Por José Antonio Rodríguez.
Será la primera Semana Santa sin Cayetana de Alba. En la puerta del Palacio de las Dueñas nada será igual. Ni el azahar saldrá con la misma fuerza ni los Gitanos llegará con el compás de alegría de su duende innato. Desde que el pasado mes de noviembre falleciera, la ciudad ha perdido uno de sus símbolos de carne y hueso. Una mujer que se desenvolvió en los más altos niveles pero que encontraba su verdadero ser entre las gentes del pueblo.
Fue hermana de Montesión, la Macarena y la hermandad de los Gitanos. Ésta última, gracias a su generosidad, levantó un nuevo templo para EL Señor de la Salud, poniendo fin a una historia de más de 250 años peregrinando de iglesia en iglesia. Este año, además, la Virgen de las Angustia procesionará con el manto de salida que ella misma le regaló, con el escudo de la Casa de Alba bordado en el centro.
En el caso de Doña Cayetana, fue algo más que benefactora o mecenas de esta hermandad. Pudiendo reposar su cuerpo en el panteón familiar de Loeches o en el cementerio de San Fernando, la aristócrata prefirió quedarse en el templo de Los Gitanos, cerca del Nazareno.
Allí fue benefactora, camarera honoraria, “Medalla de Oro” y consiliaria. Y, quizás lo más importante, legó su amor por la Semana Santa y las cofradías a sus propios hijos, especialmente a Cayetano, que llegó a salir de costalero, y a María Eugenia.
Macarena y Montesión
Además de la hermandad de los Gitanos, Cayetana de Alba tuvo vinculación con otras hermandades, como la de la Macarena, de la que fue camarera de honor junto a su amiga Juanita Reina y en la que ostentaba el número 104. Igualmente, fue madrina de las Coronación Canónica de la Virgen del Rosario de Montesión, hermandad de la que fue hermana por su padre y por cuya Virgen fue bautizada como “María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva”.