Julio Cuesta
Comisario de los actos del XXV aniversario de la Exposición Universal de 1992. Fue uno de los responsables de imaginarla. Una tarea tan compleja como apasionante.
¿La gente se creía lo de la “Expo”?
La gente no se lo creía con razón. Veníamos de una etapa oscura. Un pueblo maltratado, una guerra civil, una dictadura… y aunque ya vivíamos en democracia cuando se dijo que Sevilla iba a acoger la Expo en 1992 la gente no se lo terminaba de creer. Recuerdo que una de las conversaciones que tuve con mi padre le dije que Rusia iba a participar. Y mi propio padre me dijo que si lo estaba engañando.
Era otra generación…
Pero, incluso, mis compañeros de la caseta de la Feria. Un día les hice una visita al recinto cuando apenas había nada y le fui explicando todas y cada una de las cosas que allí íbamos a hacer. Y me dijeron literalmente “mira Julio, lo que tú nos estás contando no te lo crees ni tú”. Había mucho escepticismo.
Y aquello tuvo que costar lo suyo prepararlo…
No había un manual de ideas que nos dijera por dónde teníamos que empezar. Por un lado había que hacer un planteamiento técnico y que eso diera paso a un ejercicio práctico importante.
Sevilla fue un modelo a seguir…
Gestionar todo aquello fue muy complejo pero lo hicimos bien. Tanto que la comunidad internacional se está fijando todavía en cómo lo hicimos. Causa mucha admiración la manera en la que pudimos aunar la iniciativa público y privada.
¿Cuál era el objetivo de participación?
En el plan estratégico se pensaron que con la participación de 60 países, el éxito de la exposición estaría asegurado. Y fuimos capaces de duplicarlo y llegaron a ser 127 países los que vinieron. Además, no sólo había que levantar la Expo. Había que transformar una ciudad, construir nueve puentes sobre el Guadalquivir, la llegada del Ave, el aeropuerto… Cada vez que pienso en la Expo me emociono. Porque lo que allí se ejecutó no se puede aprender en las escuelas de negocio. Y sobre todo porque fuimos capaces de crear un patrimonio que se quedó allí.
Y que después han aprovechado las empresas…
Por primera vez se empieza a hablar de Sevilla de tecnología. Hemos pasado de una ciudad cuya economía se basa en buena parte en la industria alimentaria a poder presumir que en La Cartuja tenemos la primera smart city de la historia.
¿Qué aprendió Sevilla de la expo?
Su capacidad de vender. Fuimos capaces de vender a la comunidad internacional el proyecto de la Expo. Y, quizás, nos ha faltado esa misma contundencia para seguir haciéndolo. Y tenemos que vender la realidad de La Cartuja como parque tecnológico de primer orden.
Veinticinco años después, ¿hay que mirar el recinto con nostalgia o con entusiasmo?
Si tenemos que ver a la Expo con nostalgia es para ver que allí se plantó una semilla y aquella planta ha crecido y ha dado su fruto. Hay que mirarla con entusiasmo, sin dudas. Incluso, el abandono que ha podido sufrir el Parque en determinados momentos es parte del proceso de desarrollo.
La mezcla de universidades, instituciones y empresas le sienta bien al parque ¿no?
Se están utilizando los edificios. No hay un lugar en el mundo donde haya una conjunción tan equilibrada entre empresas, formación e instituciones públicas. Las empresas que allí hay ya facturan 2.000 millones de euros cuando la Expo vino a costar 637 millones. Este es el mayor monumento que podemos hacerle a la Expo.
¿Sería descabellado pensar que Sevilla pudiera acoger otra exposición universal?
Con estos antecedentes, una Expo es una cosa muy seria. Y habría que igualarla. Pero se pueden hacer otras cosas. Por ejemplo, una Expo especializada… algo que podamos ofrecer. Desde luego en la del 92 tuvimos un argumento muy sólido. La capacidad descubridora del hombre a partir del quinto centenario del descubrimiento de América. Y fuimos capaces de aunar voluntades tanto en 1929 como en 1992. Ya no estamos a tiempo y quizás deberíamos haber pensado algo especial con la primera circunnavegación que hizo Magallanes y que es el principio de la globalización. Yo, desde luego, empezaría ya a preparar la Exposición de 2092.
Pero eso no lo viviremos ninguno de los dos
Pero ya estarían las bases… (sonríe).
No le da la sensación que Sevilla solo se revitaliza a base de Exposiciones. Es decir, dicen que entramos en el siglo XX con treinta años de retraso pero gracias a la Expo del 29. Y que en el 92 llegamos al siglo XXI con diez de adelanto.
Si en el 92 se plantó el futuro, el futuro ya está aquí y lo que tenemos que seguir es plantando. Porque sabemos que cuando se planta, se obtiene fruto. Lo que hay que hacer es volver a plantar. A lo mejor tendríamos que pensar, a muy largo plazo, en unas Olimpiadas. Sin derrochar, pero si tener ambiente. Crear una máquina de pensamiento… y nosotros tenemos acreditado que tenemos una capacidad organizativa como pocos.
Sevilla arrojó la toalla olímpica. ¿Es posible volver a ilusionarla?
Si empezáramos a trabajar, en el futuro de la ciudad y cómo la ciudad se tiene que preparar ante nuevos retos, uno de ellos sería unas olimpiadas. Otra cosa podría ser una Expo especializada, por ejemplo, en grandes acontecimientos. ¿Por qué no celebrar una reunión de ciudades con grandes acontecimientos? Y que venga el Carnaval de Río de Janeiro o el de Nueva Orleans, o ciudades con grandes eventos como Pamplona, Munich, Siena… Eso es una plataforma internacional que nos interesa.
Sevilla tiene capacidad para eso y más…
Aquí hay gente que ha venido a la Semana Santa, a la Feria y al Rocío y me han preguntado: “¿Esto quién lo organiza?”. Y le he tenido que decir que nadie. Sevilla es una ciudad a la que le interesa vender su capacidad extraordinaria para organizar grandes acontecimientos.