La España previa a la fotografía también buscaba sus días de verano, un sol abrasador del que apenas se podían refugiar, por entonces, las clases más altas. En España, y en concreto
Andalucía, las vacaciones de verano tuvieron cada vez más auge a medida que avanzaban las décadas. Alfonso Pérez-Ventana, en un reportaje de archivo de la Revista Escaparate, señalaba que «sombreros canotier y afilados bigotes en los señores, trajes de baño de intachable castidad en las damas, casetas-vestuario con toldos a rayas, vendedores de barquillos, estirados paseos frente al mar para ver y dejarse ver, era la postal en blanco y negro de las playas del norte de España (y alguna del sur) que vivieron su particular Belle Époque sin envidiar a las más famosas ciudades balneario europeas»
Un viaje por la geografía nacional que el propio autor comenzaba en “Santander, en los últimos veraneos de Alfonso XIII”. Pérez-Ventana recordaba que “durante diecisiete años, hasta la proclamación de la II República, cada verano se repetía la esperada imagen de la llegada de los Reyes a Santander. El Rey pasaba oportuna revista a las tropas en el muelle ante la plana mayor del Ayuntamiento. A las puertas del hermoso Palacio de la Magdalena, regalo de la ciudad a sus monarcas (sufragado por suscripción popular al precio de 700.000 pesetas), bellas señoritas de la sociedad santanderina ofrecían flores a los Reyes y el cuerpo de Bomberos formaba un arco humano para celebrar su llegada. La predilección de los Reyes por la ciudad cántabra tiene su origen en la visita que Isabel II, abuela de Alfonso XIII, hizo a Santander en 1861, atraída por las bondades de los llamados “baños de ola” en el Sardinero que pronto se pusieron tan de moda entre la nobleza y la alta burguesía. En el caso de la Reina Victoria Eugenia, nacida en el Castillo de Balmoral (Escocia) Santander le recordaba a su tierra natal por el clima, el paisaje e incluso por la arquitectura del palacio, que ella misma decoró. Alfonso XIII encontró en la ciudad el mejor lugar para disfrutar de sus deportes favoritos como el tenis, el polo, la vela o la caza. La agenda de los monarcas en Santander estaba plagada de trofeos deportivos, recepciones y eventos sociales varios, casi siempre acompañados de su corte “veraniega” entre la que se encontraban los infantes don Carlos y doña Luisa o los Marqueses de Santo Mauro. Uno de los más sonados eran las “garden parties” que a beneficio de la Cruz Roja se celebraban en Villa Piquío, propiedad en aquellos días de los Pombo, una de las familias más acaudaladas de la ciudad. A esas veladas al aire libre acudían las damas y señoritas de la aristocracia santanderina y foránea que entablaron bailes y conversaciones con los Reyes y sus Infantes”
DE SANTANDER A LA TOJA, PASANDO POR SAN SEBASTIÁN
De Santander a San Sebastián, Pérez-Ventana comentaba que “la Reina Regente era una enamorada de Donostia donde veraneó durante tres décadas hasta un año antes de su muerte en 1929. María Cristina y su corte se trasladaban cada verano al Palacio de Miramar frente a la bahía de la Concha. Su amor a la ciudad fue devuelto por ésta nombrándola Alcaldesa Honoraria, dedicándole un puente, una calle y el famoso hotel que todavía hoy es seña de San Sebastián.El florecimiento de la ciudad coincidió y fue consecuencia en parte de la presencia de la Reina que protagonizó el esplendor de una ciudad que se convirtió en destino de vacaciones de la elite social europea a la altura de las vecinas Biarritz o Arcachon.Durante la Belle Époque, la playa de la Concha era el eje de la vida social en la conocida por entonces como Bella Easo. Allí se construyeron el casino (actual Ayuntamiento), el Teatro Victoria Eugenia y el Hotel María Cristina. Fue en julio de 1912 cuando la reina homónima pisó por primera vez el brillante edificio diseñado por el mismo arquitecto del Ritz de Madrid y París. El hotel pronto se convirtió en el alojamiento favorito de la alta sociedad internacional y aún hoy hospeda cada año a estrellas de Hollywood durante el Festival de Cine.El otro centro neurálgico de la vida social donostiarra era el Casino. Allí se daban cita políticos, toreros, millonarios y artistas, míticos y variopintos personajes internacionales en el umbral de la I Guerra Mundial, desde la espía más famosa de todos los tiempos, Mata Hari; al revolucionario Leon Trotsky, el Sha de Persia, los potentados Rothschild, el compositor francés Maurice Ravel o las más brillantes estrellas españolas de la Época, como Pastora Imperio y Raquel Meller”.
Viajando a Galicia, el poder curativo de La Toja atrajo a las clases más pudientes. “Utilizada como zona de pastoreo para los habitantes de O Grove, cuando se descubrieron las propiedades de sus fangos, pronto se convirtió en lugar de descanso estival y curación de males de la alta sociedad. Hasta la reina Isabel II acudía a La Toja en su peregrinar por las playas del norte en búsqueda de cura para sus afecciones de piel. Aunque el primer balneario de la Toja data de 1899, fue en 1907 cuando abrió sus puertas el emblema de esta pequeña isla, el Gran Hotel. Un proyecto del marqués de Riestra, el rico más rico de Galicia, que creó un “resort” de lujo inspirado en las estaciones termales de Vichy y de Marienbad, donde hallar reposo a los afanes del invierno y dejarse ver en las tardes de bochorno y partidas de póquer y bridge.Curiosamente, los primeros ilustres visitantes del complejo tenían que acceder a la isla en barcas o incluso a pie los días de marea muy baja, ya que hasta cuatro años después de su inauguración no se estrenó el entonces considerado puente más largo de Europa”.
SANLÚCAR DE BARRAMEDA: EL SAN SEBASTIÁN DEL SUR
Sanlúcar vivió intensamente sus dorados años 20. Pero, mucho antes, a mediados del XIX, la ciudad despertó socialmente y fue foco de forasteros, que atraídos por las bondades de este rincón entre lo salado y lo dulce, eligieron el “San Sebastián del Sur” para sus baños de mar. Los años 40 del siglo XIX fueron decisivos para Sanlúcar. En 1845 se funda la Sociedad de Carreras de Caballos y en el 49, llegan a la Ciudad los Duques de Montpensier, Infantes de España, Antonio de Orleans y María Luisa Fernanda de Borbón, que con residencia en el sevillano Palacio de San Telmo, eligen Sanlúcar para fijar su retiro estival en un precioso palacio, hoy sede del Ayuntamiento.
Con los Duques, llegó su corte de nobles, políticos y gente del arte, que impregnó a Sanlúcar de un carácter cosmopolita y refinado, mezcla explosiva con la clase natural del sanluqueño y el espectacular escenario natural. Los advenedizos la convirtieron en el lugar de veraneo de la aristocracia y alta burguesía sevillanas y en unas décadas llegó a ser el centro de veraneo del sur de España.
Como señaló el periodista J.M. Aguilar, en La Voz de Cádiz, “corría el verano de 1849 los duques decidieron pasar todo el mes de agosto en la finca El Picacho, propiedad de Mª José Díaz de Saravia, viuda de Cortés. La influencia y la presencia de los Montpensier en Sanlúcar se hicieron patentes desde un primer momento, creándose una simbiosis perfecta entre ambos. Dieron trabajo a sus ciudadanos cuando el paro se hacía insostenible, como en el durísimo invierno de 1855; y ayudando a los más necesitados, pero sobre todo convirtieron a la ciudad en la residencia de verano la aristocracia y la burguesía sevillana y gaditana, y llevando el nombre de Sanlúcar por todo el mundo. A cambio la ciudad se mantuvo siempre fiel, imperturbable en su afecto. La construcción del Palacio de Orleans, hoy convertido en Ayuntamiento de la ciudad, junto a sus bellos jardines, es su mejor legado que tiene continuidad con la adquisición del Botánico para que le proporcionara agua”.
Todo ello provocó un incremento del servicio de transportes de viajeros por el río entre Sevilla y Sanlúcar en los meses de verano, gestión que vino acompañada de trabajos para mejorar la navegabilidad del río, «todo ello gracias a que don Antonio era accionista de la Compañía de Navegación del Guadalquivir», resaltaba Mª del Carmen Fernández Albéndiz en su libro ‘La Sanlúcar de los Montpensier’.
El Palacio de Orleans fue construido para sus períodos estivales y hoy alberga el Ayuntamiento. Como señalan Aguilar y Albéndiz en este reportaje para el periódico gaditano, “los Montpensier solicitaron al gobierno la llegada del correo a la ciudad, petición que le fue concedida, ya que en el mes de junio de 1852. También participaron en el arreglo de los caminos entre Jerez y Chipiona y en las mejoras del muelle de Bonanza para el tránsito de mercancías y personas. La llegada del ferrocarril a Sanlúcar estaría también directamente vinculada con el establecimiento de la familia Orleans-Borbón en esta localidad. En el ámbito social llegaron miembros de otras casas reinantes europeas tales como Eugenia de Montijo en 1853 o el rey viudo de Portugal en abril de 1856. Fugaz sería el paso por aguas de Sanlúcar de Isabel II en 1862.En septiembre de 1845 un grupo de distinguidos sanluqueños había creado la Sociedad de Carreras de Caballos de Sanlúcar de Barrameda, según destacan sus estatutos, para fomentar la raza caballar andaluza cuyo interesante ramo, es de conocida utilidad para la agricultura de este país. «Don Antonio, consumado jinete, amante de los caballos y poseedor de una de las mejores cuadras del sur de España se sumaría con gusto a esta actividad, contribuyendo a su fomento y difusión» indica Fernández Albéndiz en su libro.
Una tierra regada desde siglos por el oro líquido de la Manzanilla. Una seña de identidad de esta tierra y un tesoro culinario que hasta la actualidad sigue atrayendo a cientos de visitantes embriagados por el aroma del aire que entra del Atlántico hasta el Guadalquivir. Las carreras de caballos en la playa, como lo siguen siendo hoy, eran el acontecimiento social del verano. Tienen su origen en las improvisadas competiciones que se celebraban entre los propietarios de los caballos que transportaban el pescado. El calendario lo marcan las tablas de mareas, para que coincida con la bajamar y saque una franja de arena húmeda, idónea para correr, que se convierte cada año en un espectacular hipódromo natural.
Las Carreras de Caballos en las playas de Sanlúcar de Barrameda en la desembocadura del río Guadalquivir, el viejo Betis, son las más antiguas del Turf nacional y se mantienen desde el año 1845 y vienen siendo otro reclamo del verano sanluqueño desde hace más de 175 años. Al celebrarse estas manifestaciones en Sanlúcar y en su singular entorno del Parque Nacional de Doñana con playas, marismas y toda clase de encantos gastronómicos, Sanlúcar vivió un auge que la convirtió en el lugar predilecto del ‘veraneo’ de gran parte de la sociedad española, en todas sus escalas sociales.
PLAYA DE MARÍA TRIFULCA
Décadas antes de la construcción del puente del V Centenario, en el mismo emplazamiento, Sevilla tenía su propia playa con su arena y aguas fluviales en el Guadalquivir. Las altas temperaturas de la ciudad, animaban a familias, grupos de amigos y pescadores; a refrescarse en sus aguas. Además, su orilla contaba con un gran número de puestos que vendían sardinas, helados, refrescos, dulces… Era el verano del pueblo en la capital hispalense.
Su nombre era el de María Trifulca, que se debe a una mujer llamada María, que trabajaba en un conocido puesto de venta a orillas de la playa. Por su carácter gruñón, comenzaron a llamarla “Trifulca”, y debido a su gran popularidad, la zona adquirió su nombre.
Pero pronto, la playa de Sevilla comenzó a adquirir una mala reputación, debido a varios ahogos que se produjeron en la playa por su geografía irregular, y a la frecuencia, cada vez más, de servicios de prostitución en su orilla.
La orilla más alejada de la zona de los bañistas, concretamente el muelle de la paja, era la zona principal de la prostitución; puesto que allí atracaban en el muelle de las Delicias o en Tablada muchos marineros.En el año 1941, hubo una catástrofe industrial que produjo varios incendios cercanos a la playa; y en los años 60, se inhabilitó la zona finalmente.
De lo ‘divino’ a lo humano, de las altas clases sociales a las más bajas. El verano ha formado parte de la vida de nuestra tierra y ha vertebrado los años de generaciones y generaciones. La vida al sol de Andalucía y España.
Texto: Javier Comas.