Pitingo en caló significa presumido pero si de algo peca Antonio Manuel Álvarez Vélez es de no serlo. Humilde por castigo, sensible, distinto y revolucionario en el flamenco. Empezó en los colmaos pasando el plato cantando flamenco puro, aunque desde niño se encargó de forma autodidacta de conocer a los grandes de la música general. Ha cantado con iconos mundiales como Eric Clapton, Pink Floid, Marc Anthony o el recientemente desaparecido Juan Gabriel, aunque siga juntándose con los amigos de su niñez en Ayamonte. Le vuelven loco las papas con choco y su abuela Paca, gitana de bandera. Su niño y su mujer son su pasión. Pitingo es el inventor de la soulería y con ella ha recorrido varios continentes con España, Andalucía y Huelva siempre en la paladar. De eso, de paladar, sabe mucho, no porque no le hubiese importado ser cocinero, sino por el gusto con el que habla, canta, trata y vive la vida. Defiende que la soulería no es un palo sino un concepto, aunque de palos está servido por los que se creen en posesión del purismo flamenco. Un orgullo tenerlo de invitado en estas tablas de papel. Grande. Muy grande.
¿Quién es Pitingo?
Una persona normal y corriente que tiene la suerte de dedicarse a lo que le gusta. Alguien que vive humildemente y que nunca olvida sus raíces, su familia, que intenta llevar una vida normal.
¿Hay una diferencia entre Antonio y Pitingo?
Sí, bastante. Pitingo es el que se sube a los escenarios y se crece, se transforma. Cuando bajo soy Antonio, el de toda la vida.
¿Cómo era Pitingo en su más tierna infancia?
Muy malo, un bicho malo, no paraba. Era muy travieso, muy inquieto. Muy listo, porque siempre he sido muy listo, aunque muy humilde también. Yo me he criado en Ayamonte, Huelva. Mi infancia fue allí. Muy pequeño me fui a Madrid. Prácticamente llevo toda la vida en Madrid, aunque todos los años bajo tres o cuatro meses a Ayamonte, a mi tierra. Los veranos enteros me he bajado siempre a Ayamonte. Mi infancia ha sido muy bonita y muy humilde, de familia muy humilde. Me ha costado mucho sacrificio dedicarme a lo que me dedico y me cuesta y, sobretodo, mantenerme. Mantenerse cuesta mucho más que llegar.
¿Es lo que quiso ser de mayor?
Sí. Desde chico, desde que tenía uso de razón quería ser artista. En mi familia era muy vergonzoso y no cantaba, pero en el colegio se sabía. Delante de mis padres me daba vergüenza cantar, pero en la calle me hinchaba de hacerlo. Con catorce años me cogieron una cinta que me había grabado yo mismo y así se enteraron de que yo cantaba. Lo único que hacía era estudiar, no en la escuela, sino el cante; y aprendí de otras músicas. Prepararse para ser artista es fundamental para serlo. Hay que trabajarlo. No hay una varita ni sólo vale tener el don de la música.
¿De qué fuente ha bebido?
Muchos han sido mis referentes. Flamencamente hablando me gusta la época de los años cuarenta y cincuenta: La Niña de los Peines, Tomás Pavón, Caracol, Pepe Pinto, Marchena, Talega, Mairena. Hay un abanico muy grande y de todos he aprendido. De esta época me encanta Estrella Morente, por supuesto; Miguel Poveda, Arcángel… Otros menos conocidos como Antonio Reyes, el hijo de Rancapino, Juana de El Pipa, La Macanita… Me gusta todo el mundo que canta con sentimiento, a todos sigo y de todos aprendo.
¿Con qué palo del flamenco se siente más?
Me gustan varios, pero quizás la solear, la seguirilla y la bulería.
¿Qué es la soulería?
No es un palo, es un concepto. Decir que es un nuevo palo sería una osadía por mi parte. Considero que es una renovación del flamenco y una forma de atraer al nuevo público al flamenco. Siempre viene bien.
Ha tenido que soportar la crítica más severa de los sectores más conservadores del flamenco, ¿cómo lo ha llevado?
Al principio, me costó afrontar los palos. Yo empecé a hacer un flamenco más ortodoxo, con diecisiete o dieciocho años. Yo cantaba para bailar por las peñas. Como todos los flamencos yo me buscaba la vida y pasaba el plato. Lo repartía con un guitarrista amigo mío, Alfonso Orellana. Fue de mis primeros guitarristas. Cantábamos en un colmao flamenco que se llamaba «La Soleá». Cantaba un flamenco ortodoxo puro y duro. Pero ya desde chiquitito escuchaba otras músicas y, sin que lo supieran los flamencos, ya hacía góspel, blues. Había ido ya a Chicago y a muchos sitios a empaparme de todo eso. Un día dije que me tiraría a la piscina. Juan Carmona, que fue guitarrista mío muchos años. Le adoro porque me apoyó mucho, como toda la familia Habichuela. Estaban en esa época muy fuertes además. Él me animó porque me decía que era el único que hacía eso. Yo le decía: «Juan que me van a dar muchos palos». «Si no lo haces tú, lo hará otro», me dijo. Aunque para que lo hiciese otro tenía que vivir lo que yo había vivido ya. Me tiré a la piscina y me llegaron palos por todos lados. Entonces era como todos los flamencos. No había tantas redes sociales. Lo que hacía era al día siguiente de un concierto irme corriendo al kiosco para leer la crítica. Tengo en mi casa un tríptico de tres críticas de un mismo crítico de flamenco tradicional. No me gusta decir flamenco puro, clásico, porque una cultura tan antigua como la flamenca tiene muchos matices y raíces: judías, árabes, gitanas, indias… Entonces la primera crítica me pone maravilloso, hablando de la pureza. Cuando empecé a innovar tituló: «Pitingo no te pierdas». A los tres años, que ya estaba yo con soulerías, tituló: «Pitingo se perdió por completo». Lo respeto. Respeto las opiniones de todo el mundo, pero no la crítica destructiva.
¿Qué queda en su tintero?
En mi tintero quedan muchas cosas. A medida que voy cumpliendo años quiero pulir muchas cosas en lo personal y musicalmente. Ahora estoy metido en el estudio, trabajando en un nuevo proyecto. Probando cosas nuevas, investigando, locuras mías (sonríe). Está fraguándose, creo, algo importante, pero aun no puedo contarlo. Me queda mucha gente con la que quiero cantar por ejemplo. Nunca pude ni soñar cantar, siendo de Ayamonte, con Pink Floid, Eric Clapton, Marc Anthony, Juan Gabriel, Alicia Keys… con muchos artistas internacionales y con grandes nuestros como Estrella y Enrique Morente, Sara Baras… Me encantaría cantar con Aretha Franklin, puestos a soñar. Estamos en ello (risas). El año que viene vamos a hacer una cosita muy importante con un artista a nivel mundial muy importante y que es un sueño mío desde que tengo doce o trece años para un disco mío.
Si no hubiese sido cantante, ¿qué hubiese sido?
Cocinero, así de claro te lo digo. Cocinero porque lo considero un arte. Quizás hubiese sido productor, técnico de sonido, algo en contacto con el arte.
¿Es cara la libertad?
Sí. Hay que pagar un precio alto por hacer lo que uno quiere. Estamos acostumbrados a no tener demasiada libertad en todo. Todo lo que se salga del tiesto molesta e incomoda. Yo me he acostumbrado a ello, a ser libre de pensamiento, en lo musical y en todo en la vida. Hago lo que me da la gana respetando a todo el mundo. Voy a lo mío. Me encierro en mi mundo, en mi familia. Me bajo del escenario y me olvido de todo.
¿Qué es lo que le vuelve loco a Pitingo?
Mi hijo, mi mujer, mi casa. Me vuelven loco unas papas con choco. Me emociona el cariño con las personas mayores. Me vuelve loco mi abuela Paca, una gitana maravillosa. La quiero mucho. Mi niño hoy se me abrazó queriendo que no me fuera. Cada día me cuesta más irme de mi casa.
¿Hay algo que odie?
Sí, la falta de humildad. Soporto casi todo menos la falta de humildad. He llegado a llamarle la atención a gente por ello.
¿Se sufre mucho cuando se es sensible?
Mucho. Se sufre mucho. Se cabrea uno mucho. Aunque tengo buen carácter pese a los palos, porque soy optimista. Si no fuese sensible no me podría dedicar a esto. Hay quien no es sensible y está en la música. Esos no son artistas. En el mundo del artisteo no hay un sentimiento de apoyo entre compañeros. Somos muy poquitos los que nos llamamos y nos alegramos. En el flamenco de hace años, los artistas se juntaban. Ahora no. Eso me entristece.
¿Qué distingue a un flamenco gitano del que no lo es?
Nada. Lo que se quiera distinguir cada uno. Yo tengo la suerte de tener de los dos. Yo considero que el gitano por ser gitano no tiene porqué cantar bien. Un payo puede cantar maravillosamente bien, igual o mejor que un gitano. Se nace con un don y lógicamente un gitano que se cría en un entorno, escuchando flamenco, puede desarrollar ese don pero igual que a un payo educado así. Nadie tiene la fórmula, ni el secreto. Arcángel no es gitano y canta que te mueres y revienta a cualquiera. Poveda no es gitano. Si nos ponemos así, Pepe Pinto que me encanta, Vallejo y Marchena no son gitanos. El que diga lo contrario está equivocado y ni sabe, ni conoce, ni va a disfrutar en la vida el gran abanico que tenemos de artistas en el flamenco. Respeto a la humanidad y no me gusta discriminar.
¿Qué es ser flamenco?
Comer del flamenco, alguien al que le gusta y sabe de flamenco. Hay quien no come del flamenco pero se rodea del flamenco y de flamencos y también es flamenco. No sabría decirte lo que es ser flamenco. Lo que hay que ser es buena persona. Se puede ser flamenco y gustarte Pink Floid. Mi vida más que flamenca la veo andaluza. El flamenco es Andalucía. Andalucía es flamenca. Los cantes han nacido aquí. Los potajes saben distintos cuando se hacen cantando flamenco.
¿Hay algún secreto no confesado de Pitingo?
No. La verdad es que no. No tengo muchos secretos porque llevo una vida muy tranquila, sobre todo desde que tuve a mi hijo.
¿Es profeta en su tierra?
Sí, en Huelva sí. En España en general también. Yo llevo a mi tierra por el mundo entero, a donde quiera que vaya. Canto en México y hablo de Huelva y de Ayamonte. Quizás no esté presente en mi tierra como quisiera estar. Arcángel es de los mejores cantaores que ha dado Huelva y no está todo lo presente que debiese. El Pueblo me apoya. Es algo más institucional y político a lo que me refiero. Cuando voy a Huelva es porque me meto como empresario para ir. Si no quizás no pisaría Huelva nunca.
¿Tiene una receta para ser feliz?
Sí, mi mujer, mi niño, rodearme de mis amigos de toda la vida, que son los que me conocen desde niños y, vivir con humildad y sin perder mis raíces.
¿Un personaje histórico?
Jesucristo.
¿Un plato?
Las papas con choco.
¿Un color?
El verde.
¿Una ciudad?
Sevilla, Granada… Pondría España como gran ciudad.
¿Una frase?
A Dios no hay que pedirle, sino darle gracias.
por Mario Niebla del Toro