Cuando le preguntaron qué era lo más hermoso que había visto con sus ojos en toda su vida, la respuesta no dio resquicio a la duda: “Los ojos de mi hija que, cuando nació, estaban abiertos”. Federico Alonso, al ser del gremio, tuvo la oportunidad de ayudar en el parto de su esposa Arancha. Cuando la pequeña Carmen nació lo hizo con los ojos abiertos de par en par, como presentándole a sus padres su mejor obra que no precisó de avance tecnológico alguno. Y porque las cosas más bellas, también, son las más sencillas, la compleja simplicidad de esos ojos bien abiertos bastaron para pensar que era la escena más hermosa que había contemplado nunca. “La lengua del amor está en sus ojos” que diría el dramaturgo inglés John P. Fletcher. Y, quizá, ese camino, el del amor, es el que ha conducido a Federico a crear su otra gran obra: su empresa.
Una empresa, Tecnoláser, que es el desencadenante de dos pasiones: La primera de ellas, el interés de su promotor por el conocimiento y aplicación de la última tecnología al terreno de oftalmología. Y, en segundo lugar, una vocación de ayudar al ser humano a tener mejor calidad de vida. “Nuestra profesión es muy valorada por los pacientes porque la vista es el sentido más apreciado”, afirma.
No le falta razón, a lo largo de los últimos quince años, que son los que cumple Tecnoláser, ha encontrado situaciones difíciles, historias de desesperanzas que han solido tener un final feliz. “Valoro todo lo que un paciente puede confiar en un médico”, confiesa. Y esa desazón que, a veces, viven los pacientes que llegan a la clínica es importante encontrar un punto de apoyo que genere confianza, más allá de la tecnología punta que en ese momento pueda disponer. Federico Alonso lo resume en dos frases: “No se puede ser un buen médico si no se es una buena persona”. Porque “para ser un buen médico, necesitas tener una buena inteligencia emocional” que te haga comprender las inquietudes y los miedos de cada paciente.
Quince años
El quince aniversario lo celebran en su sede de la calle Juan Antonio Cabestany, a la que se trasladaron en plena crisis “porque era el momento de crecer”, según afirman. “Buscábamos algo basado en la excelencia. Un trato personal y cercano y que, desde el punto de vista económico, fuera asequible a la mayoría de las personas.
En la actualidad, el equipo de Tecnoláser cuenta con unos cuarenta profesionales dirigidos por Federico Alonso. Su mujer, Arancha Herrera, se encarga de la gestión de la empresa. Amante del arte, ha sabido crear un entorno con una acentuada personalidad, decorando las estancias con mobiliario antiguo que dialoga con cuadros contemporáneos que rotan en función de la época del año. “Procuramos que las estancias sean cálidas y que el paciente se encuentre como en el salón de su casa mientras espera una a que lo atendamos”, explican. Un espacio para todas las edades pues hasta su hija Carmen – de 8 años – ha contribuido a la decoración realizando los dibujos que cuelgan en las paredes del cuarto de baño. Ese empeño por la cercanía hace que sea frecuente ver al doctor vistiendo pijamas con dibujos del Pato Donald, Papá Noel o Buzz Lightyear.