“El trabajo, el orden y la rutina son una delicia”
Belgravia es la última serie a la que me he enganchado en este periodo interbellum del calendario, en el que vivo la razonable normalidad. Entiéndase la normalidad o calma, en mi caso, como ese tiempo en el que mis mañanas se esfuman en llamadas, reuniones y envío de emails de gestión y presupuestos sin salir de mi despacho apenas y exprimo la tarde en intentar hacer huecos a mi parte más personal. Febrero es equilibrio y, aunque haya una ilusionante demanda de trabajo, tanto en nuestra revista como en nuestra agencia de comunicación externa, no deja de ser eso: trabajo. Un lujo silencioso y siempre necesario para seguir navegando. El trabajo, el orden y la rutina son una delicia. Nivelan la media de los pálpitos del año y nos permite el sosiego. Tras el tormentón profesional que gira en nuestra labor en torno a SIMOF como primera traca laboral del año, y esta edición en su treinta aniversario, llegan los días de rutina. Ocasión en la que nuestra ciudad no contempla una cita que derrumbe el muro de los días normales, los meses serenos, la vida ordinaria. No hay una cita, aunque en Sevilla siempre pasa algo y pasan pasos sin parar por las callejuelas y plazas de la vieja ciudad. Pronto llegará el tiempo de Cuaresma, que en nuestra ciudad tiene poco, en lo que a lo social se refiere, de recogimiento y reflexión. Las agendas empiezan a coger un ritmo vertiginoso en un dislate de actos que se tropiezan unos con otros y celebraciones solapadas para llegar con los compromisos sociales y comerciales resueltos antes de las grandes fiestas de nuestra primavera más universal. La fijación por celebrar, por encima de todo antes de abril, da impresión de fin del mundo. Es como si febrero sirviese para coger carrerilla para un marzo-abril-mayo de agonía social intensa que nos permite poco de recogimiento, de lectura sosegada, de ver la serie pendiente en el debe y de cocinar en casa, parando el carro de la prisa. Pequeños lujos que nos dan serenidad y nos hacen analizar y organizarnos. Nada como la rutina para ser razonablemente feliz y reflexivo. No soy el primero que dice que el orden da equilibrio, tranquilidad y es una manifestación de lo que llamamos o entendemos como felicidad. Al final, ser feliz tiene mucho de estar tranquilo. Aprovechando esta coyuntura, y como decía al comienzo de mi carta, acabo de ver la serie Belgravia, por recomendación de mi amiga Pilar Rodríguez Burgos. Tiene mucho sentido que sea ella quien me la recomiende, porque ambos compartimos nuestra pasión por la historia, el gusto por el romanticismo y un siglo XIX tan decadente como interesante y decisivo para comprender en qué nos convertimos socialmente, a medida que el viejo imperio se iba devaluando a una velocidad apabullante. Rara vez la acompaño a casa de vuelta sin que hablemos de algún aspecto de nuestra historia común y de la Sevilla de nuestros abuelos. Seguimos siendo hoy mucho de lo que empezó a suceder en este periodo histórico como nación y en lo que a sociedad local respecta. La Sevilla actual tiene mucho del XIX de los Montpensier, como mi amiga Pilar, que parece salida de la Corte de la Infanta María Luisa. Pilar es sencillamente, sin ser sencilla en las formas, genial. Nuestras grandes fiestas primaverales en el XIX encuentran origen, en el caso de la Feria ganadera de Abril, y punto de inflexión, en el caso de la Semana Santa. El siglo XIX y principios del XX es en nuestra tradición un punto y aparte. No sólo en la propia fisionomía de nuestra Semana de Pasión y sus hermandades y cofradías, sino en el propio carácter del sevillano. Hoy damos por hecho que fueron siempre aspectos que comenzaron en el siglo del debacle del Imperio Español. Hasta en la identidad urbanística alcanza y se refleja lo que consideramos clásico, siendo puro siglo XIX y arranque del XX. Belgravia es una recomendable narración historicista que trata la ficción con grandes dosis de realidad. Esta recomendación de mi amiga Pilar me ha propiciado causar baja de algún plan prescindible y vivir algunas tardes de estos últimos días consciente de que pronto empezará la tuneladora social a arrebatarme la paz en lo que tarda la leña de la chimenea en consumirse. Vivir los días sin excepcionalidad, sin necesidad de lo extraordinario, me ha servido para recuperar la calma como antesala de todo lo que nos queda por librar a la vuelta de la esquina. Esta carta, como febrero, es un relato breve de lo cotidiano. Otro mes volveré a la reivindicación o a la denuncia. Esta carta debía ser sosiego y templanza.
“La Sevilla actual tiene mucho del XIX de los Montpensier”