Gitana de raza y definida por los expertos en Flamenco como una de las bailaoras más grandes de todos los tiempos. Ha trabajado con los eternos: desde Camarón, pasando por Paco de Lucía y hasta llegar a Farruco. El Hotel Alfonso XIII, emblema del regionalismo sevillano, ha servido de escenario único para esta entrevista donde hemos conocido a la Manuela Carrasco más personal y auténtica. Arte indiscutible y emblema de esta tierra, madre de esto que es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, mujer del viejo arrabal junto al río Guadalquivir. Recuerda aquellos años donde entre los vecinos de los patios de Triana “se daban de comer cuando el hambre acuciaba” y donde, al día siguiente, “con una sola botella de anís se formaba una fiesta”. Desde niña hasta su madurez. En 2019 cumplirá cincuenta primaveras subida a los escenarios más prestigiosos de todo el mundo. Emblema de Andalucía y España. Así piensa y así vive Manuela Carrasco.
¿Cómo se define?
Como una bailaora gitana, enamorada del arte y del baile, porque desde que nací era lo que quería ser. Amo a mi trabajo.
¿Cómo le llega esto del baile?
Nací en Triana y nos pasamos a San Juan de Aznalfarache cuando tenía cuatro o cinco años. Entonces, todas las niñas bailaban y cantaban; querían ser artistas. Para mi madre era la ilusión de su vida y a los nueve años me llevó a un manager de Sevilla, empecé con las galas juveniles. De ahí a tablaos, festivales, televisión, América y todas las partes del mundo. Me llevaba todos los días con los zapatos de baile bailando.
Entonces se puede decir que nació con las botas puestas.
Sí, a los cuatro años me los compró (ríe).
¿Qué hay de Triana en Manuela?
Creo que todo. Me crie allí, sigo viviendo allí y amo a Triana, porque mi padre ha sido bailaor y en todos bautizos o bodas que había en la época, él me llevaba de la mano para que mi madre no le riñera. Yo pegaba cabezazos, una niña con ocho o nueve años viendo tanto arte hasta las cuatro de la mañana…
¿Es cierto que a su padre le llamaban “El Sordo?
Sí. Porque de pequeñito era muy mal ‘mandao’. Mi abuela empezaba a llamarlo, él se hacía el sordo y decía: “este niño está sordo”. De ahí se le quedó.
¿Se acuerdas mucho de él?
Muchísimo. Murió hace once años, no quería que bailara, me tiraba los zapatos y decía que esto es muy complicado, que esto es muy difícil. Me decía: “Si quieres ser bailaora, tienes que ser muy buena, porque los mediocres no llegan a ninguna parte”. Consejos, muchísimos.
Volviendo a Triana, ¿cómo la recuerda en los años 70 y 80?
No tiene nada que ver con la de hoy. Cuando había un bautizo, en los patios tan bonitos que tenemos, en los corralones de vecinos; con una botellita de anís hacían una fiesta y se llevaban tres días cantando y bailando. Había gente grandiosa, de mucho arte.
¿Como por ejemplo?
Pepa la Cazona, el Titi y su hermana, Pastorita, Rafael, el marido de Matilde Coral, sus hermanos, los Vargas,… Era el arte en sí.
Aquello nacería de forma espontánea.
Estaba una en bata con un delantal y se ponía uno a ‘cantá’ y a bailar. Mucha sencillez y humildad. Quien no tenía para llevarse a la boca ese día le arrimaban un platito de comida y eso ya no existe.
Todo eso ha cambiado mucho.
Ha cambiado mucho todo. Recuerdo de mi padre que debajo de mí estaba su compadre con ocho niños y mi madre ponía una olla de potaje y le decía: “dame media ollita que se la voy a llevar a estos niños que están sin comer”. Esa humildad ya no existe.
Con todo esto, ¿Para usted que es la familia?
Es lo más grande que tengo: mis hermanos, mis hijos, mi marido, mi madre… Es lo más grande que una persona pueda tener porque desgraciadamente me ha faltado mi padre y mi hermano con cuarenta años y es cuando realmente te das cuenta de lo importante de las cosas.
Regresando a su carrera artística. Manuela ha viajado por medio mundo llevando su arte, ¿cómo recuerda aquellos años?
Con mucho cariño. Sienten una admiración muy grande fuera de España. En América me pasó una cosa. Estuve en el 86 o 87 en Nueva York y volví en 2001. Mi marido y guitarrista, que lo es todo, me dijo: “fórmala” y le dije: “vamos a ver qué pasa”. Hacía mucho tiempo que no iba allí y eso no se me va a olvidar en la vida. Cuando se levantó el telón y se pusieron tres mil personas de pie, no calculé el tiempo de los aplausos. Me eché a temblar.
¿Cómo se entiende un espectáculo flamenco en Brodway?
Son muy entendidos en todos los aspectos de la música. Les gusta mucho bailar. Lo admiran más que en España. Aquí lo tenemos casi a diario. Cuando va gente buena a América lo reciben con todo el amor del mundo.
¿Se aprecia el flamenco más fuera que dentro?
Creo que sí. Está pasando una cosa muy fuerte con el flamenco. Estamos viviendo la época mala del flamenco, lo digo sinceramente. Están haciendo tantas barbaridades que el flamenco bueno casi se está perdiendo y es una gran pena.
¿Es cierto entonces que los artistas están desvirtuándolo?
Ketama fusionó muchas cosas pero no se apartaron del flamenco, lo enriquecieron. Lo que no estoy de acuerdo son las barbaridades que están haciendo. En los ochenta no se podía hacer porque había tantos grandes, en todos los sentidos, que era imposible. Ahora quedan pocos y se ha ido de las manos. El ponerse una peina o un mantón lo ven antiguo. Ponerse un vestido, con el peso ideal para bailar y que no pueda hacerlo porque dicen que pesa. Este es el flamenco, no lo cambiéis más porque lo estáis destrozando
¿Qué opina de las canciones de Rosalía?
Eso es otra música. No hagas flamenco, porque no lo haces bien. Es una mezcla muy rara y muy extraña. A eso le llaman ahora flamenco…
¿Para Manuela que es el arte?
El arte no se aprende, ni la majestad. Eso nace contigo
¿Qué nombres le marcaron en su vida?
En mi corazón para toda la vida quedaron: Camarón, Paco de Lucía o Farruco.
¿Qué le decían?
Eramos muy amigos y siempre estábamos juntos en los festivales. Era una admiración mutua.
¿Cómo era actuar con ellos?
Te digo una cosa: los grandes son los más humildes y los más sencillos del mundo. Camarón, cada vez que iba a salir al escenario, le empezaban a sudar las manos, se ponía nervioso, y nos animábamos unos a otros: “Venga, pa lante, que eres el mejor”. Ahora empieza una persona y ya se lo tiene creído. No perdona, para ser grande tienes que ser muy humilde, respetar mucho a tu profesión y estudiar mucho.
En 1992 se grabó la película “Flamenco” de Carlos Saura, donde quedó recogido lo mejor del panorama de este arte. ¿Qué significó participar en ella?
Me hizo mucha ilusión. Tenía que haber hecho lo que hacía Merche Esmeralda, porque lo hizo Manolo Sanlúcar para mí, pero desafortunadamente estuve muchas horas grabando seguidas y me lastimé la rodilla. Entonces, solo pude hacer el tema de Camarón pero me lo llevó para mí. Todo el mundo dirá: “esa ha estado ensayando mucho tiempo”. Para nada, no me dio tiempo. Llegué y cuando me estaban maquillando, estaba escuchando la música por primera vez.
¿Qué consejo le da a los que se quieren iniciar en este mundo del baile?
Ahora está complicado no, complicadísimo, pero habrá persona y los hay como Farruquito, que llevan el arte para adelante, no desvirtúan. Pido que sigan esa línea.
Y Manuela, ¿qué le pide a la vida en adelante?
Que me de mucha salud, seguir con mi trabajo y disfrutar de mis hijas, mi marido y mis nietos.
Texto: Javier Comas
Fotos: Aníbal González