1 Ene, 2022 | entrevista a

520 páginas que navegan entre los Balcanes en tiempos del imperio otomano con un lector que viaja también por numerosos puntos del Mediterráneo. Carlos Villavieja trae ‘La casa de las mujeres de Saba’, una novela histórica con personajes de ficción que salpicada de mujeres valientes y fuertes guerreros. Bajo la sombra de la Giralda, ciudad que lo vio nacer, Villavieja repasa su vida y obra. Ahora reside en Valencia, donde trabaja impartiendo clases de historia y teoría del arte como profesor titular en la Universitat Politècnica de València. Doctor en Bellas Artes, a lo largo de su carrera académica ha publicado más de cincuenta trabajos que incluyen libros, ensayos, artículos de investigación y ponencias, dedicados a temas de historia, teoría y crítica del arte, gestión cultural y pedagogía. Ahora la mujer y la mitología se unen en esta obra imprescindible.

-¿Quiénes eran las mujeres de Saba?

-Las mujeres de Saba, en la novela y desde el punto de vista de las aventuras, son una dinastía de mujeres sanadoras. Tienen su origen en Mesopotamia. Los primeros vestigios la sitúan por el 2000 antes de cristo. Desde allí arranca esta estirpe de mujeres a las que les van sucediendo diferentes avatares hasta que llegan a Saba y allí son erradicadas hasta que llega el Islam. Eran politeístas. Llegan al cuerno de África y de allí pasan a la india. Allí encuentran una cultura muy similar a la suya, hasta que llega la invasión turca de la India y tienen que salir de allí. Llega el momento que son tomadas como prisioneras y vendidas como esclavas y allí empieza el grueso de la trama. Entonces, una de ellas llega a serbia. En un momento muy clave de la historia europea, los turcos alcanzan los Balcanes. Un periodo fascinante donde acontece la trama. 

– La protagonista se llama Senka, ¿cómo sería en la actualidad?

– La trama es lo que se lee en la novela pero hay un contenido más profundo. Está dedicada a las mujeres de mi infancia: mi madre, mi tata y mi abuela. Está dedicado a la figura de la madre. Sanadoras, enseñantes y la que instaura eso que los psicoanalistas llaman el ‘Objeto bueno’. Desde ese punto de vista, la protagonista es una mujer actual. Es un homenaje a la mujer autosuficiente que se echa el mundo a los hombros. Utiliza sus conocimientos de sanación para salir adelante. Estas virtudes son de la mujer actual. El reto era generar un personaje extraordinariamente moderno en un ámbito de principios del siglo XV. Creo que se ha logrado. He intentado que no sean personajes extemporáneos. He buscado las cuartadas históricas que me permiten crear un libro así. Senka fue una extraordinaria luchadora tras su paso por la India. 

– ¿Qué papel juega la madre en el ser humano?

– Para la gran mayoría de nosotros, es nuestra madre biología. Yo tuve la suerte de tener tres mujeres. La madre no tiene por qué ser realmente la biológica, también pueden ser dos figuras masculinas o dos femeninas. La madre es una instancia que transmite unos conocimientos que te permiten ser humano. Lo que nos hace humanos es el amor. Ese amor se fundamenta en la seguridad en uno mismo y que te libra del miedo, uno de los grandes enemigos de la humanidad. La madre que te capacita para el ejercicio de la autoeficiencia. Eso es lo que permite ser plural.

– ¿Para qué sirve el miedo?

– El miedo hace una parte del ser humano, no cabe duda. El ser humano es plural y está enfrentado a una naturaleza. Ante esa naturaleza hostil, el hombre crea creaciones que le capacitan ante la supervivencia. Ahí nace la cultura. El miedo le hace al ser humano defenderse, es la reacción primaria ante la hostilidad de la naturaleza. Empieza a ser un problema cuando llega a ser paralizante. El miedo nos incapacita como seres humanos. Vivir en el miedo en vivir en la parálisis. Una sociedad basada en el miedo, es ultraconservadora y nos lleva a la falta de creatividad.

– Su libro habla de la invasión del Islam en el mediterráneo en épocas pasadas, ¿es el Islam una amenaza en la actualidad?

– Es muy plural. No se puede hablar de un solo Islam. He leído el Corán con mucho detenimiento y allí no se haya reminiscencias que deba ser una amenaza para lo que es en esencia la humanidad. Es evidente que entre las culturas cristianas e islámicas hay diferencias, pero no lo son en esencia. Necesita una interpretación libre para ser compatible con la democracia. El problema del Islam y todas las religiones, cuando su interpretación es literal, es que son textos antiguos. Hay que interpretarlo con sabiduría. Cuando aparece el dogma, desparece la libertad del ser humano. Para eso el ser humano necesita la elección, ahí aparece el fundamentalismo religioso. Un ejemplo claro son los talibanes. Yo he conocido dogmatismos radicales en personas que son ateas. Entienden su ateísmo desde el dogma. El dogma no tiene dudas y se proyecta como una doctrina empedernida. Lo que sí es cierto, por motivos históricos, la zona geográfica donde el islam está asentado no ha podido desarrollar todavía un sentido de cultura que les capacite para la pluralidad tal y como lo están desarrollando otras culturas. Pero creo que eso no se puede asignar únicamente al dogma del Islam. Creo que son hechos provocados más por avatares históricos.

– Dice que su libro es un viaje a lugares alejados en el espacio y tiempo…

– Desde el punto y hora que partimos de Serbia, pero a lo largo de sus páginas viajamos por la antigua Mesopotamia, al cuerno de África, al oeste de la India, por algunas ciudades como Salónica, la Valencia de finales del XIV, Constantinopla… El libro toca grandes culturas: cristianos, musulmanes, judía, hinduismo de las antiguas religiones eslavas…

– Como experto en arte, ¿está denostada hoy en día la belleza?

– La tradición artística occidental es grecolatina basada en la búsqueda de la belleza. Busca igualar la belleza física y lo moral. Hay una relación entre lo bueno y lo bello. Hubo un momento histórico a mediados del XVIII que esa comprensión del arte entra en crisis. La generación romántica, rebeldes que se oponen a la tradición clásica. Para entender lo que ahí ocurre hay que ver esta generación que va desde mediados del siglo XVIII al XIX y que empiezan a entender que nada de lo humano debe ser rechazado por el ser humano. Que lo feo es también arte, que el mal hace también arte del ser humano, que el horror forma parte del humano. A partir del romanticismo se abre a otras facetas del hombre. 

– Un ejemplo claro de ello podrían ser las pinturas negras de Goya, ¿no? 

-Es un gran ejemplo. Eso se entiende dentro del contexto del romanticismo. Ya no todo el arte que se hace se dedica a la belleza… Entiendo que la crisis del arte es la pérdida del sendero de lo trascendente. Son los grandes temas de la humanidad los que siguen estando vigentes, el problema es que después de los años sesenta, el arte pierde esta vocación de trascendencia y aparece un arte de la banalidad. Ya no son los valores que puedes sentir los que el artista busca. Hay una vaciedad y banalidad que es la que salpica el arte actual. Traducido: el valor del mercado. Diez millones de dólares afirman así una obra. Eso es un ejemplo. El arte está padeciendo una enorme crisis de valores que coincide con la sociedad occidental. 

– ¿Qué otras historias para escribir le rondan por la cabeza? 

– Estoy en la segunda parte de esta obra. Esta es la primera de cuatro novelas. Estoy ya muy avanzado. Trata de otra de las tres hermanas que fueron vendidas como esclavas. Quedan por narrar la historia de las otras dos y el encuentro final en Constantinopla. La quiero tener para el verano 

– Hablando del lugar en el que nos encontramos, ¿qué le evoca Sevilla? 

– Mi identidad. Tengo una identidad rota. En mi carnet dice que soy sevillano y me considero sevillano por los cuatros costados. Por arriba y por abajo tengo que decir que Valencia me acogió. Desde los 12 hasta los 23 pasé esa parte de mi juventud en Castilla. Tengo una identidad extinguida. Sevilla es un recuerdo extraordinariamente querido. La verdadera patria es la infancia y mi infancia está en Sevilla. Parafraseaba a Machado: “Mi infancia es un recuerdo de un barrio (patio) de Sevilla”. Nací en la calle San Gregorio. Debía decir que Sevilla es mi ‘matria’. Es un recuerdo en mi corazón pero ya no existente en la realidad. Yo recordaba un barrio de Santa Cruz lleno de vida, de personajes extraordinarios, jugaba al escondite en la Catedral… Aquello era un mundo que olía a estiércol de caballo, sucio, pero era el exponente simbólico del estiércol: donde germina la vida. La Sevilla que encuentro era un parque temático bellísimo. Las casas de mis amigos, sus corrales, todo eso son hoteles ahora. 

– Si escribiera una novela sobre ella, ¿cómo se titularía? 

– Herida abierta.

Texto: Javier Comas
Fotos: Gerardo Morillo

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