“Dejemos en el camino, personas y privilegios a favor de vivir más cercanos de nuestra verdad más verdadera”
Todo lo valioso requiere de valor, valga la redundancia. Parece una obviedad pero merece la pena reflexionar sobre el valor como ingrediente fundamental para, acompañado de amor y razón, lograr los objetivos vitales con los que se nos derrama la vida, etapa tras etapa. Vivimos tiempos confortables en cuanto a la generalidad de esta sociedad borrega que, a diferencia de otros tiempos de nuestra historia, prevalece el inmovilismo a cambio de un sosiego mediocre por encima de las grandes aspiraciones que nos motiven a luchar y pelear como gato panza arriba. Sin perder el Norte y conscientes de nuestras limitaciones, abogo por salir de la zona de confort buscando la plenitud, a riesgo de que en el camino tengamos heridas, que acabarán siendo medallas de guerra; peajes y dejemos en el camino a personas y privilegios a favor de vivir lo más cercano a nuestra verdad más verdadera. Soy aficionado a la lectura de biografías y me intento poner los zapatos de otros que nos antecedieron en infinidad de campos, como la política, las artes, la empresa, la comunicación… tomándolos de ejemplos y aterrizándolo en la realidad que me rodea para aspirar a esa fortaleza mental que me avale en cada gesta que inicio. Sé lo que es ganar, pero sin duda sé lo que es perder y gracias a perder batallas gané algunas guerras a mi corto entender y que fueron forjando el hombre que soy. Esta carta de noviembre, que arranca lluvioso para mayor gloria de nuestro campo andaluz, quiero que sirva como un reto sugerido. Salgamos ahí fuera inconformistas y luchando, como si sólo viviésemos una sola vez. La vista es la que trabaja, para ver lo que queremos ser, alcanzar, pero también para elegir los caminos, midiendo fuerzas y conscientes de que no hay enemigo pequeño. Conscientes y lógicos en su justa medida, lanzarnos a librar la batalla vital que nos conduzca a la conquista de la felicidad razonable, con aristas y sujetos a la máxima de que el mundo ni es perfecto, ni siempre es justo. Con todo eso armarnos de argumentos y dar los pasos hacia nuestros objetivos, sin que nada, ni nadie, se ponga por delante. No hay muro, por alto que sea, que no sea limitado y finito en esta vida. Huyo de los grises y de los hombres y mujeres neoprenos que entran y salen del agua sin mojarse. Quizás no, seguro que es más práctico y cómodo. Nunca busqué lo práctico. Antepuse la estética a la comodidad. Siempre. No solo la estética en campos, como la decoración o la moda, el urbanismo o el civismo, en este mundo gritón y cada vez más vulgar. Busco la estética del alma. Por eso entre mis objetivos está limpiar mi entorno de personas tóxicas y que hagan de tope y freno. Busco a los disfrutones, vitalistas y a los que madrugan, sin certezas, ni dudas, por los sueños. Emprendedores, triunfadores en potencia que no se rinden, pese a los obstáculos, sean de forma, circunstancias o materializado en personas. Desde que soy un niño me gustó lo difícil y me dejé influenciar lo justo para echar el día en la calma lógica, pero sin renunciar a mis objetivos. La vereda no la suelto jamás, por tierra, mar y aire. ¿Sabe qué? Que volvería a andar los pasos que anduve. Eso sí, con el conocimiento adquirido en cada caída, ahora me costaría menos llegar a los puertos que alcancé, sin ser ninguno de ellos gratis. Todos costaron y casi siempre mucho, pero valió la pena. Libres, arrojados, con vista y suficiente tacto para vivir en sociedad, sin dejar que esta se lleve por delante nuestros sueños. En ese sentido admiro con toda mi alma a todos los locos que me he cruzado en la vida. Aprendí siempre y sigo haciéndolo de los tarados según los cánones establecidos por la tribuna que soporta el sopor de la homogeneidad y repele el valor de la diferencia. Esta carta es una llamada, en cierto modo, a la incomprensión. Si tenemos en ese camino enemigos, estaremos haciendo algo bien. La mediocridad reinante no soporta el éxito ajeno que le hace caer en evidencias incómodas. Por eso conozco a muchos baluartes de la verdad, los valores absolutos y la razón impepinable que no han pasado emocional, ni socialmente, de la tercera división. Con esta reflexión quiero al menos que le haga pensar. No para que piense como yo, sino para que piense como iniciar o retomar el camino que le lleve a sus objetivos vitales que le hagan vivir en paz y plenos con aquello que nos hace o haría feliz. La felicidad entendida en el caso de los más valientes como reto, un camino y un peaje por el que hay que pagar gustosos un alto precio. Sobre todo, el precio de fiarse de los cobardes. Aunque la vida no está para complicársela, soy de los que me implico y me revelo, me posiciono, abriéndome en canal. No es el camino cómodo. Pero, para una vez que se vive, quiero estar en ese bando. El valiente se enfrenta. El cobarde traiciona.