Quizás sea una de sus entrevistas más sinceras. Antonio Gómez de los Reyes, conocido mundialmente por Antonio Canales, cuenta sus vivencias, logros, temores y alegrías en esta charla para la Revista Escaparate donde abre lo más profundo de su corazón. Su vida ha tenido altibajos, como el mismo reconoce, pero sus logros son incuantificables. Figura fundamental para entender el desarrollo internacional del flamenco en los últimos cuarenta años. Así entiende el día a día este genio loco que ahora vive “más enamorado que nunca”.
-¿Cómo es Antonio Canales en la intimidad?
-Soy un laberinto en toda regla pero con muchas salidas, no solo con una. No me gusta ser tan ecléctico. Somos dos en uno. Esta el Antonio Gómez de los Reyes, el del DNI, mortal como otro cualquiera. Después está el Canales, un canalla o un trasgu asturiano. No tiene edad, lo mismo es un niño travieso que anciano. Ese mete en líos al otro.
-¿Ángel y demonio a la vez?
-Soy un poco así. En el fondo Antonio Canales desde chico se revela al otro. El día de mi comunión di un giro y caí sobre la tarta. El crucifijo se llenó entero. De los salesianos venía hecho un santo…
-Y desde chico dando ‘patás’, ¿cómo empezó todo?
-Mi padre me había comprado una guitarra. Me había puesto a la profesora Lola de Triana. Nos enseñó mucho. Pero, cuando empecé con la guitarra, se me iban los pies. Cuando jugábamos al toreo, al trompo… yo me iba a la cocina con mi abuela y las mujeres de la casa. Mi padre decía que no bailara que eran cosas de niñas. Y yo mientras les decía a ellas que me pusieran cosas de baile, las mujeres de mi casa, que fueron mis primeras maestras.
-Es de Triana, eso se conoce, pero ¿dónde se crió?
-Mi madre y los suyos eran de la Cava de los Gitanos, frente al colegio Reina Victoria, pero mi padre se la llevo a vivir a la calle Castilla. Nuestra tapia daba al río cuando era navegable. El corral del Moro Juan.
-¿Cómo recuerda su infancia?
-Tengo un reflejo muy fuerte. Cuando se levantaba mi madre para hacerle el café a mi madre, era el sonido del molinillo. Lo tengo grabado a fuego. Todo ese trasiego de la mañana, lo recuerdo perfectamente. Mi padre era alfarero y mi hermana se ponía a tocar las palmas para asustar a las ratas, eran como gatos en aquella Triana pobre.
-¿Queda algo de niño en ese cuerpo?
-Yo soy un niño empedernido. Siempre les digo a todos que hay que despertar al niño que tenemos dentro. Hubo un tiempo que se me apagó y fueron los peores años de la vida. He vuelto a ser niño y no quiero que se me vuelva a apagar nunca más.
-¿A qué artista ha querido siempre parecerse o ha tenido como referente?
-En cuanto al baile, Carmen Amaya ha sido mi luz y mi destino. Me ha gustado mucho observarla, como ella vivió y era. Ha sido siempre un ejemplo a seguir. Luego, en las letras, Bécquer. Es mi poeta. Muero por sus poesías. De vez en cuando hago su circuito por Soria. Tengo muchas cosas de Bécquer en mi imaginación.
-Y todo ello le ha inspirado para una carrera indiscutible. De todos los trabajos que han salido de sus manos, ¿con cuál se queda?
-A todas las creaciones, más de 60, las quiero por igual, pero no todas te salen tan bonitas. Una de ellas, que es un símbolo, con más de 1500 representaciones, es ‘El torero’. Es en la que vuelco con más pasión un momento de mi vida, desde dentro. Es la jornada completa de un torero. Salió redondo y sigue estando vivo. Ahora no lo bailo yo pero amenazo con volver a hacerlo yo mismo.
-¿Hay algo que le quede por hacer?
-Montar en globo. Eso me gustaría. También quiero que el flamenco tenga una estructura, por eso estamos preparando una fundación que está a punto de conformarse: La Fundación Antonio Canales. Queremos darles cobijo a niños que nacen en estos territorios y no tienen posibilidades de aprender. Me falta eso, dejar unos andamios construidos para que ese edificio crezca cada vez más. Una fundación para ayudar a toda la gente del flamenco.
-Ya ha mencionado la palabra ‘flamenco’, ¿está herido de muerte o aún le queda mucha vida por delante?
-Los tiempos cambian, las modas cambian, la forma de vestir… Todo esto hace que las cosas vayan muy deprisa y el flamenco no puede ir deprisa. Las cosas que tienen calidad, no pueden ir deprisa. Esto tiene mucho aprendizaje. Eso adolece y hace daño al flamenco que es más lento. Un joven no se enamora ahora como en los ochenta. El flamenco está ahora con gripe, producida también por las instituciones, porque no hay demanda. Nos hemos caído de los televisores, de las programaciones… Tenemos que volver a reiniciarlo con las cosas que se viven hoy en día en la actualidad. Necesito que los chavales de 20 años se enamoren de ese flamenco. De los cafés cantante de los 20, pasamos a los tablaos de los 40 y, después, hasta lo que me llega a mí. A los niños de ahora les gusta intervenir, participar, no solo escuchar. A lo mejor deberíamos crear un Club flamenco. La pandemia ha cerrado más de 200 tablaos, aunque queden esas 4 o 5 catedrales del flamenco. Hay que darle a todo otras luces diferentes.
-Volviendo al trabajo, ¿con qué se encuentra ahora enfrascado?
-Ahora estoy con varios proyectos. Estamos creando una liturgia a Bécquer. Será para el año próximo con un flamenco puro y directo. Puede ser una sorpresa. Lo haremos Farruquito y yo. Esto es una primicia. Llevamos meses trabajando en ello y será en España y también internacional. Ahora mismo me estoy moviendo con ‘La guitarra canta’, inspirado en el disco ‘Mar Verde’ del chico de Arahal David Rodriguez Romero. Lo hacemos dos noches completas en Teatro Real y después vamos al teatro Pavón, también en Madrid. El solista es él y el que va contando el concierto soy yo. Todos son jóvenes. Están Manuel de la Tomasa, Lucky Losada, David del Gallo de Morón… Generaciones muy puras, pero del siglo XXI.
-Déjeme que entre de nuevo en su mente. ¿Hay algo que le quite el sueño a Antonio Canales?
-Ahora estoy viviendo uno de los momentos más enamorados de mi vida. Estoy viviendo y flotando en un mundo que a estas edades es un lujo. No es que se nos rompa la noche, lo que no quiero es que se no se rompa la ilusión. Nos debemos enchufar la ilusión por las noches, como las baterías del móvil. La quiero guardar en un cofre
-¿Y a qué le tiene miedo?
-A la muerte, a cruzar la barca de Caronte, al momento que uno despega. Nadie regresó de allí para contarlo pero también decía García Márquez que hay que regresar muchas veces de ella. Ese momento del tránsito de las cosas me asusta un poco.
-¿Y qué le hace feliz?
-Ver a la gente feliz. Me gusta más regalar a que me regalen. A mis amigos les digo: tenemos que regalar sonrisas, por eso me hace feliz bailar. Por eso, cuando me muera, digo que me dividan en cachitos para todos.
-¿En qué lugar se perdería?
-En el pecho de mi amor. Sé que ese cacho de tierra no es el mío.
-¿Cuál es el color que pinta la vida de Antonio Canales?
-Mi color es el amarillo desde que era muy pequeño. Mis primeros pasos los hice con el gran Lucho Ferruso, el precursor todo. Le dije que en vez del rojo lorquiano, iba de amarillo y negro. El amarillo del albero. Es el sol, el vino, el huevo,…
-¿Qué es Sevilla para Antonio Canales?
-Sevilla es todo, me la llevo siempre conmigo. Desde que salí muy jovenzuelo, con 17, llegar a Madrid era como hacerlo en Nueva York. No puedo dejar de ser sevillano. No lo eliges, es que me eligió a mí. Soy parte de ella. Estoy prendado de los azahares. Es mi vida, mi cuna, mi madre… Sin ella no sería Antonio canales.
-¿Qué le pide al futuro?
-Morir enamorado. Era algo que no pensaba que podía ocurrir y me he dado cuenta de que sí. Es una pomada para el alma.
-Termine la frase: la vida sin flamenco es…
-…un desierto sin oasis.
Texto: Javier Comas
Fotos: Aníbal González