unas reglas que facilitan la vida de las personas. Para evitar, por ejemplo, que se pongan enfermas. Tienen sentido en cada etapa y han ido evolucionando en la medida que nuestra sociedad lo ha ido haciendo. Siguen habiendo códigos que tienen vigor en todos los estratos sociales y en todas las tribus urbanas, más y menos modernos, grafiteros y aristócratas. Otras se han quedado obsoletas y han desaparecido.
Carmen Posadas: Luego hay campos que antes no existían y es todo en torno al mundo Internet. Territorios sin ley amparados en el anonimato que permite una gran cantidad de tropelías que no sucederían si tuviesen que poner sus caras. Este libro habla precisamente de cómo se están codificando las buenas maneras en Internet. ¿Cómo usar Internet? Como por ejemplo: ¿Se puede dejar a un novio por Whatsapp? o ¿cómo escribir un correo electrónico dependiendo si es de carácter personal o profesional? Todo eso el sentido común lo va codificando de alguna manera.
¿Qué les impulsó a escribir juntas «Usted primero»?
M.R.: La historia surge a partir de nuestra amistad. Nosotras somos amigas hace muchos años, comemos con mucha frecuencia y nos hemos contado de todo siempre, de todo, de todo, personal, profesional… Entre nosotras estaba la pasión por querer escribir un libro sobre las buenas maneras. Existe un libro británico que es como la Biblia de las buenas maneras, que lo tenemos como referencia y lo han tenido como tal cantidad de intelectuales a lo largo de la historia. En él se recoge una definición de elegancia que nos llamó especialmente la definición. Dice así: La elegancia no es ir bien vestido, ser encantador o ser rico, sino que la elegancia es no hacer daño a los demás. A partir de esta referencia surgió la idea de juntarnos para escribir nuestro punto de vista desde el humor, desde la observación, desde la investigación, compartiendo nuestras lecturas. Rebuscando en nuestros conocimientos en literatura, arte… para hacer un libro casi de filosofía de vida en el que no nos mostráramos por encima del mundo ni muy pedantes. Simplemente mostrar lo que habíamos aprendido y vivido para que todas esas reglas no escritas por nadie pudieran servirle a los demás para estar más cerca de lo que de verdad querían.
C.P.: Decía Aristóteles Onassis que los ingleses habían conquistado el mundo con tres palabras: por favor, perdón y gracias. Y yo añadiría: «Y además yo con ellas me he hecho multimillonario». Los ingleses han sabido muy bien que las formas muchas veces es tan importante como el fondo. Por eso desde tiempos inmemoriales y, en concreto, desde el siglo XVIII han codificado todas esas reglas no escritas que no solo facilitan la vida y la convivencia, sino que además te ayuda a interpretar al otro. Nosotros estamos continuamente mandando mensajes subliminales todo el tiempo con la forma de estar sentado, con las palabras que usas al hablar, con el pañuelo que llevas en el bolsillo… Todo eso son mensajes que de forma inconsciente le van creando a la otra persona una imagen de ti mismo. Nosotros pretendíamos con este libro poner en negro sobre blanco todas esas normas para poder mandar los mensajes de nosotros mismos que deseamos.
¿Existe un decálogo de las buenas maneras? ¿Algo así como los diez mandamientos?
M.R.: Más bien existe una norma que es no hacer daño a los demás. Hay una frase de Kant que siempre decimos «No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti». En definitiva ese es el espíritu en torno al que giran las buenas maneras. Si no quieres hacer daño no lo haces ni con las palabras, ni con la obra, que implica una generosidad, unas normas y unos límites. Puedes ser muy divertido, muy excéntrico pero siempre con los límites del que tienes al lado.
C.P.: Ser generoso además es mucho más rentable de lo que a veces creemos, porque si haces sentir al otro que es importante, que lo que le pasa significa algo para ti te convierte en una persona extraordinariamente atractiva. La persona que es generosa contigo inmediatamente te empieza a parecer mucho más agradable.
M.R.: Sobre todo porque todos tenemos un punto de vanidad y la seducción parte de sentirnos importantes y maravillosos. El que te escucha te hace sentir en un ser único.
Se ha generalizado mucho el tuteo, incluso en alguna compañía aérea para dirigirse a los pasajeros… ¿Usted o tú?
M.R.: Depende del momento. Yo señalaría algo como importante y es que tiene que existir igualdad en el tratamiento. Es decir, a mí me parece fatal y eso que antes estaba bien considerado que una persona tenga que llamar de usted a alguien que le habla de tú. Por ejemplo, una secretaria de las de antes a su jefe. El de tú y ella de usted. Las relaciones deben estar equilibradas en el trato. Si te hablan de tú pues tuteas y si te hablan de usted no.
C.P.: Hay una confusión moderna que a mí personalmente me molesta. En los hospitales hay muchas enfermeras que hablan a los pacientes de tú desde a los niños de cuatro años hasta el señor de ochenta. Este señor se merece un respeto y en cambio se lo faltan con la excusa de que es más cercano y cariñoso el tuteo. Me parece espantoso. Esa persona no lo va a entender porque es de otra edad.
Incluso a los padres antes se les hablaba de usted…
¿Se es elegante o se hace uno elegante?
C.P.: Hay que ser naturalmente elegante por que se sea generoso y buena persona. Todo el mundo desgraciadamente no es bueno y para eso se han creado estos códigos de buenas maneras. Para quien no sea virtuoso o buena gente al menos lo parezca.
M.R.: Aristóteles de hecho decía que si naces generoso per se es una característica de tu personalidad y si no eres virtuoso tienes que trabajar en ello. Es decir, si a ti no te cuesta bailar bien no es una virtud, sino un don. En cambio si no naces con ello y te esfuerzas hasta conseguirlo eres virtuoso. No tiene que ver desde luego sólo con vestir, sino con el movimiento. Hay culturas orientales que impregnan en sus habitantes un áurea que les hace distinguidos como los masái. Te encuentras con familias en las que hay personas muy elegantes y otros que son unos gañanes. De ahí el dicho: De una sangre pareja salen las crías cambiadas. A unos les toca una cosa y a otros otras, ¿qué le vamos a hacer?
C.P.: Ser elegante puede aprenderse, simplemente siendo buen observador, que todo el mundo no lo es.
¿Es un buen ingrediente la humildad para preguntar?
M.R.: Por supuesto.
C.P.: ¿Qué duda cabe?
M.R.: Para todo además. No sólo para ser elegante.
C.P.: La gente está encantada de ayudarte y además creas por ello una simpatía. Mucha gente se sirve como si fuera un camarero cogiendo los cubiertos de servir con una sola mano que además es dificilísimo. Los camareros lo hacen así porque en la otra mano llevan la bandeja pero el resto no tiene sentido. Eso pasa porque no han preguntado jamás.
M.R.: Estamos empeñados en que lo bueno siempre es dar. A veces para crear empatía tienes que pedir y pedir un favor. Lo decía Benjamin Franklin y con mucho éxito porque así acercaba al adversario un poco más hacia él. Cuando a alguien le preguntas o le pides que te enseñe algo, una vez más al hacer sentir al de enfrente importante, casi que le estás haciendo un favor.
Hay quienes quedan con uno para comer y están dando continuamente prioridad al móvil sobre la persona que tiene delante. Conozco algunos casos concretos que están tan pendientes de su teléfono sobre los que tienen delante que llegan a ser maleducados. ¿Ha hecho mucho daño el teléfono móvil en las relaciones humanas?
C.P.: Además de ser de muy mal gusto es que en ocasiones llega a ser delictivo. El otro día en el apuñalamiento que hubo en el Metro de Londres de un loco que empezó a gritar «¡esto va por Siria!» los transeúntes estaban grabándolo en vez de ir a socorrer a los heridos.
M.R.: Tenemos que hacer una diferenciación. Yo creo que no hay nada más importante en nuestras vidas, que ha hecho que nuestro mundo sea más redondos y que los seres humanos sean más seres humanos que las tecnologías. De hecho, hay un Premio Nobel de Ciencia que dice que el intercambio de conocimiento sólo es propio de los seres humanos, que realmente gracias a las redes sociales se ha multiplicado y que nos ha hecho más humanos de lo que éramos antes. Yo creo que el móvil ha facilitado tantísimas cosas en el mundo… Me parece casi un milagro que pueda estar hablando con mi hijo que está en la otra parte del mundo y pueda hablar con él. Ha favorecido muchísimas cosas. Otra cosa es que tengamos que adaptarnos. Siempre que damos un paso adelante, como con la invasión de las nuevas tecnologías, tenemos que adaptarnos. Eso requiere un protocolo y unos códigos de comportamiento para que todo eso que es tan fantástico lo siga siendo y no se convierta en un disparate. Es lo que hemos recogido en nuestro libro.
En una invitación dos grandes incomprendidos: «Se ruega confirmación» y «Etiqueta». ¿Qué hay que entender en esto para que confirmen y se cumpla con la etiqueta pedida?
C.P.: Nadie confirma. No lo entiendo. Si no vas a algo debes confirmar igualmente y si no quieres cumplir la etiqueta quédate en tu casa. Hay un poco de confusión en esto. Hay quienes dicen: «Yo soy muy auténtico o muy claro». Hay que decirle a esas personas que son realmente unos bordes y maleducados. Como soy muy auténtico me pongo a remover el café con un dedo… (risas). Hay una confusión entre ser una persona natural, sin artificio, y otra ser un maleducado. El exceso de naturalidad es una grosería.
M.R.: Es una cuestión de respeto. Vamos a ver, hay sitios en los que se da por hecho el «dress code». Como cuando vas a una casa a cenar… Ahí te tienes que aguantar si alguien no va como crees que debería. Pero si hay una invitación por medio con un «dress code» es una cuestión de respeto con el que te invita. Si quieres ir ve como quieren que vayas y si no te quedas en casa.
Me llama mucho la atención el afán de la Reina Doña Letizia por hacer carantoñas a la Princesa de Asturias y a la Infanta Doña Leonor en público como si en la intimidad no hubiese tenido ocasión de hacérselas menos expuestas…
C.P.: De eso hablamos precisamente en el libro. Son personas públicas y como ocurre con algunos actores en el photocall que se empeñan en besarse en público. Oiga usted, véngase besado de casa.
M.R.: Hay que venirse besado de casa y llorado de casa. Besado porque las parejas que se besa tanto en público me hace que pensar si realmente en la intimidad son así. Por aquello de dime de qué presumes y te diré de qué careces. En los funerales pasa igual. Antes se contrataba a unas plañideras para que lloraran y se ponían a chillar. Hay plañideras hoy sin contratar. Hombres y mujeres que llegan a un entierro y parece ser que quieren ser el muerto en el entierro, el niño en el bautizo y el novio en la boda. En las bodas son los que más saltan y en los entierros son los que más lloran, más que toda la familia.
En España somos de grandes entierros más que de grandes homenajes…
(Risas).
M.R.: Menos que en Afganistán que empeñan hasta las cabras para hacer grandes entierros.
¿Sería interesante incluir en educación primaria una asignatura de buenas maneras? Siempre lo he pensado junto a educación vial de tal manera que se saliese del instituto con carnet de conducir…
C.P.: De hecho a mi nieta le están enseñando en la escuela educación vial y tiene tres años. Lo que pasa es que las buenas maneras tienen el horrible defecto de provocarnos una idea preconcebida de relacionarlo con ideas de protocolo cursis y trasnochadas. Habría que cambiarle el nombre para que la gente no se eche para atrás al oírlo. Enseñar a un niño todo lo que antes te enseñaban en casa sería perfecto. Hay una manía de los padres por pensar que el colegio educa. Los valores y la educación se adquiere en casa. Lo que da el colegio es formación. Entonces se agradece mucho cuando un niño sabe comerse los macarrones. Mis nietos eran educadísimos. Desde que van al colegio son unos cafres (risas). Copian a los otros.
M.R.: Vivimos además unos momentos en los que los niños se han convertido en tiranos. Les damos más importancia que al resto de los mortales. Hay una figura en psicología que se estudia y que tiene que ver con que el exceso de protección puede llegar a convertirse en maltrato. Hay niños que llegan al colegio y que no saben limpiarse bien el culete, ni comer solos. Esos niños son como los de la jungla y con tal de que hagan lo que ellos quieran no les enseñan nada. Les están cortando sus posibilidades de crecer.
C.P.: No se puede hablar de disciplina porque suena a internado inglés con látigos. No se puede mencionar porque traumatiza. Al niño que no se le enseña desde pequeño difícilmente aprenderá de mayor.
¿Cómo era Carmen Posadas y Marta Robles en sus más tiernas infancias?
C.P.: Yo en mi casa tenía una educación muy victoriana que a día de hoy no he perdido. Mi padre era de una de esas familias educadas a la inglesa. Uno no se queja nunca. Uno no llora. Uno no hace aspavientos. Tenía esa forma de ser. Mi madre era todo lo contrario. De esas familias desparramados, apasionados, que gritaban… Entonces yo tuve que elegir y me quedé con la de papá. De vez en cuando me sale la rama de mi madre y me llega a dar miedo.
M.R.: No sabría decirte. Yo de pequeña tenía muchos complejos, porque era una niña larga, larga, larga y flaca, flaca, flaca. Llena de brazos y de piernas. Pasé de patito feo a cisne de un día para otro y nunca me lo llegué a creer del todo porque me parecía increíble. Tenía una casa muy tradicional. En mi casa, mi padre era empresario, trabajaba muchísimo. Era un hombre disciplinado que le prestaba a los niños la atención justa, mientras que yo era de colegio de mojas con mi mamá pegada a nosotros. Entre las circunstancias curiosas que recuerdo de mi vida de niña hay alguna, como que la relación máxima con mi padre era la partida de ajedrez de los fines de semana. Tenía que jugar con él sí o sí o no tenía paga. Era fundamental para mi jugar (risas). En el momento que le gané al ajedrez mi padre dijo: A partir de ahora dejaremos de jugar (risas). Nunca lo imaginé. Ganarle me liberó.
¿Tienen una receta para ser feliz?
C.P.: Yo no persigo la felicidad. Persigo la serenidad. La felicidad son momentos puntuales. Un gin tonic o la visita de mis nietos me aportan eso y me pone muy contenta.
M.R.: Nunca he pensado que exista la felicidad como tal. Creo que hay que ser muy simple para pensar en un mundo feliz sin pastillas de soma como el que describía Aldous Huxley. La felicidad la puedes tener siempre en momentos determinados y siempre viene a través de las personas a las que quieres. Siempre viene a través del amor, del cariño, a través de los sentimientos. Por eso lo que persigo en la vida es ser una buena persona. Siendo una buena persona es como más amor das y como más amor recibes.
Última pregunta, ¿a quienes admiran?
C.P.: Como persona elegante al Papa, porque es muy elegante en el sentido que nosotros retratamos porque intenta ayudar a los demás y por ser tan valiente. No hay que fijarse tanto en si lleva los zapatos colorados o el manto de armiño como con el otro Papa, sino en lo que realmente importa.
M.R.: El Papa lo hemos puesto en el libro como hombre de referencia. La Reina Sofía es otra señora elegante y generosa. Me gustaría destacar también a todos los misioneros que están por el mundo y que son las personas que merecen la máxima admiración. No sólo por el trabajo que ellos desempeñan, sino porque gracias a ellos podemos tener un mundo más completo viviendo el resto en este mundo de Yupi, este mundo de cristal que vivimos al margen del mundo. Esas personas son de la máxima admiración.