Rafael Amargo
Bailaor
Decidió en su niñez, siendo educado en un colegio del Opus Dei, que quería ser bailaor. Muy pronto con el cariño rebosante de sus padres se formó con los mejores y tuteó a los grandes con un carisma arrollador y expansivo que gusta y que transmite dotes de liderazgo. Excesivo, porque vive instalado en el exceso de formas y fondo, pero medido. Artista, porque proyecta arte dentro y fuera de los teatros, pero humilde cual jarrillo de lata. Nieto de escritores, creció con la movida madrileña y el rock andaluz siendo adolescente. Creyente y desastre confeso goza del respeto de la crítica y de la admiración del público. Rafael Amargo nos regala una conversación despojada de encorsetadas pautas de lo políticamente correcto como extracto de una vida y de un manual para ésta. Una entrevista de las que el entrevistador se vuelve a casa tras el carpetazo con dos o tres reflexiones vitales en el regusto de su memoria. Disfrútenla tanto como servidor. ¡Suban el telón! ¡Comienza el espectáculo!
¿Quién es Rafael Amargo?
Rafael Amargo es un joven de la generación del setenta y cinco. Un año, tras la muerte de Franco, de explosión política, cultural. Crecí con la movida madrileña y el rock andaluz. Me vine a Madrid con dieciséis años, muy joven. Lo primero que hice fue trabajar con Lola Flores nada más llegar. Tuve mucha suerte, porque al venirme muy joven conocí a personajes grandes del arte que desaparecerían pocos años después. Suerte por tener la oportunidad de estar cerca de Antonio Ruiz Soler, Antonio “El Bailarín”. Soy más de la escuela de Antonio Gades, que vino después, pero con el que más aprendí fue con Antonio “El Bailarín”. Me cogió muy joven y era conmigo con el que se daba los placeres más canallas. Lo llevaba a sitios de noche, donde todo el mundo sabía que alternaba, pero que para mí era un honor ir a su lado. Soy un hombre sin filtros. Un hombre sin medidas que ama el exceso, pero con mucha prudencia. Soy muy prudente. No hago ninguna locura y cuando la hago no me ve nadie. No me gusta vacilar o fardar de ser malo. Antes decían que yo era el niño terrible de la danza. Siempre he sido muy querido por ciertos círculos sociales. Unos se arrimaron más a la moda, otros de la mano del Pueblo gitano, yo de las bellas artes, de las artes plásticas. Esperanza d´Ors, Luis Gordillo, Rafael Canogar, Manolo Cuevas, Víctor del Campo, Eduardo Royo, con el que fui a ver mucha ópera al Real. Siempre fui como un niño bien dentro del flamenco. Si hubiera sido gitano me hubiera costado mucho menos fatiga. Es como al rapero Eminem, siendo blanco en un mundo de negros como es el rap. El flamenco a los payos siempre nos ha costado más trabajito despuntar.
¿Cómo era Rafael en su más tierna infancia?
Me crié en un colegio del Opus Dei y un buen día dije que quería bailar (risas). En mi caso no me pasó como a Billy Elliot y cuando dije que quería bailar no me dijeron que era cosa de homosexuales. Mi padre me dijo: ¿Quieres bailar? Pues vas a empezar en lo bueno y en lo mejor. Luego me vine a Madrid, a Nueva York, porque mis padres querían que si bailaba estuviese igualmente preparado.
¿Qué es la libertad?
La libertad es no tener ni fecha en el calendario, ni reloj en la muñeca, ni nadie que te sostenga. Muchas veces somos los seres humanos los que queremos aparentar que es muy elegante llevar una pareja y realmente es una esclavitud. Luego hay parejas que acotan o pactan una serie de libertades. Yo creo que la libertad es estar para todos.
¿Pensó siendo un niño alguna vez que llegaría a las cotas donde ha llegado en el mundo del arte?
Cuando tenía diecisiete o dieciocho años no me tomaban en serio cuando iba a pedir subvenciones. Me tomaban por loco porque era muy echado para adelante. Ahora piensan que me va de cine, porque me ayudan las marcas al ser mediático. Y digo yo: ¿A mí cuando me toca trincar? (risas). Ni antes, ni ahora. La primera vez que llegué a Madrid conocí al Rey. Llegué al Cock y me hizo mucha gracia, porque pensaba que al Rey se le veía todos los días por Madrid andando. Decía: “Estas son las cosas que pasan en Madrid”. Siempre he tenido un imán con los grandes. No sé si es por mi carácter extrovertido. No he tenido jamás timidez ninguna. Tengo mucho respeto por los seres superiores, pero no por jerarquías, sino por la educación bastante digna que me han dado en mi casa. Siempre un paso atrás. Graciosillo pero sin pasar la línea. Ni he sido el que mejor ha bailado nunca, ni el más guapo, ni el que más talento tiene… Una cosa normal. Tampoco he luchado para eso. Siempre he tenido más inquietudes que el baile. Yo creo que ese es mi problema o mi éxito. Nunca estuve encorsetado por llegar. Entre los fallos que me he ido encontrando he ido aprendiendo hasta llegar a aquí. Me tocó un sitio mediáticamente que me ayudó. Farruquito, por ejemplo, iba a ser conocido por la estirpe de la que viene. Mi caso es diferente.
¿Qué momento vive la danza y el flamenco en la actualidad?
La gente joven está bailando muy bien. Jamás se ha bailado con el virtuosismo con el que se baila ahora. Que alguien me ponga los vellos de punto eso es más difícil, pero técnicamente es increíble como están bailando. Falta duende. No hay magia. Llegar a un sitio y ver a alguien que destaca por su carisma que de lo guapo se sostenga o de lo gracioso se sostenga… Todo está hoy muy mezclado. Está todo como que pasa de largo. Yo creo que, por ejemplo, el hip hop, el reggaeton, toda la música latina está haciendo mucho daño a la cultura y a la idiosincrasia de nuestra arte. Tenemos que pelear lo nuestro en esencia.
¿A quién admira?
Yo admiro a toda la persona que dignamente se gane su pan con la conciencia de lo que está haciendo y se hace cargo de ello. En mis fiestas, soy muy anfitrión, convoco mucho, porque me gusta; soy de esa gente que busca a la gente. Luego me siento muy solo. Tengo mucha soledad. Escribo mucho, de hecho. Creo que acabaré escribiendo como mis dos abuelos que eran escritores. Uno de ellos vive, Florentino, y ha cumplido cien años esta semana. Florentino y Rafael.
¿Es creyente?
Sí, mucho. No sé si practicante, pero a mí me da igual no practicarlo, porque Dios está conmigo. Hablo mucho con él. Lo que te decía antes de que soy muy sinvergüenza, pero soy muy prudente. Siempre me acuerdo de Dios. Jamás me he torcido un tobillo, porque bajo las escaleras con un control increíble. Soy prudente. Me sé retirar a tiempo. Mi marca es el exceso, pero un exceso medido. Hasta para divertirnos hay que tener medida.
¿Qué queda en el tintero de Rafael Amargo?
“Con más fuerza aprieto hoy la tinta por si en eso se basara el acercarme más a ti, porque la distancia y el dolor me queman más y más”. No sé lo que queda. Yo voy a estar toda la vida queriendo más. Por eso yo pregunto mucho cuando tengo relaciones con personas: ¿Me quieres, me quieres?. Entonces la persona se queda mal, porque me parece que me está dando poco, cuando es mucho lo que me da. Gracias a Dios soy el eterno amante. Siempre he sido más amante que amado.
¿Cuál es el truco en esto del amar?
El truco es que te vean como eres. Yo soy desastre maravilloso, pero soy un desastre. Cuando me llamas aquí estoy. Cuando me necesitas aquí estoy. Si tengo que matarme por alguien doy mi vida…
¿Se imagina la vida sin pasión?
Es que no sería vida entonces. Yo soy primero pasión y luego vida.
¿Un personaje histórico?
Chavela Vargas. Una de las cosas más bonitas que tengo de Chavela Vargas, que murió con noventa y tres años y yo tuve la suerte de estar con ella, es que aquí tengo tatuado el último beso que me dio antes de morir. ¿Sabes que después de morir con veintiún años en el alcohol murió con el hígado para trasplante? Lo tenía perfecto, porque ella de lo que estaba enferma era del alma. Yo soy muy parecido a ella en esto de los amores.
¿Es bueno cocinando?
¡Hombre! A mí me gustaría ir a masterchef (risas). En mi casa la que cocina muy bien es Luciana, una amiga actriz con la que vivo. Soy muy apañado. Tengo mucho arte en la cocina.
¿Qué está pasando en España?
En España no está pasando nada. Ese es el problema. Si tuviéramos por lo menos una guerra estaríamos tocando fondo para levantar vuelo pero esto es una guerrilla política filtrada, simulada, hecha por cobardes.
¿Qué le han enseñado más los éxitos o los fracasos?
Yo he aprendido que ni el éxito ni el fracaso convence. Lo que convence es el sentido común. Intento practicar el sentido común. Eso sí, puedo ser muy hijo de puta cortando cabezas cuando veo que la gente es muy dictatorial. Tengo mucha intuición. No me equivoco jamás y sufro mucho. Veo lo que no quisiera ver. Cuando descubro a quienes piensan que no les veo les hago ponerse colorados como tomates. Me hace infeliz darme cuenta de tantas cosas que no quisiera ver.
¿Una receta para ser feliz, hablando de felicidad?
Tener la compra hecha (risas). En mi caso la felicidad es un estado discontinuo. No he tenido dramas existenciales importantes. Siento que me quieren demasiado. He sido un niño muy querido por mis padres y todavía lo soy. Mis padres trabajan conmigo en la compañía. Mi padre dejó su negocio y todo para venirse desde que tengo veintidós años conmigo para recuperar al adolescente que había perdido. Mis padres le han dado cinco veces la vuelta al mundo conmigo y eso me hace feliz como hijo. Mi padre ama a su padre, Florentino, que todavía como te he dicho vive. Lloro cuando les escucho hablar por teléfono. Mi padre y mi abuelo se hablan en verso. Yo soy igual con él. Soy bueno con mis padres pero les hablo mal por el exceso de amor. Una contradicción. Nací tras la muerte de un hermano y desde entonces tengo una carga emocional muy pesada. Mis padres matan por mí.
¿Me puede contar algo que no se sepa de usted?
Siempre he estado en los guetos y tribus equivocadas (risas) y estando equivocado me ha tocado en esas tribus ser líder.
¿Lee?
Mucho. Con diecinueve años conocí en Madrid a Gabriel García Márquez. Cenamos en la misma mesa una noche en la Sociedad General de Autores, sin ser aun autor porque no tenía registrada obra. “Gabo” me dijo: ¿Tú qué haces? Quiero saber de ti. Yo le respondí: Leo mucho de usted y me encantaría alguna vez hacer “Crónica de una muerte anunciada”, porque es la mejor tragedia que jamás se ha escrito. Esa parte final cuando la madre cierra la puerta, pensando que venían a matar a su hijo y queriéndolo proteger, sin saber que el hijo había salido y es cuando lo matan al no poder entrar. A partir de ahí empezamos a tener contacto y nos empezamos a escribir. Su naturalidad me impactó. Me gustan los libros con lenguajes sencillos que comuniquen sin pedantería.
¿Un lugar?
Las salinas de Ibiza.
¿Una ciudad?
Buenos Aires.
¿Una frase?
Quisiera dormir a tus pies, para guardar lo que sueñas, desnudo, mirando al campo, como si fuera un perro, porque eso soy, que te miro y tu hermosura me quema.
¡Olé tú!
Texto: Mario Niebla del Toro
Fotos: Alberto Bernárdez