Por Ignacio de Cossío
A Pepe Luis y a tío José María, sin duda en el cielo hablando de toros.
Qué decir! Aún seguimos con el nudo en la garganta, se nos ha ido al cielo el El Sócrates de San Bernardo. ¿Cómo explicar en unos garabatos torpes de mi mano tanta naturalidad, inteligencia, hondura y gracia del mejor toreo de siempre? Sí, era Sevillano por la gracia de Dios pero fue mucho más que eso, nadie tuvo tanta profundidad y a la vez tanta belleza en un lace, en un natural, en un derechazo, en un kikirikí repentino, en un molinete en la misma cara del toro, en un ayudado por alto con las dos manos, en un pase de pecho de pitón a rabo, en una media lagartijera…Sabio hasta la muerte que desde el Domingo se nos aparece cada día estoico y alegre frente a la Maestranza con su inolvidable cartuchito de pescao del que dijera Gerardo Diego:
“Ese colegial tímido de resplandor trigueño
En la cabeza fina como hueso de fruta
Es un torero de Sevilla la vieja
Que los rancios saberes perpetúa y destila.
—-
La esencia de un torero de cristal fino, fino,
la elegancia ignorándose de la naturaleza,
la transparencia misma hallaron ya su cauce
Y bajo el sol de España hay un toreo nuevo”
Nadie salvo Gerardo Diego ha podido aproximarse a su figura con semejante acierto. Arte cristalino de puro claro que puede quedar como ejemplo de hasta donde ha llegado la verdad, la belleza y la gracia en el toreo y cuál es el límite de la emoción estética que admite. Así era Pepe Luis, el toreo sin más curtido a escondidas y en los corrales bajo la sombra de su padre.
Pepe Luis Vázquez ha sido el torero más artista de toda la historia del toreo y el más andaluz de todos los toreros, en el sentido más verdadero y menos colorista. Veía muy de lejos a los toros por lo que se permitía citarlos a mucha distancia con la muleta plegada haciendo “er cartucho de pescao frito” para una vez producirse la reunión, hacerle caer, a modo de telón insinuando el viaje al toro. Comentaba a su biógrafo Arauz de Robles “… pero lo que yo he sentido desde que empecé a torear, es una ansiedad muy grande de poder ver los toros desde que salían, de verles las dificultades, las bondades, de estudiarlos… estudiar el toro para poderles a todos”. Se trataba pues de imponer su ley y luego hacer flotar cadencia y gracia, en un temblor de emoción.
Ver a los toros desde su salida le permitió medir las dificultades de inmediato y calcular en milésimas de segundo lo que tenía que hacer y en los casos desesperados, le bastaba con un quite o un desplante a tiempo para enderezar una mala faena, aunque siempre y en el fondo se vislumbraba tras él la sangre y el polvo de los viejos corralones del matadero, su aula taurina…
Continuador de la Escuela Sevillana, de la que Rafael “El Gallo” fue precursor y Manuel Chicuelo, el prototipo, Pepe Luis quizá se parezca dentro de la Escuela Sevillana, más al gran Chicuelo, que a Rafael “El Gallo”, pues unía a su hondura un preciosismo cuidadísimo, llegando a alambre, como si mas que un torero, de un orfebre se tratare, dando profundidad a la gracia.
Aunque se le quiso emparejar con Manolete, la verdad es que la severidad y el espíritu senequista del cordobés chocaban con la gracia purísima, brillante y espectacular de Pepe Luis. El primero de costado dirigía, Pepe Luis, casi frontalmente, adelantaba muleta, a modo de cortés invitación completando el viaje de la embestida hasta el final. Torero excepcional sin dudarlo, porque su base era clásica: pase natural y de pecho, pero largos, cadenciosos y ajustados todos ellos a las reglas más severas del toreo. Torero jubiloso y desbordante, eficaz y lleno de delicadez, maestro deslumbrante dentro y fuera de la plaza, todo un señor de Sevilla. Nadie mejor que él llevó el estandarte de una cuidad espejo de tauromaquias.
Inspirado no tenía rival, y por eso tras una de las ciento veinte corridas compartiendo cartel, Manuel Rodríguez Manolete dijo: “Yo estoy donde estoy porque a ése no le daba la gana de más”, y “su toreo chorrea almíbar”, fue el torero más destacado de los años cuarenta y todo un lujo verle en la plaza junto a Belmonte, Manolete, Luis Miguel Dominguín, Antonio Bienvenida, etc… Su tarde en Valladolid con el toro del Maqués de Villagodio, la de Madrid con el toro de Castillo de Higares, una tarde en Aranjuez o en la despedida de Marcial Lanlanda en Madrid fueron cumbres a simple vista que nos recordarán siempre su verdadero toreo inalcanzable.