13 Dic, 2024 | cartas del director


Llegan los días en los que todos volvemos a ser los niños que fuimos. El adviento es una oportunidad que sigue oliendo a nuevo, a estreno. Una ocasión para los católicos para con motivo de la preparación para la venida de Nuestro Señor levantar la mirada y abrir nuestros corazones para recibirlo con la Esperanza de Su Salvación. Siempre digo que creer en Sevilla no tiene el más mínimo mérito. Y esta navidad, con carisma cofradiero y con independencia de la necesidad de una mesura en este sentido, está siendo una vuelta a la verdad absoluta y a lo que debemos apartar de nosotros para estar preparados para el anuncio con Su nacimiento del Mejor de los nacidos. Sevilla sigue siendo cantes de adoración y gloria, activación de la labor de las parroquias, hermandades, entidades, instituciones y de una sociedad civil que me atrevo a reconocer ejemplar. Sevilla es generosa y el sevillano se siente un afortunado en la vida y, consciente de ello, saca su mejor versión para hacer camino al andar en una sociedad sorda y ciega con el dolor ajeno en condiciones normales. Vivo la inminente Navidad con las vísperas de una ciudad que como nadie las vive y proyecta. Las caras de los niños de Sevilla siguen siendo un viaje en el tiempo que nos recuerda a los viandantes nuestra más tierna niñez, cuando en un cielo de bombillas y entre belenes de iglesias y el emblemático de la Fundación Cajasol, con sus globos apuntando al cielo, nos traslada a un tiempo idílico de sueños de Oriente y promesas de ser más obedientes, mejores estudiantes y niños buenos. La navidad sigue siendo esa invitación a abstraernos de nuestros intereses cruzados para volver a ser los niños que fuimos, y retomar esos olores a mazapán y aguardiente que nos evoca a abuelos, tíos y anécdotas de mesa camilla y retahílas de los niños de San Ildefonso y la pedrea. Sigamos escribiendo nuestras cartas, porque los Reyes siguen siendo magos y porque Sevilla sigue siendo el puerto donde llegarán cada 5 de enero para hacernos llegar al disloque por un puñado de caramelos. Maná de glucosa que sabe a infancia. Tomemos este tiempo como una oportunidad a tiempo para ser mejores, amigos, vecinos, parejas, ciudadanos. Regalemos el buenos días, buenas tardes y buenas noches. Cedamos el sitio en la carnicería y al salir del restaurante o la sala de espera. Huyamos de la queja y trabajemos la gratitud, la alegría, el optimismo. No dejemos entrar al viejo que todos tenemos pisándonos los talones y vivamos como niños en el Cortilandia de nuestra niñez. Apuremos estos días de reencuentros y buenos deseos para rescatar la inocencia que perdimos y, sin perder la picardía que nos trajo los años, sigamos siendo aquellos revoltosos con bondad en el corazón y sin más aspiración que el disfrutar en nuestra realidad, como aquellos niños que fuimos y en el fondo somos. Esta Navidad no puede irse como llegó, camuflada en salidas extraordinarias, más de la Cuaresma que del Adviento. Esta Navidad sigue siendo el viaje emocional al origen con el nacimiento de un Niño Dios que llegó en un mundo convulso, rodeado de incertidumbres, pero con el amor más puro jamás conocido. Al pisar y postrarme en mi viaje a Tierra Santa en el establo donde fue a parir María comprendí que en la sencillez de un pesebre nació el Mensaje de Amor más fuerte que ha nacido jamás. Allí empezó a reinar en la más absoluta humildad quien dos mil y tantos años después sigue juntándonos en torno a una mesa y en Su nombre para rescatar voluntades, teléfonos y llamadas que nos proponen brindis llenos de buenos deseos y nobles sentimientos que nos hace mejores como sociedad. En enero volveremos, con las energías renovadas y los bolsillos llenos de intenciones con los que tendremos que construir una felicidad asumible que equilibre nuestro quiero con nuestro puedo hasta el próximo Adviento. ¡Feliz Navidad!

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