1 Sep, 2017 | cartas del director

Mario Niebla del Toro Carrión.

Director de la Revista Escaparate        

Hicimos un trato. Un trato es un trato, no sé si lo recuerdas… En algún bar de mal beber, en una de mis cartas en este atril de papel desde el que alcanzo a escribirte desde hace más de diez años. No recuerdo dónde pero lo hicimos. El caso es que de esto ya hemos hablado tú y yo. Quiero hoy invitarte con tono reestrenado a que seas feliz, a que trabajes por tu felicidad. Quiero verte reír solo por la calle, sin el más mínimo pudor, importándote dos bledos lo que piensen. A ti quiero verte salir con los labios al rojo vivo, dándole esquinazo a los problemas para estrenar el mejor de tus humores camino del trabajo, de la compra o del gimnasio, por qué no… Quiero invitarte a tirarte a pecho descubierto al fango de la vida para pelear contra los elementos por tus metas, por tu confort interior, pregúntale a tu piel… Hace un mes tuve la oportunidad de ver “Cien metros” en el cine. Sin despejarte la película y a grosso modo, el centro de la historia, basada en un hecho real, es un chico joven que goza de éxito laboral y aderezado de la mujer de su vida, pese a su compleja realidad familiar. Me encanta el papel del padre de ella, clave en la trama. Una ruina de hombre, un derribo de persona que acaba siendo fantástico. Un mal día le atropella la noticia por la que conoce que tiene esclerosis múltiple. Lo maravilloso y apasionante de esta historia real llevada a la ficción de forma brillante por su protagonista, Dani Rovira, es su capacidad de lucha para superarse y contra todo pronóstico pugnar por no rendirse para alcanzar andar cien metros, sin ayuda de nada ni de nadie más que de sí mismo, de su ímpetu, de su capacidad lograda. Al salir del cine me fascinó el mensaje. Luchar y luchar porque qué es la vida sino una gran batalla. El final te invito a descubrirlo por ti mismo. Lo que absorbo de la película es el éxito entendido como un camino y no como una meta. Siendo señalado por la lacra de esta enfermedad cada vez más conocida, acaba siendo un héroe como tantos anónimos que cada día se echan a la calle detrás de un sueño, unas metas, una ilusión que nos mantiene vivos y expectantes. No hagas caso cuando alguien te diga que algo no se puede hacer. Recuerda que está hablando de sus limitaciones, no de las tuyas. Explora tu camino, navega. Cambia las veces que haga falta. Lo único que permanece en la vida es el cambio. No te rindas por la incomprensión y menos ante una mentalidad, como la de nuestra sociedad, que se postula ante las ambiciones como una montaña cuesta arriba. ¿Rendirse? Eso jamás. Rendirse nunca es una opción.

Este mes me coge el cierre de edición en las Islas Phi Phi, una especie de lunar salpicado en el océano que empapa las orillas de Tailandia. Me llevo de esta milenaria cultura su amor a la tierra, su pasión por la Historia, su mimo con el turista como maná de una tierra de realidad compleja tantas veces castigada por los hombres y por la propia naturaleza. Me emocionan los cientos de templos con sus radiantes pagodas, pero también sus tres toques de claxon por la carretera cuando se encuentran con una casa de los espíritus en curvas y entradas de casas de gente sencilla pero exquisita de espíritu. Me ha parecido admirable su sentimiento monárquico, por encima de golpes de estado y dictaduras, nada ni nadie ha privado al Pueblo tailandés de inundar cada calle de retratos de quien fue su Rey durante setenta años con motivo de su muerte. Un Rey que erradicó el trueque de opio en la frontera con Birmania, protegió a las tribus y al mundo campesino, desde los diecinueve añitos con los que llegó al no muy llevadero trono del Reino de Tailandia. Me voy empapado del buen karma que desprenden las sonrisas de los monjes budistas novicios y ancianos, de la amabilidad de sus gentes, desde el conductor de “tuc tuc” al camarero del último bar de carretera entre los más perdidos pueblecitos de la provincia. El tailandés es un Pueblo ejemplar que lucha en este mundo acartonado, plastificado y virtual por mantener su sabor y su felicidad basada en las cosas elementales de la vida. Cuando salga esta carta impresa y llegue a sus manos ya estaré de vuelta de este destierro de dos semanitas empleado en pararme, pensar y dar gracias a la vida. Un mes, el de diciembre, delicioso, porque además de todos los topicazos, es el mes de la ESPERANZA, por la espera del nacimiento del Mejor de los nacidos. La esperanza que va al hilo del inicio de este pegotón de letras. La esperanza que no es lo último que se pierde si no lo primero en la vida. Hicimos un trato, no me falles. Feliz Navidad, pero sobre todo feliz…

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