23 Mar, 2016 | Blog

Por José Antonio Rodríguez.

Álvaro Pastor Torres… y de los Santos -de El Viso del Alcor- y Cansino -la rama paradeña de este apellido que entronca con la mismísima Rita Hayworth, cuyo abuelo era primo del bisabuelo de nuestro entrevistado- (Sevilla, 1966), historiador, profesor, escritor, crítico taurino y aprendiz de fotógrafo.

Es hermano de la Soledad, cofradía del Viernes Santo, aunque las necesidades de la época la convirtieran en la hermandad que cierra, cada año, la Semana Santa, en la víspera de la Pascua.

Históricamente, ¿la aristocracia se acercó a las cofradías o fue al revés?

Se dieron las dos cosas. La aristocracia, sobre todo la de título reciente, buscó dar el lustre histórico del que carecía, vinculándose con cofradías de larga raigambre nobiliaria. Y también las cofradías, claro está, buscaron la protección económica, política y hasta social de las élites que controlaban gran parte de la propiedad de la tierra y muchos cabildos municipales.

¿A quién benefició más, a las hermandades o a los nobles?

El beneficio fue mutuo. Do ut des.

Se puso muy de moda que las hermandades presumieran en su título de Real, ¿no?

La titulitis es una de las muchas “enfermedades” que aquejan a las cofradías y eso se ve bien en los interminables membretes y encabezamientos de los sobres y los documentos. Pero quizá sea de los pecados más veniales, pues bien mirado los hay mucho peores. Lástima que no aprendieran de don Miguel Mañara que en la Santa Caridad prohibió todo escudo heráldico y dejó claro cuáles eran las verdaderas armas de Jesucristo: la tenaza, la lanza, el martillo, la columna, el flagelo… y por supuesto la Cruz.

De las que hoy día ostentan el título, habrá muchas que no lo tengan ni documentado, ¿no?

Ya se sabe que una mentira repetida mil veces puede acabar pareciendo una verdad, incluso para el que la inventó. En algunos casos hay mucho de tradición oral y casi siempre muy pocos “papeles” para demostrarlo. Hoy la concesión de ese honor está más “normalizada”, pero antes que un monarca visitara la iglesia donde radicaba una cofradía podía tomarse como excusa para añadir el título de Real, algo así como aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid… cuando no eso tan sevillano de “es que fulanito, que es de nuestra hermandad, siempre ha estado muy cerca del rey”, pero lo que no dicen es que era su chófer o su ayuda de cámara, por ejemplo.

¿De todos los aristócratas que se han confesado cofrade, cuál le ha parecido, el más singular?

Don Miguel Mañara, caballero del hábito de Calatrava, al que documenté pidiendo limosna por las calles para su cofradía de la Soledad a mediados del siglo XVII, dado su cargo de Diputado de la junta de gobierno. O don Rafael Manso y Domonte, IV marqués de Rivas del Jarama y marqués consorte de Tous y de la Cueva del Rey, que mantuvo viva la llama de la devoción a la Soledad desde los difíciles años de la invasión francesa hasta la reorganización de la cofradía en 1860. Cuando la mayor parte de la nobleza desertó y se alejó de la hermandad, él siempre estuvo ahí luchando contra viento y marea, primero en la capilla del convento del Carmen y más tarde en el “exilio” de la parroquia de San Miguel.

¿Ha sido Cayetana de Alba el último eslabón de esta escalera?

Mecenas va unido a poder económico, y la nobleza de hoy, salvo contadas excepciones, algunas muy públicas, se tiene que levantar a la misma hora que usted y que yo para ir a trabajar a su oficina de banco, a su estudio de arquitectura o a su despacho de abogado. Las donaciones importantes ya vienen más de la mano de empresarios de éxito.

Es sabido que muchos de ellos han donado frecuentemente piezas de gran valor a hermandades. ¿Cuál destacaría?

La ya citada Cayetana de Alba o la duquesa de Osuna, que prestaba las joyas de la Casa para adornar el manto de la Virgen de las Aguas del Museo.

¿No le parece que los últimos Reyes han venido poco a ver la Semana Santa?

Si para muchos Semana Santa es sinónimo de unos días de vacaciones relajadas y con buen clima, pues está claro que Mallorca es uno de los destinos ideales; afortunadamente, porque aquí hay siempre mucha bulla.

La Soledad de los Maestrantres

 A la Soledad no le hizo falta vincularse con la Real Maestranza porque ya los tenía dentro, ¿no?

Sí. Y eso lo ha demostrado muy bien mi buen amigo Ramón Cañizares Japón en su libro La Hermandad de la Soledad: devoción, nobleza e identidad en Sevilla (1549-2006). Solo hay que repasar las listas de caballeros maestrantes entre los siglos XVII al XVIII y cotejarlas -como hizo Ramón- con las nóminas de hermanos de la cofradía para constatar numerosas similitudes. Muchos Tenientes de Hermano Mayor ocuparon también altos cargos de responsabilidad en la Hermandad desde el siglo  XVII, por eso, cuando en 1938 la Hermandad nombra al Teniente de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, y a sus sucesores, Hermanos Mayores Honorarios, no estaba más que oficializando una vinculación secular.

Esa relación se sigue dando hoy día, ¿no?

Sí. Cada vez que se elige un nuevo Teniente, éste jura su cargo en la Soledad. Siempre hay una representación de la Real Maestranza en los cultos más importantes de la corporación soleana, y el Teniente o su representante forma parte de la presidencia de la cofradía el Sábado Santo. Sin ir más lejos el Teniente anterior, don Alfonso Guajardo-Fajardo es hermano muy antiguo y sale todos los años de nazareno, como gran parte de su familia que llegó por la rama de los Albarracín. También la Real Corporación colabora con las obras de caridad de la Soledad y en algunas restauraciones puntuales, como la de la capilla de Roca-Amador. El escudo de la Real Maestranza está en la peana del paso y bordado en los faldones.

Ya quisieran algunas instituciones ser tan modernas como la Real Maestranza, ¿no?

Ha sabido conjugar en algunos aspectos tradición con modernidad. La adaptación al tiempo presente es algo necesario para tener continuidad.

¿Ha sido una hermandad de toreros?

No especialmente, pero sí tuvimos un caso muy claro que estudié y difundí hace ya años: Antonio Ordóñez. La Soledad era su cofradía. Ingresó con 13 años cuando aún era un chaval de pantalón corto y vivía en un chalet de Nervión. Donó varios trajes de luces y un puñal. Hasta sus últimos años siempre salió de nazareno, muchas veces como maniguetero del paso.

 

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