Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
Yo no le pongo condición. Simplemente venga conmigo, hasta la misma eternidad si se encarta. No le ponga vallas al campo. Venga conmigo a vivir estos días de sol y aire puro, de bajar el balón al suelo y de resetear nuestras intenciones, nuestras metas, nuestros proyectos, nuestra perspectiva, incluso nuestros anhelos para actualizar nuestras aspiraciones que nos inviten a saltar a la vida, más viva que nunca. La vida nos curte a través de la tierra que nos pare y sus gentes, sus formas de vida y de verla o del sufrimiento. Ahora es el momento de mirarnos en nuestra realidad desnuda y de mirar atrás, medirlo, analizarlo, asumirlo y extraerle el jugo, porque todo, hasta lo peor que jamás pensamos que nos pasaría y nos pasó, fue necesario para ser quienes somos hoy. Somos más. Más altos para ver lo que llega de lejos, más fuertes, más rápidos, más capaces. ¿Qué digo más? Somos mucho más. Llegan días de levantar el pie del acelerador para dejarnos llevar y conquistar como la vez primera por la vida. Utilicemos la frivolidad, la espuma de la vida, para relajar nuestras mentes supra aceleradas. La frivolidad es necesaria para vivir también, porque no sólo de pan vive el hombre. No hablemos de política, ni de dinero, ni de posición, ni de Cataluña por un momento. Hablemos de la canción del verano y del anillo, ¿para cuándo? No se tome la vida tan en serio por unos instantes y saboree las sardinas del chiringuito, el dulce pregonado por la orilla en un carrillo que es más flamenco que un lunar y el tinto de verano con mucho hielo y muchas ganas. Llénese de eso, de ganas, y salga a la calle con actitud, dispuesto a vivir y beber un verano de verdadera película. Mantenga sus raíces pero cambie las veces que hagan falta sus hojas de ruta. Encaje todo de una vez aunque no quepa y deje de vivir en borradores. La vida se trata de encajar todo aunque a veces creamos que no quepa. De ahora en adelante precisamente para adelante. Vamos a bebernos la vida a borbotones, aunque sea en tabernas ungrientas de caracoles. No sientan la melancolía que es la felicidad de estar triste como decía Víctor Hugo. Sientan y siéntanse en la toalla para ver la primera marea de la jornada y en el horizonte busque lo que haga sentir bien, lo que le haga venirse arriba. Poténcielo, piénselo, deséelo y consígalo. Siempre creí en la ley de la atracción. Cuando se desea mucho algo y se pone todo el empeño en forma y fondo se acaba consiguiendo. Yo no sé lo que vale mi vida pero la voy a disfrutar como si fuese una por cabeza. Yo escribo esta carta con una euforia que no me pertenece a la hora que es, ni por nada concreto, con un té en el cuerpo y veinte llamadas al lomo, pero estoy razonablemente feliz y loco por terminar de contarle mi parrafada mensual para salir ahí fuera y vivirlo. Quizás estoy para que me encierren, pero yo veo que la vida no es tan cruel como para no darle una nueva oportunidad, vestida de limpio, sabiendo a estreno, perdonando mucho y con buenos deseos para todo el que se cruza. No me pienso despedir con reproches, ni con llantos. Quiero que seamos felices, ¿tanto pido? Le propongo vivir el verano de 2018 como para recordarlo con nuestros nietos, si los tenemos, como un verano inolvidable, propio de una época dorada de nuestra vida. Concretamente la que estamos viviendo. No encuentro las palabras a veces para inyectarle esa ilusión que vive en mí por vivir, pero quiero que se tome estos días de asueto para invertirlos en su bienestar, en reilusionarse. La vida merece la pena, con sus rosas y sus espinas. Enamórese de las personas. Vístase de psicología positiva. Identifique su liderazgo y potencie su talento. Julio viene de olé. ¡A por él!.