La evolución en un siglo de peregrinación merece un enorme hueco en la historia de nuestra tierra y no porque dicha evolución haya sido muy notable, sino precisamente por haber sabido mantener su esencia para que no se pierdan estas costumbres eternas. La moda rociera ha preservado, entre sus múltiples sentidos, la alegría y la comodidad que la ocasión exige y merece hasta convertirse en arte. Tanto es así que esta romería ha sido fuente de inspiración para relevantes artistas y sigue siéndolo para el peregrino que vive por y para el camino.
n tiempos pasados, las mujeres acudían a El Rocío con prendas de uso cotidiano como batas de faena o incluso algún complemento como el mantoncillo. Con posterioridad, se empezaron a usar las tradicionales batas rocieras o trajes de flamenca.
La llegada de los años 20, década que revolucionó el mundo y por tanto la forma de caminar del mismo, supuso un paréntesis también producido en los años 60. El traje de flamenca se acortó por debajo de las rodillas, siendo repentina la vuelta al vestido clásico que usaban las clases más populares como la raza gitana con raíces en la indumentaria goyesca. El vestir en la mujer evolucionó a lo largo del siglo XIX en las clases pudientes, pero no así en las clases populares que permanecieron usando el traje largo hasta los pies, con volantes, telas de percal o incluso mantoncillo.
De aquellos años 20 a nuestros vigorosos años 20, no se aprecian grandes diferencias, se conservan estas opciones para acudir a la romería de El Rocío. Las batas rocieras como prenda más liviana para la peregrinación y, considerada la prenda de etiqueta, el traje de flamenca reservado para la aldea y sus actos religiosos o sociales más importantes. Es cierto que, entre las pequeñas diferencias, en la actualidad se observa mayor riqueza en telas y adornos como pendientes, collares y flores. Además, del mantoncillo liso o piquillo, se pasa al bordado. Y respecto al pañuelo, una práctica habitual de los años 30, desaparece volviendo a aparecer en los 70, mismo año en el que surge la falda rociera.
Según nos cuenta el compositor y escritor Feliciano Pérez- Vera, la extensión de El Rocío se produjo en el 1969, año en el que se fundan nuevas hermandades debido al traslado de La Virgen al Santuario y al sorteo de solares para el crecimiento, motivo por el que mujeres se empiezan a vestir de flamenca o “gitana” aunque no fueran del entorno.
En los 80, aparece la moda flamenca con diseñadores que abren el arco de posibilidades del traje típico. Hasta entonces, los trajes se hacían en las casas bajo petición a modistas particulares. Existía una pequeña industria con destino a las artistas del flamenca como, por ejemplo, la incuestionable aportación de la diseñadora Lina.
Según nos cuenta el compositor y escritor, en la inauguración del Puente de Triana en el año 1856, la reina Isabel II lució un mantón de Manila. En su opinión, este es el punto de arranque del “tipismo” o costumbre de imitar a las clases populares a la hora de vestir.
Feliciano menciona a Joaquín Sorolla y a su obra “Estudio de la Cruz de Mayo” como el testimonio gráfico más importante para representar lo descrito, la alegría y el colorido.
En casa de Pérez-Vera todos los trajes los hacía Rojas, un famoso sastre de toreros. “Los sastres son los que marcan las modas.”
De Sorolla a “Las Majas de Goya” se observa la evolución de la indumentaria en un siglo.
En la moda masculina rociera también prevalece la comodidad ante cualquier tendencia. Debido a ello, casi que se ha terminado con la figura del hombre con traje corto con sombrero y zahones, muy habitual en ellos para pasar los días de romería. Actualmente, solo se viste de corto para montar. De lo contrario, se usan prendas como las camisas de estilo guayaberas, pantalones monteros e incluso algún tipo de chaqueta más ligera con sombrero de ala ancha o de paja.
En concreto, desde los años 20 hasta la actualidad, se puede destacar el menor uso de la chaquetilla blanca y la aparición en los 70 de nuevos tejidos más frescos de algodón o de tejidos de mil rayas. No se usan chaquetillas cruzadas abotonadas o caireles en las calzonas, como si se usa en la Feria de Abril.
La calzona en los hombres debe ser de rayas con las vueltas blancas combinada con chaquetilla blanca o gris, los zahones de cuero bordados y el sombrero sevillano de ala corta o cordobés de ala ancha. La clásica forma de traje campero es chaquetilla de color gris con camisa blanca y el sombrero gris con la cinta negra.
Entramos en Almonte de la mano de Susana Rojas, quien nos define la Romería o Rocío Grande como la fiesta principal de este municipio, motivo por el que la bata rociera no es una prenda que se identifique con esta hermandad como bien lo hace con otras que recorren mayor distancia hasta la aldea.
Destaca la figura de la Hermana Mayor, elegida por la Hermandad Matriz y quien escoge sus mejores vestidos para la Misa de Romeros y posterior recorrido por Almonte, para los actos de presentación de Hermandades y, por supuesto, para la Misa Pontifical del Domingo. De igual modo, las mujeres de la Junta de la Hermandad Matriz como aquellas que acompañan al Hermano Mayor mantienen el protocolo del traje de flamenca de volantes, con volumen y buenos adornos. Al caer la noche, se permite utilizar vestidos más oscuros, estrechos o recargados.
Respecto a la forma de montar, desde hace unos 30 años ha existido una evolución puesto que ya son pocas las mujeres que montan de jineta y lo hacen de amazona, bien con el traje de corto o con trajes de flamencas más sencillos.
Sin salir de Almonte, la Delegada de Cultura de este ayuntamiento, Rocío Pérez de la Torre, nos aclara que los tres mencionados momentos son los cruciales que tiene el traje en La Romería. Destaca la presencia en Almonte de grandes diseñadores de esta moda y la especial dedicación de todos sus ciudadanos en la artesanía del decorado.
Sin salir de Almonte, pero llegando a El Rocío.
Texto: Carlota Acuña Ruano
Fotos: Susana Rojas, Roco Pérez de la Torre y Feliciano Pérez-Vera