Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
Memoria del Comunismo, es el libro que recomiendo a los que no tienen ni idea de lo que fue la Guerra Civil Española. En ese libro donde se habla sin tapujos y sin sesgo político, repartiendo a todos los colores su protagonismo, pueden entender quien esté tan seguro de la “Ley de Revancha Histórica” lo que estamos viviendo en estos días de locos. Estamos gastando energías en gestas que ya se libraron, con personajes que ya no están y con debates que nada tienen que ver con los verdaderos problemas de los ciudadanos de hoy. Mire usted, yo he nacido, como toda mi generación de los ochenta y de ahí para abajo en años, en unos años de tenderse la mano, de mirar hacia adelante, de ver lo que nos unía para construir un consenso que tanto sumó a favor de los años de más estabilidad política de la historia de nuestra nación. Lo que están provocando las decisiones populistas de estos momentos no hacen más que abrir heridas cerradas y dar un espectáculo mediático que pone los vellos de punta. El mal gusto generalizado con el que estamos asistiendo a una sinrazón en el 2018 de comentaristas desinformados, populistas y con falta de rigor histórico me hacen avergonzar de la imagen de país que estamos dando. Yo aspiro a tener una clase política como la de aquellos que tejieron la transición española que, por encima de particularidades y lejos del “yoísmo” actual, remaron juntos para hacer de España un ejemplo de modernidad y de normalización democrática. La Ley de Memoria propicia precisamente la desmemoria de un país para que las generaciones venideras tengan todavía menos idea de lo que pasó en un periodo triste de la historia donde murieron tantos antes incluso de las grandes batallas de nuestra Guerra Civil. Sólo en Barcelona, por ejemplo, en catorce días murieron cuatro mil doscientos católicos practicantes, a manos de comunistas, cuando aún no había ningún peligro militar. Nadie ha pedido que desentierren a ninguno de los líderes comunistas a los que en vida y en democracia incluso se les condecoró, participando de aquel terrible episodio, por entenderse esto como un enterramiento precisamente del hacha de guerra. Señores, estemos en lo que a la gente realmente le facilitaría la vida y dejemos a los muertos en paz, de todos los bandos donde se hicieron grandes cosas y grandes barbaridades. La vida es otra cosa hoy en día y no podemos juzgar parcialmente con mentalidad de ahora lo que ocurrió hace más de ochenta años. ¿Desenterramos a los Reyes Católicos que a tantos infieles pasaron por las armas? ¿Desenterramos a todos los personajes de la Historia de España por derramar sangre, ser cómplices de regímenes autoritarios o por creer como justo lo que para nuestra mentalidad actual no lo es? ¿Cuándo empieza la memoria, con Franco, con Isabel y Fernando, con los godos? ¡Por favor! No nos volvamos locos. Miremos hacia delante sin olvidar ni eliminar el pasado porque, por mucho que quieran algunos borrar, no dejará por ello de suceder lo que sucedió. Aprendamos de todo nuestro pasado, con sus miserias y sus grandezas, pero dejemos a los muertos en paz y miremos al futuro de los vivos que es, además de todo, de sentido común.
Cambio de tercio y hablando precisamente de futuro. Sucede que cuando parece que el día está liquidado aparece la clave que le da la razón de ser. La otra noche, saboreando los últimos momentos del verano, esta vez en Marbella, fui invitado a casa de un amigo francés, enamorado de España. Durante la cena hablamos primero de banalidades, porque la vida no hay que tomársela siempre en serio, y más tarde de aspectos de ella realmente interesantes. Fue con la calma, la profundidad y el sosiego de una buena copa de vino, cuando el de más edad pero el más joven de la terna sentenció: La vida no termina nunca. Amén. Fue el de más años, más experiencia, seguramente más batallas ganadas y perdidas, todas triunfales para su haber vital, el que, paradójicamente, nos indicaba la fórmula con la que ha llegado a cumplir una edad de oro con un espíritu rabiosamente joven. La vida no termina nunca, porque los planes de futuro deben ser una constante hasta cuando por lógica natural se acerque el ocaso de nuestro baile. Este amigo y referente no comprendía que hubiese gente que se aburriese, cuando aun queda tanto por hacer y planear, tanto por darle forma y por vivir, tanto por acertar y errar. La curiosidad de un niño, del niño que todos llevamos dentro, y la ilusión de la primera vez sin serlo, pueden ser las claves para, como dijo mi amigo en aquella agradable cena, comprender que la vida efectivamente no termina nunca.