Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
El milenario y siempre actual libro El arte de la guerra sentencia que la mejor victoria es vencer sin combatir pero a día de hoy no he logrado tal cosa. También enuncia que el arte de la guerra es el arte de la vida. Eso me hace identificarme más con el general chino Sun Tzu que lo escribiese unos cuatrocientos años antes de Cristo para legárnoslo a las generaciones futuras. Si algo hace precisamente sentirse vivo es la vida entendida como una guerra, que nos hace estar siempre alerta, con los ojos abiertos de par en par, prestos a luchar contra los elementos con el objeto de ser feliz, empresa común de toda persona cuerda, como la de amar y ser amador a lo que aspiramos todos. Debo reconocer que estoy seducido por los canales de pago hastiado del nivelito de nuestras televisiones en general. Downton Abbey, Las chicas del cable, Versalles, The Crown, por último Tiempos de guerra… Todas ellas, de una calidad óptima, tienen unos denominadores comunes: la supervivencia, el amor en tiempos convulsos, el precio de la lealtad, el cambio como lo único que permanece en todas estas historias dramáticas que nos señalan un mundo complejo por obra del ser humano, capaz de complicar lo más simple como puede ser simplemente respirar. Vivimos en un mundo asfixiante y contaminado de la soberbia, la envidia, ¡ay, la envidia!, y tantos rasgos de una sociedad que se niega a sí misma porque se niega precisamente a entenderse entre sus miembros. En España sabemos de guerras tradicionales y como reza en el libro con el que abro este ventanal de opinión, no hay ningún país que se haya beneficiado por guerras prolongadas. La vida es una guerra sin embargo prolongada donde todos somos generales del ejército de nuestra vida. El general debe abarcar las virtudes de sabiduría, sinceridad, humanidad, coraje y el ser estricto. En este escenario real con terminología bélica debemos alcanzar el equilibrio y el sosiego para poder tener la serenidad suficiente para mirar al sol cada mañana y a la luna cada noche. Parte del éxito de mantenernos en la vida vivos, triunfantes, radica en ser un estratega sin perder un punto de ingenuidad que nos hace naturales, espontáneos, frescos. La sonrisa siempre ha sido una gran llave en mi vida y, quizás porque ya no soy un niño, he descubierto que empatizar o intentar empatizar con los demás, sobre todo con aquellos con los que a priori tengo poco en común, me ha traído más paz que con la confrontación. Entender la vida como una guerra no para atacar sino para intentar organizar lo que está en nuestras manos, gozando de lo bueno y creciendo con los errores, pretendiendo los mínimos imprescindibles. No conozco a nadie en su descanso del guerrero con una vida meridianamente feliz en currículum vital que no haya desarrollado para ello una visión de alto mando, estratega, con alma de líder, saltando los obstáculos mentales de mente de provincia, tales como el celo, la competencia mal entendida, la envidia. Éste último pecado capital que a muchas personas, incluso brillantes, les arrincona víctimas de ese sentimiento al que tengo la suerte de no tratar y que achica tanto a quien lo practica. Hecha esta reflexión con una copa de Marqués de Cáceres mirándome de reojo, debo decirle que estamos felices de poder salir un mes más y ya son ciento treinta y dos las veces desde hace casi doce años para dar nuestra versión única de nuestra sociedad. Si de algo podemos sentirnos satisfechos en este equipo es de haber logrado una identidad que nos hace únicos en el sector. Escaparate es lo que es y se le ve desde lejos en el fondo y las formas, porque, entre otras cosas y sin que se me mal interprete, no hemos querido ser una revista para todos los públicos, sino fieles al nuestro. Una revista hecha por sevillanos para una sociedad desde dentro, entendida y vivida desde dentro. No hacemos sociedad de oídas, sino desde el corazón de ésta, manejando sus códigos y sus formas en lo que nos hemos especializado. No somos los mejores, somos únicos para bien y para mal. La fidelidad en ocasiones no se presentó sencilla pero como decía antes no conozco la victoria sin combatir. Pasa un año y viene otro y seguimos vivos y a pleno pulmón. Algunos nacieron y murieron. Otros buscaron un hueco en la tarta de las publicaciones y lo encontraron. Todos, entiendo, con una ilusión apabullante, pero si no es bien focalizada no termina de despegar más que en nuestra mente o de forma residual en el panorama público sin el peso deseado. Quiero agradecerles a todos haber sido cómplices de esta batalla ganada a día de hoy y con el aval de todos estos años, incluso a quienes no nos lo pusieron fácil. Éstos últimos fundamentales, si no no se me hubiera ocurrido referirme a El arte de la guerra para este editorial de febrero. Ya lo decía Sun Tzu: “Un general sabio se ocupa de abastecerse del enemigo”. ¡Al ataque!.