10 May, 2023 | cartas del director

“Ir de frente tiene mucho que ver con la libertad. El mayor de los lujos”

La sinceridad no sienta bien. Esta sociedad hipócrita no está preparada para convivir con ella, ni la desea, ni la digiere. Le va bien con la mediocridad. La figura de los abraza farolas, que en Sevilla y por toda Andalucía La Baja se cuentan por cientos, es la del auténtico superviviente en el reino de la ojana. Corchos sociales que flotan en todas las aguas. Ser sincero conlleva un alto precio si se cruza la barrera de ese discurso de bien queda. Lo correcto de la oficialidad tiene mucho que ver con tragar y no quemar puentes. Sin embargo, cada uno debe saber quién manda en su hambre y llevarlo a cabo en una especie de manual vital para dormir a pierna suelta o acudiendo por contra al ansiolítico alejado de trabajar en la coherencia entre lo que se piensa y lo que se hace y se dice. Una persona de frente tiene mucho que perder en lo que se ve, en la práctica conviene ser de perfil. El gris claro o el marengo es una gama del mismo color que no chirría jamás en el vestir y en el deslizar de esta sociedad teatral para el superviviente. De hecho, muchos que viven y morirán, porque morir nos moriremos todos, podrán decir que se hicieron cómoda la vida yendo de perfil. Lógicamente es entendible. Si la dureza estomacal lo permite, incluso osaría a recomendarle esta postura: La de perfil. Es una forma comodona, aunque cobardona, que hace gastar días en un sosiego de enajenación y que evita conflictos, embestidas o enfrentamientos. El tarado que decide ir de frente, quizás al final se lleve el gato al agua, o no, mientras tanto le lloverán palos como panes y arreones de propios y extraños. Ya, llegado a esta reflexión, debemos en plenitud emocional y racional optar por lo que queremos ser en la única oportunidad de vivir que el Señor nos regala a los mortales. Hay veces que el sincero, el que va de frente, puede parecer, para los que no forman parte de esa elite emocional, como víctimas de la soberbia y expresión de egocentrismo. Es totalmente normal que así lo vean. Hablan y se expresan, el de frente y el de perfil, por distintos códigos éticos en lo fundamental. Ir de frente tiene mucho que ver con la libertad. El mayor de los lujos. Carísimo, pero un lujo. Ahora está de moda una palabra que nació en los años setenta pero que me viene al hilo a la perfección: Resiliencia. En esencia, entereza o capacidad para adaptarse a la adversidad con resultados positivos. Una capacidad de tener éxito de modo aceptable para la sociedad, a pesar de un estrés o de una adversidad que implica normalmente un grave riesgo. Una persona resilente debe ser optimista, pese al desencanto o los chinos que se metan en los zapatos mientras camina, esencial para superar las dificultades que implica ese compromiso personal consigo mismo y con su entorno. Dejamos atrás la Feria de Abril, como el más hermoso canto a la vida. Nuestra semana de farolillos es la forma que tiene Sevilla, única en su especie, de decirle al mundo que la vida es caduca, con sus luces, alegrías y cansancios de todo tipo. Los fuegos artificiales en lo más alto de nuestro cielo, tan versado por poetas de todos los tiempos, son un guiño a lo efímero de nuestra vida y una invitación a la reflexión sobre lo que queremos ser en los siete días largos que dura la feria y la vida. Esta feria se marchó para siempre, bajando el nivel de intensidad de este artículo, y para dejarnos melaza en los labios por renovar nuestros votos de amor a la ciudad que nos vio nacer, musa y madre. A un buen amigo mío el otro día, embriagado de la envolvente de la noche feriante, le escuché decir que el día que le tocara irse de este mundo sólo le pediría a Dios que lo devolviera a Sevilla otra vez. Tierra bendita, donde los momentos bonitos son frecuentes, inmersos en una constante espera. Sevilla sabe esperar. La vida, de hecho, es una continua espera. A veces la vida no nos dice no, nos dice espera. Sevilla para mi amigo, como para tantos sevillanos que somos y fuimos, es una especie de cielo terrenal. Mi amigo sabe vivir y con ese deseo idílico resume lo que esta ciudad nos hace vivir en este valle de lágrimas. La ciudad es una celebración permanente, que desafía toda lógica existencial que no vaya en la línea positiva de afrontar las luces y sombras de nuestro paso por este real de albero y adoquines que es la propia vida. En un mes volveré a este mostrador sin madera donde tomo aire y desahogo mis pensamientos para todo el que quiera pararse cuatro minutos cortos en este mundo colmado de prisa. Una prisa que nos limita la oportunidad de pararnos, de pensar y de, en conciencia, continuar.

“Si la dureza estomacal lo permite, incluso osaría a recomendarle esta postura: La de perfil”

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