Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
“LOS ENGANCHADOS A LAS MALAS NOTICIAS HAN ENCONTRADO EN ESTOS CASI DOS AÑOS EN MÍ LO QUE UNA MOSCA CONTRA UN CRISTAL”
Mario Niebla del Toro Carrión
direccion@revistaescaparate.com
@niebladeltoro
Foto: Aníbal González
La locura de estos días nos empuja a un punto que nos lanza imprecisamente a un contrapunto con la oficialidad de la masa mediática que nos retrata irreverentes a algunos ante unos vociferadores del buen ciudadano y civismo. ¡Qué hartura, padre cura! Ella Fitzgerald pone voz de fondo a esta carta que elaboro en esta mañana de navidad cuando los últimos coletazos del tiempo de las buenas intenciones llega a su ocaso y en el que las manoseadas palabras “prosperidad”, “feliz” y “navidad” las repetimos como papagayos. Según los expertos este invisible depredador de ilusiones está llegando poco a poco a ser reconocido como una especie de gripe. Los días de confinamientos bajan en positivos y la inmunidad está cada vez más cerca, ómicron mediante. Veo el momento, aunque no lo vean los demás. Me trae sin cuidado. Lo curioso en este experimento antropológico es que hay quienes parecen haberse acostumbrado a esta realidad. El hombre ciertamente es capaz de adaptarse a lo impensable. A mí, sin embargo, se me antoja empachoso y amargante este momento sino te proteges lo suficiente y no hablo de mascarillas. La verdad que como desde el minuto uno que nos atravesó la vida. Incluso escucho a quienes llevan la mascarilla sin darse cuenta solos en sus casas, porque se han hecho a ella. ¡Qué locura! Yo me abro paso en este tiempo hostil con absoluta normalidad, dentro de lo posible y de lo que los cánones impuestos por los adalides del buen ciudadano me han concedido. He intentado seguir brindando a diario, sonréir cada día incluso debajo de las lluvias torrenciales de estos últimos días y las humedades que me han dejado de recuerdo en mi casa. No me he privado con sentido común de ver a los míos, ni he aparcado mi vida para seguir haciendo aquello que me hace sentir bien. He sido un incomprendido feliz tirando de una fortaleza mental de libro. Alimentar nuestra felicidad debe ser una prioridad, aun en medio de este océano real y virtual, agarrados a un tronco de ganas de pasar página que nos mantiene a flote. Los enganchados a las malas noticias han encontrado en estos casi dos años en mí lo que una mosca contra un cristal: Un obstáculo que impedía dar rienda suelta al ansia de alimentar la leña incendiada que provoca el disparo en las ventas de frascos de ansiolíticos. Me he mostrado infranqueable. Lo siento, pero que se busquen a otro al que medrar. ¡Gracias, Dios, por darme esa capacidad de no dejarme contaminar! La pandemia pasará, el COVID se quedará como su prima, la mal llamada gripe española, para siempre y la vida continuará. Eso es así. Sin más, sin menos. En este momento de serenidad apago televisores que invitan al desánimo y a la mala salud mental y a las decisiones sin sentido. Es a esta hora cuando me salgo de todos los grupos de WhatsApp, mientras se recrean en el famoso disparo de contagios, para redactar mi carta a los Magos y Reyes de Oriente. Siento no sucumbir al borreguismo que sugiere el aislamiento y el anti vida o la negación de esta para, con la misma ilusión con la que pedí mi primer barco pirata de Playmobil, lanzarles mis deseos. Quiero para el 2022 que vuelvan las bullas en las que hemos crecido en mi ciudad. Quiero con la fuerza de los mares una apasionante aunque medida cabalgata de Reyes, una cuaresma de recogimiento en los templos y de expansión y derroche en las tascas y bares de siempre. Quiero Semana Santa plena, una Feria con su cielo cuajado de farolillos y un Rocío de mármol a mármol a lomos de mi jaco con vivas en todo lo alto de nuestros sombreros. Quiero mi verano de siempre en Sanlúcar de Barrameda y sus carreras de caballos con puestos de nardos y copas y risas hasta que el amanecer nos convide a la recogida, al pudor y al decoro. Quiero vida, la de siempre, a la que no pienso renunciar, porque la otra no me gusta ni con lazos de raso que le pongan. Este año no quiero corbatas de seda, ni batín nuevo. Quiero algo más caro pero que no se compra con dinero. Quiero vivir en Sevilla en su plenitud, sin amedrentar ni una coma a sus formas y esencia. Quiero vivir en la ciudad besucona y de abrazos por palés, de bandas por las calles todo el año. Aquella que nunca entendió este mundo como un valle de lágrimas. Por último, queridos Reyes y Magos, quiero que se vayan a la luna en un cohete veloz todos los guardianes y espías civiles del buen ciudadano y que vuelva la alegría que hace única a la ciudad que me parió. Esos deseos forman el barco pirata más deseado de mi carta de este año. Os prometo, eso sí, que he sido muy bueno. ¡FELIZ AÑO NUEVO!