1 Mar, 2018 | cartas del director

Mario Niebla del Toro Carrión.

Director de la Revista Escaparate        

No sé si le pasa como a mí pero la Navidad me apasiona. Recuerdo siendo un niño que la Navidad era sinónimo de ilusión. Sigue siendo igual. Me encantaba terminar de cenar, siempre me quedaba en la sobremesa dormido en el sofá, porque mi madre me llevaba en brazos a la cama. No hubo una noche de mi niñez que mi madre no me arropase y me despidiese con un beso. Todo estaba por llegar. ¡Qué felices éramos! La única forma de quitarme el sueño era con la pregunta mágica: ¿Qué vas a querer que te traigan los Reyes? Me volvía loco. Majareta. Tenía una lista repasada y más que revisada de juguetes seducido por los anuncios que desde octubre ya nos invadían en televisión. Reconozco que me daba coraje los regalos de ropa. Me ponía negro. Ahora entiendo la mentalidad práctica de Sus Majestades de Oriente. Esa ilusión aun vive en mí cada navidad y en mi casa. Esa ilusión llega a la explosión la mañana del seis de enero, en la que mi madre sigue siendo la más niña de todas las que conozco. Se pone histérica abriendo los regalos. Abrazos, besos, incluso saltos. Es un espectáculo ver a mi madre en la mañana de Reyes. Sus nietos disfrutan que da gusto verlos. La abuela pierde la cabeza por unos momentos. Me flipa. Las noches del cinco de enero se me hacían eternas. Quería cerrar los ojos y que amaneciese. Sigue siendo así. Es quizás esa ilusión la que nos mantiene con gasolina vital. La ilusión ahora por la llegada de los Reyes de Oriente, luego será la ilusión por una nueva primavera con todo el mamotreto de fechas señaladas en los sentimientos de los sevillanos… Luego será la ilusión por volver a los veranos de siempre o lo que quedan de ellos. La ilusión es la luz que mueve el mundo, como la fe que nos sustenta a los creyentes. La ilusión la toqué con las manos en la navidad pasada cuando tuve la inmensa suerte de encarnar al Heraldo Real de Sus Majestades de Oriente. No podré olvidar mi experiencia mientras viva. Las cartas de los niños, sus miradas, la complicidad con sus padres, tíos y abuelos. Sevilla… Estaba envuelta en una explosión de ilusión que contagiaba a las mismísimas piedras. Las vísperas, la familia ateneísta, mis compañeros de Cabalgata del Centenario, la salida entre aplausos sonando la Marcha Real, el paso por la Catedral que se caía en repiques, los balcones rebosando de entusiastas, incluso lanzando balones; la Avenida de la Constitución instalada en el horror vacui, la llegada al Ayuntamiento, el encargo del alcalde, el momento de recibir las llaves de la Ciudad, el discurso… “Niños de Sevilla, príncipes y reyes de vuestras casas…”. Vivir lo que yo viví en la navidad pasada puede resumirse en la palabra con la que quiero condesar mi carta de este mes: ilusión. Vivamos esta navidad con ilusión y para cargarnos de ella. Vivamos, bebamos, bailemos, comamos, disfrutemos sin contar calorías porque lo que realmente debe contar es la ilusión por la propia vida y por lo maravillosa que puede llegar a ser, con todos los chinos que nos vamos encontrando continuamente en los zapatos y de los que no nos terminaremos de librar. Quitémonos los zapatos, sacudámoslos, pasémosle el pañito de rigor para darle brillo y vistámonos de ilusión para vivir una navidad que como todo en la vida será efímera y caduca. No será una navidad más. Será la navidad de nuestra niñez, porque todos seguimos siendo esos niños a los que les pasaban la mano por la cabeza. Rescatemos a esos niños de nuestro interior y vivamos expectantes, con olor a novedad, a estreno, estos días en los que festejamos el nacimiento del Mejor de los nacidos. Su llegada significó precisamente la ilusión del Altísimo por un mundo imperfecto capaz de cosas maravillosas. Seguimos sentándonos en torno a una mesa con amigos, familia, para celebrar aquel grandioso parto de María de Nazaret. Jesús fue y es hoy dos mil y tantos años después la ilusión y Esperanza del mundo. Esa ilusión que debemos meter para siempre en nuestra actitud, en nuestro corazón, en nuestra mente y no perderla hasta una nueva navidad en la que volvamos a volver a renovarla. Mis mejores deseos para todos vosotros que sois la ilusión que motiva cada mes a elaborar estas páginas desde nuestra primera navidad juntos en 2006. Brindo por vosotros, por nosotros, por la ilusión.

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