“Mi carta de este mes es una invitación a mirar con los ojos de Dios el Camino”
Por mayo florido sólo me nace Rocío en mi inspiración. Habla de la Romería de la Reina de Andalucía es un bálsamo para el espíritu. Es una invitación a parar el carro de las prisas en el que gastamos días y horas de nuestra vida, para oler un poco a campo, a hierba fresca, a sendas de arena divina de María Santísima, donde todo encaja, donde todos plantamos los pies en el suelo de nuestras vidas.
El Rocío es un Camino donde el Camino es en realidad más importante que el llegar, ya que la Virgen no nos espera en el Santuario encalado de los almonteños. La Virgen nos espera cada día en el Camino y nos acompaña, como la acompañamos a Ella de Pastora cada siete años. La dicha de los rocieros es que una vez al año al menos vivimos de la mano de la Virgen y con Ella tomamos conciencia y retomamos hábitos, proyectos, razonamientos, ideas… La Virgen y las oraciones a Ella y con Ella forman la mejor terapia que existe para nuestro alma y nuestra mente. La Virgen en el Camino nos enseña el sendero que debemos coger en la vida. Eso sí, debemos tener los ojos de la fe abiertos de par en par, contagiados de los aromas del sendero que lleva a la Blanca Paloma. Los rocieros estamos llamados a ser felices y plenos, alegres, pero sobre todo despiertos, para dejarnos llevar por las señales o las “diosidades” o “las cosas de la Virgen” que nos van dando pistas del suelo que hemos de pisar. Muchas veces pedimos cosas concretas, porque creemos que sabemos lo que queremos o merecemos o necesitamos. Error. La Virgen lleva nuestro Camino en Su corazón de Madre. Por eso debemos pedirle que nos dé o nos facilite lo que mejor sea para nosotros, aunque muchas veces estemos tentados a pedirle que coincida con nuestra voluntad. Es de humanos sentirlo y no pasa tampoco nada. Mi carta de este mes es una invitación a mirar con los ojos de Dios el Camino. A vivir el Camino como un fin en sí mismo para ser lo más parecido a lo que la Virgen quiere que seamos Sus hijos. La Virgen nos quiere alegres, por eso en el Camino se canta, se reza, se ríe, se bebe, se comparte, se abraza. La Virgen quiere que vayamos con el pecho inflado del aire puro de Doñana, empapados de vida y de la alegría que tiene la convicción de la Resurrección.
Si un rociero tiene un don ese debe ser el de la generosidad. Nadie debe pasar sed en el Camino mientras haya un rociero cerca, creciendo en la fe en el único Dios verdadero y en Su Bendita Madre del Rocío. Los rocieros debemos ser cómplices y aliados en el crecimiento como hermanos en la fe. A Dios se llega por María y a María en nuestro caso por nuestros benditos Simpecados, que llevan en el centro a Nuestra Madre del Rocío, que siendo imperfectos, pecadores, limitados, son los mejores compañeros de Camino que se pueda soñar en torno al Simpecado de la vida.
Pido a la Reina de Pentecostés que siempre olamos a nuevo que no lo perdamos con el paso de los años. Pido a la Patrona de Almonte que nos mantenga siempre de ida y que nunca vengamos de vuelta en la vida, en nuestras hermandades y en nuestra manera de quererlas, porque pocas cosas hay más sanas para nuestro espíritu que mantener al niño que todos llevamos dentro y la ilusión que caracteriza a esos pequeños seres. Ayudemos a nuestras juntas de Gobierno a hacer Camino. Los cargos pasan, pero las hermandades permanecen. Ayudemos a caminar, como la Virgen quiere, con la ilusión de un niño. Amemos como niños, porque en ellos encontraremos siempre una mirada limpia, con la que postrarnos delante de la Virgen que centra nuestra existencia y de Su Bendito Pastorcito, que también es un Niño.