Mi encuentro con Jonathan Veyrunes, protagonista de mi pluma hoy, fue enriquecedor en muchos sentidos.
Esta experiencia desechó definitivamente de mi mente la idea preconcebida de que vivir de un arte y luego de otro genera confusión. Según el pensamiento común, un actor que se convierte en cantante no sería legítimo ni en uno ni en el otro campo.
Originario de Nîmes sus pasiones no son, como ocurre con algunos, un legado de las de sus padres. A la edad de 11 años, ingresó en el CFT, la escuela taurina de su región. Se admitirá que dedicar la vida a enfrentarse a un toro de casi 500 kg no se hace simplemente por ocio ni por curiosidad. Como novillero consagrado, tomó la alternativa a los 22 años en su ciudad natal. La alternativa es la ceremonia en la que, en presencia de un padrino y un testigo, se le concede el derecho, como nuevo matador, de alternar con sus maestros.
En aquella época, seguí la carrera de Jonathan entre Europa y América Latina y guardé el recuerdo de su torso erguido enfrentando los pitones del animal. Fue a los 35 años cuando puso fin a su carrera, dejando una huella e, indudablemente, un nombre con el que firmaría las obras que nutrirían y satisfacerían las otras ramificaciones de su sensibilidad artística.
Hoy me encuentro con John y he captado la coherencia de su camino que en realidad no se aleja tanto del universo en el que lo había dejado. De trato reservado y sencillo, parece canalizar su desbordante energía para destinarla a sus creaciones.
Ya sea a través de un trabajo muy personal e incluso original de diseño gráfico y coloración sobre sus propias fotografías, tanto como de sus textos o motivos pintados sobre muletas y los azulejos personalizados con los que firma su paso aquí, allá y en todo el mundo, Jonathan es tan productivo como insaciable.
Su fuente de inspiración la encontró en Gerena, provincia de Sevilla. Se trata de una casa de este pueblo rodeado de tierras dedicadas al cultivo de cereales. Es un remanso de paz que alberga un taller espacioso, aireado y lleno de color (y con razón), donde el artista dialoga con su pasado y sigue su rumbo. Observo algunas de sus obras terminadas y también otras que aún necesitan la intervención del artista. Allí uno se siente protegido y él, sin duda, se siente habitado.
Detecto muchos trazos geométricos y cromáticos. Ello me confiesa que éstos reflejan el ruido, los movimientos y el caos de las plazas de toros. Entiendo perfectamente esta proyección y me conmueve.
Cuanto más me intereso por su obra, más me doy cuenta de que no soy el único.
A Jonathan le han solicitado ser autor de carteles de Ferias, exponer en Estados Unidos, México y varios países de Europa, como tambien recientemente le ha ocurrido en Sevilla. Se renueva constantemente y su obra evoluciona en la misma medida, porque se atreve con nuevas técnicas y nuevos diseños.
El reconocimiento del artista, que va afianzándose cada vez más, se manifestó hace poco cuando el matador de toros Lalo de María le confió el diseño de los motivos del traje de luces que llevó en su alternativa. En colaboración con Fermin, el legendario sastre de toreros de Madrid, asumió el desafío con una gran conciencia de la personalidad de Lalo, sin traicionar la suya propia, a la que su cliente daba gran importancia. Este nuevo reto, sin duda, servirá de inspiración para muchos.
Queda claro que, desde que su cuerpo materializa, ya sea en una plaza de toros o en un taller de artista lo que la vida le inspira, Andalucía se ha convertido en el oxígeno de su entusiasmo: la tauromaquia (en su faceta de torero) la fotografía y luego la pintura.
Creo que he captado la esencia de la personalidad de Jonathan Veyrunes. Nada detendrá a este autodidacta polifacético, cuya humildad se combina adecuadamente con su ego para enfrentarse, si es necesario, con su mirada inclinada sobre las obras que está creando. De hecho, no tiene ninguna otra razón para bajarla, ya que el camino que traza está en consonancia con sus convicciones y su trabajo, tan bien nutrido por su personalidad.
Me parece evidente que el horizonte de Jonathan Veyrunes no se detiene ni en la plaza de toros ni en el taller, sino que es la búsqueda de nuevos lenguajes que yo, sin duda, volveré a descifrar con regularidad.
Texto: Paul-Maxime Koskas
Fotos: Cedidas por el autor