Firma invitada
Llega julio y, por circunstancias obvias, entramos en mes electoral, para gracia de unos y descontento de otros. Nunca llueve a gusto de todos.
Lo que sí no podemos ni negar ni olvidar es que una campaña electoral es el fiel reflejo de nosotros mismos; las promesas, las imágenes, los mitines, las frases, los eslogans, son claro espejo de lo que somos y, sobre todo, de lo que no somos.
En las campañas políticas (a las que estamos acostumbrados, por lo menos) abunda el tirarse los trastos a la cabeza antes que el confrontar ideas de forma razonable, abunda el parecer por encima del ser. Se hacen mil y una promesas a gusto del consumidor, sin importar mucho el que estas se cumplan o no, con tal de regalarle el oído al mayor número de personas posibles. Se llenan las calles de carteles, frases llamativas, pasquines, anuncios por todos lados cuya única intención es que tú seas el palmero de x persona y deposites en la urna tu papeleta con su nombre. Da igual quién seas o cómo seas y, más aún, a ellos mismos les da igual cómo o quiénes son realmente ellos, se ponen la máscara y ponen la máquina a funcionar.
Si lo pensamos fríamente, ¿esto es solo política? No, estos somos nosotros.
Vivimos en el reino de la prisa, el de querer llegar a todos lados para contentar a todo el mundo. Nos hemos instalado en el más puro y duro bienquedismo.
Hemos olvidado quiénes somos de verdad por pensar en cómo de bien o de mal nos quedará la foto.
Debiéramos hacer las cosas por lo que sentimos y por pasión a lo que hacemos y no por cómo de bien o de mal quedarán de cara a la galería, hemos obviado el ponerle amor y empeño a las cosas, hemos olvidado qué es o qué significa tener una vocación. Ahora hay médicos que empiezan la carrera de medicina por el simple (aunque arduo) hecho de haber obtenido un 14/14 en el examen de selectividad, hay abogados que lo son por tradición familiar o porque ‘es que da caché’. Realmente, ¿hacemos lo que queremos de verdad? ¿Hacemos las cosas de la mejor manera posible?
Somos rutinarios y obviamos que los pequeños detalles marcan la diferencia porque no le ponemos verdadera pasión a las cosas, cada uno va de aquí para allá pensando en lo suyo y viviendo en una burbuja en la que no existe todo lo que nos rodea.
El límite de velocidad es 120 pero si podemos ir a 140 mejor, ¿importa el paisaje que podamos ver en el trayecto? No. Nos lo estamos perdiendo, nos estamos perdiendo la vida que pasa ante nosotros porque perdemos el tiempo en intentar congelarla en un post o un pie de foto bonito para que los demás nos vean y seamos los más guapos del barrio. ¿Nos importan los demás? No. ¿Nos importamos nosotros? No. Nos importa la imagen que podamos proyectar o no y la opinión que puedan tener o no de nosotros y con ese fin hemos sacrificado todo lo demás.
No lloramos no vaya a ser que seamos demasiado sensibles, no reímos no vaya a ser que seamos demasiado eufóricos, no decimos te quiero no vaya a ser que se den cuenta que tenemos sentimientos y eso sea un problema.
Nosotros nos merecemos decir un te quiero y los demás se merecen escucharlo, nos merecemos llorar, reír, saltar y disfrutar de la vida a fondo, hacer las cosas de verdad, apasionadamente, convencidos realmente de lo que estamos haciendo. Nos merecemos ver al que tenemos enfrente como es de verdad y no como parece o pretende parecer.
Cuando votes, vota por ti, por lo que eres, por lo que fuiste y por lo que puedes llegar a ser, pero esta vez de verdad.
Cuando vivas, no te olvides del amor, del cariño, de la ternura, de la pasión, del esfuerzo, del trabajo, del empeño, del ir un poco más despacio. Todo lo demás, postureo. Que yo no digo que lo sea, pero al menos lo parece
Texto: Enrique Galán Gómez