¿Qué mantiene de europea y qué ha adquirido de los andaluces aparte de la siesta que ya me la ha nombrado?
(Sonríe) Todo. Yo ya no puedo pensar ni vivir en otro sitio. La luz de Andalucía, las plantas, el olor y la gente…La gente es muy abierta, muy simpática, muy fáciles para vivir con ellos. En mi Patria quizás todavía son muy cuadriculados, muy fríos. Los que trabajan conmigo dicen que exijo mucho que voy siempre con el látigo… (Sonríe) porque soy un poco pesada, quiero que salga todo en su tiempo, eso lo conservo de mi tierra. Menos mal que cuento con un magnífico equipo, yo no podría hacerlo todo sola. Hemos crecido mucho en estos dieciséis años en Concordia. Ya tenemos dos centros, en San Pedro de Alcántara y en Fuengirola…tenemos tres coches para ir de arriba abajo, tenemos siete empleados y eso cuesta bastante dinero que debemos sacar de los eventos, ya que no tenemos subvenciones ningunas. Eso es un peso que debemos llevar con disciplina.
¿Por qué lucha María Luisa de Prusia? ¿Qué persigue?
Trabajo para devolverle a Marbella y a la vida algo de lo mucho que me han dado a mí. En Marbella tuve una gran acogida y si yo puedo serles útil para algo trabajo en ello. Ellos no me hicieron sentir nunca una extranjera, aunque por mis ojos no puedo negar que sigo siendo una “guiri” (sonríe). Intento ayudar a estos pobres enfermos de Sida. Hace dieciséis años vivían fatal y nadie quería saber nada de ellos. Terrible. Recuerdo que cuando empezamos con la cuestación del uno de diciembre, que me iba con la hucha, y la gente me rodeaba con miedo porque creían que yo tenía Sida. Creo que hemos logrado algo muy difícil, que la gente sepa algo más del Sida. Vamos a todos los institutos, asociaciones, en los medios, informando y concienciando a la gente de este mal que nos atiza.
¿Qué es para la Princesa la solidaridad?
Solidaridad es ayudar a los demás. Es vivir para los demás. Si yo soy una princesa, tengo la obligación, creo yo, de ayudar a los demás. Para mí es una obligación, porque para mí es más fácil abrir puertas. Quizás la gente me escucha y por ello es mi deber ayudar. No es una virtud, es una obligación en mi caso.
Sus conciertos, cenas de gala…son muy conocidos por el nivel de sus detalles y sus invitados y es una anfitriona y organizadora de excepción, ¿cómo lo consigue?
Poco a poco he ido mejorando. Cada año, al acabar una gala, hacemos una lista con las cosas que deben ir mejor el año que viene. Al final la gente percibe los detalles. No cada detalle quizás, pero sí el conjunto. Siempre tratamos tenerlo todo esponsorizado, aunque por ello no tengo verano (sonríe). Tú sabes lo difícil que es organizar una gala…y en verano que es lo peor para ello. El calor es una pesadez. Siempre consigo todo gratis: la música, la decoración, los vinos…Tenemos la suerte de organizarlas en Marbella Club que tiene nombre. El año pasado hicimos una basándonos en las Mil y una noches y fue maravilloso. Todo con alfombras, candelabros, violín árabe… Intento que todos aquellos que pagan salgan satisfechos porque, me lo vas a permitir, pero pocos de los que vienen a esta gala vienen por hacer un bien… (Sonríe). Quieren ser vistos, participar y disfrutar esa noche… Entonces creo que es importante cuidar todos los detalles. Todo el que viene repite años tras años. Este año vamos a hacer “Bollywood”, todo con indios, el veinticuatro de julio. El año pasado conseguimos ciento cincuenta mil euros netos en la gala. Tenemos un presupuesto de trescientos mil euros al año y hay que sacarlo.
Si fuese una receta ¿qué ingredientes debe tener una fiesta perfecta?
(Risas) Debe haber mezcla de gentes. Siempre me dicen que por qué no ponemos la entrada más caras que las venderíamos muy bien. Yo no quiero porque quiero que vaya todo tipo de gente. Quiero que vayan los voluntarios que llevan todo el año trabajando en Concordia y que se paguen su cubierto. Esa noche debemos compartirla también con ellos. El ambiente es único porque todos sus invitados así lo intentan. Tenemos muchísimos voluntarios, hijos de amigos, y que son unos veinte. Después los estudiantes de la escuela hostelera son una pieza importante. Intentamos concienciar a todos esos jóvenes en nuestras galas. Hay voluntarios y empleados que trabajan todo el año y que ahorran de sus sueldos para poder participar en esta gala que sienten como suya. La mezcla es importante. También la presencia de muchas naciones. Tenemos indios, rusos, alemanes…Nos hacían falta más españoles, aunque sí los hay. La bebida debe ser buena, una buena actuación, una buena comida, siempre ponemos cuatro platos…Además de la luz. Ponemos aquí todo lleno de velas…
Ha conocido junto al Conde Rudy a personalidades de todo el mundo, ¿qué personajes le han impactado más?
Esa pregunta me la debería haber preparado antes… (Sonríe). Hay muchos y muchos que no me han impactado nada. A mí me gustó mucho conocer a la señora Swarovski, una señora muy elegante, llena de corazón que siempre ayuda. También la Princesa Ira de Furstemberg, que siempre nos apoya. Necesitas a gente conocida para que te echen una mano. Es muy complicado cuando quieres traer a gente conocida a la Gala de la Concordia sin querer pagar un billete de vuelo. Trato que el Marbella Club ponga las habitaciones gratis a estas personalidades al menos. Siempre me preguntan los periodistas que qué famosos vienen cada año y siempre les digo que todo el que paga los trescientos euros del cubierto es famosísimo para mí… (Sonríe). Son muy importantes.
¿Pensó alguna vez en acabar en Marbella?
Nunca. Al revés. Recuerdo que tenía unos diecisiete años, estando en el castillo de unos amigos y mirando una revista, cuando vi el Marbella Club y vi a Rudy, con no sé cuántas niñas saliendo del mar (sonríe) y dije “mira, aquí nunca” y mis padres menos… Aquello parecía Sodoma y Gomorra…para nada. Ellos no supieron que al final me acabé escapando de Londres a Marbella porque me lo pidió Rudy. Yo estaba con una amiga y ella me dijo que le había dicho que se quería casar conmigo… (Risas). Entonces yo dije que antes tenía que ver el sitio donde iba a vivir… (Risas). Vine y casi me escapo corriendo porque no entendía una palabra de español. Después, estaban todas las mesas mirándome de arriba abajo. Él tenía treinta y ocho años y yo veinticuatro. Era muy conocido y de pronto viene con una princesa de no se qué extranjera…Todos los invitados, empleados…todos me vigilaban todo el tiempo…Fue fatal aquello. Aunque al final me integré y desde hace mucho tiempo no quiero vivir en otro sitio. Mis niños han nacido aquí. Son malagueños…