Mario Niebla del Toro Carrión.
Director de la Revista Escaparate
Hilvano estas palabras a un día de salir a hacer un año más el Camino del Rocío. Desde niño he vivido y soñado estos días como mágicos. Días de convivencia, días de reflexión, de cante y de silencios, de rezos y de fiesta, de andar y de parar, de hablar y de escuchar, de reír y de llorar. El Rocío es un símil idílico con olor a flores de la propia vida. ¿Qué es la vida sino un camino? En el Rocío siento como todo va a un ritmo más cadente y en el caminar que lleva a las plantas de la Reina de las Marismas experimento con gran intensidad todos los ingredientes esenciales que tiene nuestra vida. El Rocío me hace plantar los pies en el suelo y me sirve para poner en mi mente y en mi corazón las cosas en su sitio. En El Rocío sólo cuenta lo importante y en ello me centro. El paso de los carreteros quemados por el Sol hacen los caminos lentos y por ellos, apartados del mundanal ruido, encuentro el eureka de todas mis tribulaciones. Vivimos corriendo, que es gerundio, y es en estos días cuando echo el cerrojo de mi mente para encerrarme conmigo mismo en un cuerpo a cuerpo donde poder analizar y analizarme entre jaras, tomillos y romeros. Lejos del 4G, del wifi, de la esclavitud de las redes sociales y del navegador , lejos de todo, más cerca que nunca de mí y mi verdad. Tras Pentecostés vuelvo a la rutina con las ideas más claras, guisadas a fuego lento, muy lento como lento es el tiempo en las tardes del Camino por los campos de Sevilla entre palmas y alegría, en un ambiente de amistad y de familia. Esta Fiesta Mariana siempre ha tenido adeptos y detractores. Mucha culpa de ello tenemos los medios de comunicación por mostrar la parte frívola de esta Romería, que también existe, que es la que vende, pero no la predominante, sino la anecdótica paradójicamente. En El Rocío el día dura entre veinticinco y veintiséis horas porque da tiempo de todo, no sólo de cantar y bailar: da tiempo de pensar en el perdón, en los proyectos, en las personas que realmente son importantes en nuestras vidas, en los retos, en mirar para atrás para avanzar hacia adelante. A todas las opiniones respeto por supuesto a cerca de esta singular Romería, pero por mi propia experiencia concluyo siempre con lo lejos que están del Rocío que yo conozco y quiero. Los valores que nos calan en estos días de convivencia, de hermandad, de risas y de penas, de vivas y plegarias, hacen toparme con el mejor ‘yo’ que conozco, el puro, sin aderezos y con él proyecto a mi vuelta durante el resto del año mi mejor cara, mi mejor saber hacer. El Rocío y sus vivencias son una verdadera escuela de vida y todo el año acudo al Camino para no perder el Norte. Son miles de personas venidas de sabrá Dios cuántos rincones del mundo para rendir cuentas con la Madre de Dios y beber de Ella como fuente de vida. Esas energías fluyen por los caminos, por las reuniones de amigos y familia que se unen para emprender el Camino que a la Patrona de los almonteños lleva. Cuando voy a visitar durante el año a la Virgen a su Ermita encalada, sin cohetes que estallen, ni caballos, ni carretas, siento como me azotan esas energías que en Ella se concentra a base del barniz de plegarias de siglos de gentes sencillas y de principales desde muchas generaciones antes de nosotros nacer. El Rocío es de las situaciones más democráticas que existen en el mundo. Para la Virgen somos todos iguales y sale a la calle para todos por igual. Es muy fuerte la serenidad, la calma, el bienestar, el consuelo que tras estar junto a Ella estos días sentimos mucho antes incluso de la madrugada del Lunes. La paz que nos traemos de vuelta no se consigue fácilmente y son estas sensaciones las que me enseñan la verdad del Rocío. Sin El Rocío podría vivir pero no sería sin duda mi vida la misma. En él he aprendido a ser persona y por él llego a mi esencia y con ésta me mantengo fiel a mí mismo. El Rocío ha inspirado a poetas, artistas, reyes y príncipes, jefes de Estado, grandes y pequeños de todos los tiempos… Algo tendrá de importante El Rocío y Su Virgen cuando esta devoción con más de ocho siglos de historia goza de tantísima fuerza aun en estos días sin atisbo de mermar. Remato esta reflexión del Rocío a la que dedico mi carta de esta edición cien recordando las palabras del Santo Padre Juan Pablo II cuando visitó en 1993 la Ermita del Rocío. El Papa polaco, el vicario de Cristo, tras sumergirse en el sentir rociero, con la curiosidad interminable de los Grandes, lejos de prejuicios, vio la verdad que tras los cohetes y el folclore se esconde en esa aldea. Desde el balcón donde se divisa el esplendor que muestra Doñana, donde los caballos marismeños pastan plácidamente y ante un gentío venido de todo el mundo concluyó exclamando: ¡Que todo el mundo sea rociero!