31 May, 2017 | entrevista a

Rocío de la Cámara

Ganadera

Los toros de Rocío de la Cámara pastan en el jerezano “Cortijo de la Sierra”, finca que perteneció al poeta y ganadero Fernando Villalón

Rocío es transparente como el horizonte de sus ojos. Apasionada de su trabajo, sacrificada por su familia y con ese punto de locura que debe tener todo aquel que se dedica al toro bravo. La mayor de sus fincas está en el término municipal de Jerez. Para llegar a ella atravesamos el municipio de El Cuervo por la calle a la que le dio nombre su padre Fernando Cámara.
Aquella carretera que sale del pueblo conduce al “Cortijo de la Sierra”, donde vivió y pastaron los toros del célebre poeta sevillano Fernando Villalón desde los años veinte. Dicen que Villalón enloquecía por criar toros con los ojos verdes. Con el tiempo, otro Fernando (Cámara), lo que soñaba era buscarle las vueltas a su padre para hacerse ganadero y comprarse aquel cortijo que había pertenecido al poeta.
Dicen que Fernando Cámara tuvo que esperar a que muriera su progenitor para comprarse la finca y la ganadería a la que le pondría el nombre de su hija Rocío. Sin hijos varones en el mundo, era su manera de contagiar a su primogénita la afición al toro bravo. “A mí, al principio, no me gustaban mucho los toros”, comenta Rocío. Pero el tiempo pondría las cosas en su lugar y ahora pasa por ser una gran aficionada y una ganadera entregada a su trabajo. “Ahora le dedico más tiempo a la ganadería brava que a mi familia”, explica.
Pieza clave en este puzle lo jugó el veedor “Pepito” Sánchez Elena, sobrino-nieto del matador de toros Ignacio Sánchez Mejías, que asesoró a Rocío de la Cámara en los primeros momentos de hacerse cargo ella de la ganadería. Con él, Rocío creció como ganadera hasta llegar a ser lo que hoy es. Ella hace ahora lo mismo con su hija María, que se está empapando del lenguaje con el que habla el campo cada día.
La plaza de tientas tiene una belleza andaluza por los cuatro costados. Un mosaico de cerámica recuerda los toros que han dado mayores triunfos a la ganadería. Si aquellos burladeros hablaran relatarían  las grandes faenas de campo que se han hecho en los últimos sesenta y cinco años. Entre ellos, hay dos toreros que podrían considerarse “de la casa”. Son los maestros Pepe Luis Vázquez y Juan Antonio Ruiz “Espartaco”. “Verlos tentar becerritas es un placer de Dioses”, explica la ganadera.
De aquellos tentaderos, sale el ganado que se lidia, posteriormente, en las plazas o se corre en las calles. “Te llevas cuatro años pasa saber si has acertado o no. Conseguir el toro que quieres es una tarea de muchos años pues, desde que se tienta la vaca, hasta que se lidia el macho en la plaza pasa todo ese tiempo”.
Este año, en San Isidro, hay cinco sobreros con el hierro de su ganadería. También algunos de ellos formarán parte de los encierros que se organizan en numerosos pueblos cada verano. El descenso en la celebración de festejos, como en todas las ganaderías, se ha notado en esta casa, que puede seguir adelante gracias a los negocios agrícolas que se desarrollan en paralelo.
Y es que, en efecto, desde el punto de vista económico, la ganadería es viable gracias a que buena parte de los terrenos de la finca se dedican a la agricultura. Trigo, pipas de girasol, remolacha, algodón y colza son algunos de los productos que hacen que esta tierra fértil sea, también, tierra de pastos para el toro bravo. Eso demuestra la enorme afición que, como Rocío, tienen muchos ganaderos. “Al menos, debes de intentar que no te cueste el dinero”, afirma convencida y añade: “A mí, porque me ha cogido joven… pero he hecho por la ganadería lo que no he hecho por nada en la vida”.

La herencia
Rocío de la Cámara tiene tres hijos: Rocío, la mayor, es paisajista; María trabajaba en la banca y Fernando, el pequeño, estudia administración y dirección de empresa. Cuando María – la mediana – le dijo que quería volver de Madrid, del banco en el que trabajaba, para administrar la economía del campo a Rocío le dio la alegría de su vida. La primera lección que la madre le dio a su primogénita fue la de que los sábados o los domingos también había que trabajar. “El trabajo en el campo no tiene horas, es muy sacrificado”. Sin embargo, María también tenía una enseñanza guardada para su madre. El primer día, antes de sentarse a ordenar cuentas, se metió en el campo a bregar con los toros. Las faenas al aire son compartidas por toda la familia. El día que hicimos este reportaje, sin ir más lejos, el veterinario se pasó por la finca para hacerle una cura a un astado y administrarle el tratamiento. María participó como cualquier trabajador de la finca en las faenas para enchiquerar al toro y devolverlo, luego, al campo.

Así es el toro de Rocío de la Cámara
La procedencia actual del toro de Rocío de la Cámara es de Carlos Núñez, Juan Pedro Domecq y José Luis Osborne. Es un toro “bajito, con las patas muy pequeñitas. Un toro fino y con bastante cara”, así los define la ganadera. Los machos pastan en la finca jerezana. Las vacas, en Chiclana. A Rocío le gusta el toro que se puede lidiar en Jerez, en El Puerto de Santa María, en Murcia o Almería. Un toro sin un excesivo peso que facilite la movilidad del animal y que haga que el público disfrute más. Lamenta el peso que se exige en Madrid o Pamplona porque hay determinados tipos de toro que, por sus características morfológicas, no soportan tantos kilos y eso les reduce la movilidad y la transmisión. “Al final, el público se divierte más en Almería o El Puerto de Santa María que en otras plazas en la que se busca un toro de más peso”, reconoce.  El día que se lidian sus toros, Rocío es presa de sus nervios. “En una corrida he devorado un paquete de tabaco entero… y un bombón helado” (sonríe). Es cierto, reconoce, que es incapaz de analizar el comportamiento del toro en la plaza y cae en la cuenta de las posibles virtudes o defectos del astado cuando los ve, con posterioridad, en video. “La cabeza no me funciona cuando el toro está en la plaza”.

“El valor ecológico de la dehesa se mantiene gracias a la tauromaquia”
El mundo del toro es consciente de los ataques que sufre a diario por parte de colectivos animalistas, muchos de ellos, radicalizados en las redes sociales. “Históricamente, se ha vendido muy mal el mundo del toro. Hay un gran desconocimiento del esfuerzo que hacemos los ganaderos por la conservación de la dehesa. Tiene un valor ecológico y agroambiental que se mantiene gracias a la existencia de la tauromaquia”, opina Rocío de la Cámara. La ganadera lamenta la frivolidad con la que, a menudo, se habla de este asunto.  “El odio que existe actualmente hacia la fiesta está politizado. Un animal de compañía vive cada día al capricho de su dueño. Sin embargo, el tiempo que el toro bravo está en el campo vive en absoluta libertad y tiene una muerte digna, dando toda la bravura que lleva dentro y ofreciendo la posibilidad de que el torero haga una creación artística”.

La casa
Si al Gran Poder le ponen claveles en el paso, Rocío de la Cámara lo envuelve de buganvillas. El patio del cortijo está presidido por un azulejo de los años veinte del Señor de Sevilla. Las ramas van tiñéndole la túnica de morado y la tapia blanca del cortijo es un poema a la pureza que allí se respira. El empedrado del lugar, los naranjos endulzando con sus ramas el fruto, la espadaña apuntando al sol, las puertas teñidas de verde que es el color de Andalucía y la dehesa… En alto, se conserva la pequeña plaza de tientas en la que Fernando Villalón probaba sus vacas.
Esta primavera tiene mucho de verano por eso buscamos en el jardín el oasis que tiene el cortijo. Un antiguo pozo negro se ha reconvertido en un estanque lleno de nenúfares. Una conversación en el porche es determinante para comprobar que el tiempo pasa aquí de otra manera; a una velocidad tan lenta que ya habíamos olvidado que existiera.
En el entorno, Rocío ha levantado un huerto en el que cultiva patatas, tomates, brócoli, coliflores, alcachofas, rábanos, guisantes y habas. Todo, para el consumo de la casa, de sus trabajadores y de los invitados que, como nosotros aquel día, pudimos degustar las excelencias de los productos de la casa a través de un salmorejo y un pollo con patatas y arroz.
El interior de la casa guarda el sabor de las cosas antiguas. Reformado y puesto a punto por Rocío de la Cámara, ha sabido conservar el mobiliario y conjugarlo con piezas nuevas que no desentonan. Donde había tres graneros y la casa un trabajador, ahora es un gran salón de techos altos. Los suelos de madera y los ventanales le conceden a la casa una luz especial y un olor que sólo da el campo andaluz.

por José Antonio Rodríguez Benítez

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