FIRMA INVITADA
La Semana Santa, parece mentira, ha acabado este 2025 con el fallecimiento del Santo Padre justo el día después de la celebración de la Resurrección de Jesucristo.
El mundo fijaba desde el 21 de abril todas las miradas al Estado Vaticano, inmediatamente empezaron a ondear banderas a media asta y a doblar campanas de difuntos llorando la muerte del Papa Francisco.
Sin duda alguna, el pontificado de Francisco ha sido diferente, especial, desde el primer día al último. Incluso desde antes de ser elegido Sumo Pontífice, su papado ya estaba especialmente señalado por la presencia de su predecesor.
Francisco, quien no ha estado exento de suscitar polémicas, ha vertebrado sus 12 años de pontificado en un acercamiento a, como él mismo las llamaba, las periferias. Quizá en un mundo más polarizado que nunca, el Papa optó por acercarse a los que más necesitaban ser escuchados. Ha viajado a los fines del mundo, del que él mismo decía proceder. Ha marcado, sin lugar a réplica, a toda una generación de jóvenes con el ya inolvidable “Hagan lío”.
Francisco hizo lío, hizo mucho lío. Simpatizó especialmente con la juventud de la Iglesia cuando quizá más falta hacía. Les puso las pilas y les invitó a “no aflojar”, les hizo ser conscientes de que la Iglesia y el mundo les necesita aunque parezcan estar olvidados. Dedicó su vida a recordar a los creyentes y a anunciarles a los no creyentes que Dios es misericordia, que Dios es Amor y que el Evangelio es alegría, que la seña de un cristiano es la alegría, que un cristiano “avinagrado” es un mal cristiano.
En sus múltiples escritos, cartas y encíclicas, cuyo legado trasciende todo lo habido y por haber, ha hecho hincapié en la fraternidad como eje fundamental de la vida del cristiano, en el cuidado de la casa común, no en ecología, en el cuidado de la creación y como obra, regalo y templo de Dios. En su última encíclica “Dilexit nos” retomaba la devoción al Sagrado Corazón de Jesús ponía de relieve el amor y la entrega de Dios para con los hombres, en un momento de especial convulsión y guerras.
Recuerdo unas palabras de Joaquín Sabina en cierto programa de televisión en las que afirmaba, con su ironía y socarronería propias, que este Papa le preocupaba porque “este, a diferencia de los anteriores, cree en Dios”. Aunque esta afirmación sea evidentemente muy discutible y rebatible, desde luego pone de manifiesto que la vida del Papa Francisco ha sido una vida de entrega a Dios, al mundo y a los valores del Evangelio. Ha sido, sin lugar a dudas, un hombre de Dios y un hombre bueno.
El que venga, Dios dirá. Por ahora y hasta entonces, el corazón de los católicos se encuentra a media asta.
Texto: Enrique Galán