El menor y más excéntrico de los Medina-Sidonia es, en contra de su voluntad, un habitual de los juzgados. Dentro y fuera de ellos, ha luchado por defender sus derechos sobre la herencia de sus antepasados. Gabriel González de Gregorio sostiene un singular discurso a medio camino entre las proclamas comunistas -a pesar de su orientación conservadora- y la defensa de la tradición nobiliaria. Con esta charla sin desperdicio cerramos el ciclo iniciado hace más de una década con la entrevista a su madre, la XXI Duquesa de Medina-Sidonia. Tras ella vinieron las de su viuda, Liliane Dahlmann, y los hermanos de Gabriel: Pilar y Leoncio.
¿La tradición nobiliaria es compatible con las teorías actuales sobre desigualdad y reparto del capital que usted defiende?
Una persona con título no tiene más fácil una oposición, tampoco ser contratado por una gran multinacional y así acceder a los grandes sueldos de la primera división de la economía. No es así desde el punto de vista hereditario del reparto de capital de una familia.
La herencia debe de ser repartida lo máximo posible entre los hijos. Es uno de los antídotos propuestos para que no se cumpla la profecía de Thomas Piketty: en un mundo de bajo crecimiento dominará el rendimiento del capital y las grandes fortunas, cual imanes, acumularán poder y riqueza, terminando con la igualdad de oportunidades incluso entre hijos de los mismos padres.
En este sentido, la Ley de Sucesión Española (excluyendo los territorios forales) es progresista en cuanto a que reparte equitativamente un tercio entre los hijos. Salvo que se defraude esta ley, como pretendió mi madre sacando la Fundación Medina-Sidonia de su caudal hereditario o también la Fundación Alba.
¿En qué se parecen ambos casos?
Son la cara y la cruz de una misma moneda. Se complementan y ambos ilustran lo que está sucediendo. Vivimos tiempos de crueldad social, de “sálvese quien pueda”.
Le doy las cifras, a la muerte de mi madre, la Fundación Medina-Sidonia suponía, mal valorada, el 95% de su patrimonio. Fuera quedaba un 5% que pretendían que fuera lo único a repartir entre los hijos y, además, de manera desigual. A Pilar y a mí nos tocaba el 0,5% del patrimonio de nuestra madre, cuando la ley nos aseguraba el 11,3.
En nuestro caso, este porcentaje era también merecido desde un punto sentimental y material, sufrimos la cárcel y el exilio de nuestra madre y el desfalco de la herencia de nuestra bisabuela Julia, Condesa de la Mortera y Duquesa viuda de Maura, que nos había nombrado herederos.
En el caso Alba ha sucedido casi lo mismo. Cayetana tuvo seis hijos, cada hijo debía de haber recibido el 5,5 % del patrimonio total. Sin embargo, los cinco hijos que no son el primogénito habrían recibido el 0,25%. Ellos también merecían su parte, Cayetana fue una madre difícil, casi tanto como la nuestra, aunque a ella no se le ocurriera ir de vacaciones a la cárcel, ni fue santa patrona del colectivo LGTBI.
Ambas madres habrían tratado de defraudar el 95% del patrimonio hereditario que debían de haber recibido sus hijos no primogénitos. Las familias nobiliarias tienden a ser “primogenitistas” en más medida que las demás. Esta realidad sitúa a la nobiliaria en el Antiguo Régimen, cuando no existían clases sociales, sino castas, utilizando el término de Antonio Escohotado.
¿Qué papel han jugado los primogénitos?
El actual duque de Alba está feliz con el arreglo. El de Medina-Sidonia, que colaboró con la fundación en vida de nuestra madre, con la expectativa de que todo sucediese como en el caso Alba, fue perjudicado por un cambio de estatutos de última hora. Eso le obligó a pelear junto a nosotros por nuestros derechos hereditarios. Nuestra madre defraudó también a su primogénito a quien había llevado al huerto con los estatutos originales de la Fundación Medina-Sidonia. Cayetana defraudó a todos sus hijos menos a su primogénito que está tan contento.
Estos primogénitos pretenden instaurar la moda de que los hermanos no deben ser considerados familia. Esta nobiliaria absolutamente excluyente que proponen Alba y Medina-Sidonia está abocada al fracaso.
Otra diferencia entre Alba y Medina-Sidonia es estética. Los hijos menores de Cayetana han recibido importantes patrimonios y todos, incluidos nietos, llevarán títulos nobiliarios, salvo Brianda que, por cierto, es una chica de gran talento.
En su caso, ¿qué ha supuesto no heredar ningún título?
Nuestro primogénito prefirió que se perdieran diecinueve títulos antes de que yo llevase uno. El interés de mi hermano era competitivo. Su objetivo era que ni Pilar ni yo tuviéramos título alguno. Un plan para usurparnos la herencia de nuestra bisabuela, arrebatarnos la legítima de nuestra madre, y dejarnos sin titulo nobiliario que nos adornase. A la vida en pelota picada… en esas condiciones ganarse la vida es difícil y pleitear por los derechos arrebatados, quimérico.
Nuestra madre se percató de todo, no tenía un pelo de tonta, aunque de buena tampoco muchos. Tuvo que seguir el juego de mi hermano pues se había descubierto el desfalco de la herencia de nuestra bisabuela y necesitaba a su hijo mayor de su lado en los posibles pleitos.
Una de sus cruzadas personales es el reconocimiento de una ley vigente desde el siglo XVI sobre la acumulación de títulos por parte de los primogénitos.
Los tres títulos que llevaba mi madre a su muerte eran cabeza de tres casas nobiliarias afectadas por esa ley. Esa fue la sorpresa que le tenía reservada a mi hermano en respuesta a su exigencia de que no me diese título alguno. Mi madre se opuso a que él rehabilitase ninguno de los que estaban en caducidad, así, diecinueve fueron suprimidos por Real Decreto en 1988. Mi hermano prefirió que estos títulos de nuestros antepasados se perdieran para siempre antes de dar uno a su propio hermano. Eso debió horrorizar a nuestra madre.
Pero ella debía tener noticias de la Ley de 1534, nuestro bisabuelo Gabriel Maura, que fue su maestro, la conocía. A nosotros nos lo contó antes de morir en 1963. Es más, cuando investigué lo sucedido, encontré que la fórmula jurídica que utilizó nuestra madre en los años 70 para repartir Fernandina a Pilar obedecía a esa Ley de 1534 y no a la de Distribución de Títulos de 1912 a la que estaban sometidas Villafranca y Fernandina.
Tras la muerte de mi madre, Pilar y yo presentamos capitulaciones y expedientes matrimoniales familiares de los siglos XVII y XVIIl en los que se recordaba a los contrayentes que de unirse en un mismo descendiente las casas que entroncaban en esos matrimonios, estas casas se tenían que separar.
¿Por qué no lo ha llevado a los tribunales?
Después de lo sucedido con la sucesión de mi madre he perdido interés. La nobiliaria mostró su ideología: todo para los primogénitos aunque no les corresponda. Esa no es la nobiliaria que me interesa. Nuestros antepasados llamaban a los honestos a sucederles, por encima del orden de nacimiento. Hoy nadie se preocupa de que quienes lleven los títulos sean honestos, o de su papel en la sociedad, si no de patrimonializar los títulos.
No les cabe en la cabeza que éstos no sean patrimonio, por eso los acumulan en los primogénitos. Luego lavan sus conciencias asistiendo a personas necesitadas en comedores de Cáritas y comulgando varias veces al día.
En España los títulos fueron desvinculados de sus patrimonios en el siglo XIX. Por tanto deberían ser solo memoria, obligaciones y compromisos, un verdadero tostón y no la escalera hacia el éxito social y económico.
¿La nobleza no le ha aportado nada positivo?
Tuvimos el privilegio de convivir con una nobleza decimonónica que ya no existe. Mi bisabuelo Gabriel, primer duque de Maura, combinaba herencia con indiscutible mérito personal. Mis tíos González de Gregorio, siendo solo tíos abuelos, se ocuparon de nosotros. Con su buen humor mitigaron los rigores del exilio de nuestra madre. Nos ayudaron económicamente y pagaron mi universidad. Eran una nobleza al estilo del marqués de las Marismas, según el retrato de Berlanga en la Escopeta Nacional. Gente elegante y discreta.
Mi madre tenía mucho de esto, pero cambió tras el primer matrimonio de nuestro hermano mayor. Este ambiente de cambio de valores en la nobiliaria fue reflejado por Carlos Saura en la película “Mamá cumple 100 años”, rodada en Pendolero, la finca de mis bisabuelos a 25 kilómetros de Madrid.
Habla mucho de su madre, pero ¿qué ha significado para usted la figura de su padre?
No lo tratamos mucho, vivíamos con nuestros abuelos. No es un personaje público como nuestra madre, corresponde a mi hermana Pilar velar por su memoria pues es su heredera universal. Ella ha declarado que fue una magnífica persona, no la quiero contrariar. Además, nuestro padre tuvo una infancia muy difícil que al parecer no pudo superar jamás. Más vale ir perdonando.
¿Cómo fue su infancia?
Horripilante. Peleas atroces entre nuestros padres con tribunales de por medio. Nos protegían nuestros bisabuelos, después nuestros abuelos. La cárcel de nuestra madre y su exilio fueron devastadores para nosotros. Mi padre y mi abuela impidieron por todos los medios el contacto con nuestra madre.
Por fortuna tengo la virtud de pasármelo bien con cualquier cosa. Admiro profundamente a los cómicos y a los payasos.
¿Es la bohemia su estado natural?
Mi abuelo paterno fue bohemio, en los Maura abundan los bohemios: autores de teatro y pintores. Nuestra madre Luisa Isabel fue bohemia casi toda su vida hasta que se convirtió en una petarda. Sus amistades eran bohemias: Jean Madonugh, June, Lola, Ramón Ribero, Escalante, Carmen Infante, Manolito Cha Cha Chá, Capi… mi madre fue divertidísima hasta que dejó de ser bohemia. A mí me hubiera gustado ser cómico pero no he tenido talento.
¿Cómo entiende la cultura?
Hasta que llegó Google, pensaba que la cultura era la Enciclopedia. Ahora creo que cultura es educación: conocer los derechos de los demás, no pisotearlos y, ante la duda, anteponerlos a los propios. Es eso que me enseñaron los nobles decimonónicos y que tuve la suerte de vivir en mi infancia y juventud.
Creo que tiene usted también una opinión singular sobre la libertad.
Jamás en la vida me he sentido libre. Es una quimera que encuentro ridícula. Ni quiero, ni pretendo tal aberración. Estoy limitado por los derechos de los demás sin menoscabo de los míos, a ser posible. Tal vez después de muertos seamos libres, no antes. ¡Dios nos libre de los que luchan por sentirse libres! seguro que nos pisan los callos en cuanto nos descuidemos.
¿Conoce el miedo?
Miedo se siente cuando con diez años meten en la cárcel a tu madre, se va al exilio y no la ves en nueve años… todavía no se me ha quitado el susto.
Curiosamente, en mi familia me consideran temerario, una de mis primas cuenta que de niño me tiraba desde los puentes, pero es que conocía perfectamente el río.
Con una trayectoria vital tan ajetreada, ¿qué espera del futuro?
Un poco de tranquilidad, estamos continuamente en los tribunales, desde los seis años, que yo recuerde.
Texto: Alfonso Pérez-Ventana Cerdán
Fotos Alberto Bernárdez