1 Abr, 2019 | Blog

«Amarguras» de Font de Anta Cien años

Corría el año 1918. El mayordomo por aquel entonces de la hermandad de la Amargura, Rafael Montaño, envía a Manuel Font Fernández de la Herranz un tarjetero chino que contenía cuatro pequeñas fotos del rostro de la dolorosa de San Juan de la Palma vestida de hebrea. Su destinatario sería Manuel Font de Anta, su hijo, que vivía en la calle del León, número 18 de Madrid, junto a su hermano José y uno de los cupletistas más prestigiosos de España en las primeras décadas del siglo XX. Junto a las fotos se encontraba una petición concisa: “Ya que a mí me lo niegas, serás capaz de negárselo a ella”. Aquellas estampas sirvieron de inspiración para componer la que hoy es una marcha centenaria: “Amarguras”. Este es el comienzo de la historia de una pieza musical que en 2019 cumple 100 años: el himno oficioso de la Semana Santa de Sevilla.

La descripción de la marcha

En una entrevista a José Ignacio Font, sobrino de Manuel Font de Anta y subrino de José Font de Anta, publicada por el periodista Javier Macías en ABC de Sevilla, recordaba que «a los ochenta años, mi padre (Manuel Font Fernández) había comenzado a instrumentar para orquesta la obra amada de los sevillanos “Amarguras”. Un día me llamó y me dijo: “Mira Pepe, ya lo hallé, éste es el ritmo”. Y yo, al examinarlo, dije: “Papa, parece que el ritmo llama a la muerte”  y me dijo: “Eso es lo que buscaba Jesús por la calle de la Amargura, va a buscar la Muerte para redimirnos. Llama el ritmo a muerte”. Aquella noche, mi querido padre, murió». Esa relación guarda la marcha que se describe así.
Estructurada como poema sinfónico, el autor quiso acompañar aquellos compases con una descripción literal del camino del Señor al Calvario. El texto comienza diciendo: «En la calle de la Amargura. La marcha avanza y se oyen los rumores del cortejo que conduce al Redentor. Los primeros compases, que constituyen el tema fundamental de la obra, describen la omnipotencia de Cristo. Tras ello, se escuchan las trompetas anunciadoras de la comitiva que se aproxima. Continúa el poema con el desarrollo el tema inicial. Constituye el segundo motivo, una frase de apacible dulzura, inspirada en las consoladoras palabras de San Juan a la Virgen. Dicha frase es interrumpida por los apóstrofes e imprecaciones lanzadas por las turbas al Redentor. Esta segunda frase llega a su más alto grado de sonoridad. Seguidamente, comienza el tercer motivo en forma de Coral, en “pianísimo”, evocador de los rezos de los creyentes y es interrumpido varias veces por las trompetas romanas. Continúa el Coral en “fortísimo”. Alejase el cortejo dejándose escuchar el nuevo tema base de la obra… el cortejo ha desaparecido. Óyense los comienzos de una saeta interrumpida por las campanas, saeta que queda sin terminar, como invitando al pueblo para que la continué. Termina el poema con la frase en “fortissimo”, fundamento del mismo».
Como «Amarguras», de la saga Font de Anta han salido composiciones claves como «Soleá, dame la mano» o «Camino del Calvario». Hijos del que fuera director de la banda municipal e instrumentista de sus marchas: Manuel Font Fernández de la Herranz y nietos de Manuel Font Marimont, autor de la célebre marcha «Quinta Angustia». Familia fundamental para entender la historia musical de la Semana Santa.
Una obra que tiene una historia, literal y a lo largo de las décadas. Un marcha que ha traspasado fronteras y que ha sido tocada por formaciones de medio mundo. Una pieza musical que ha sido interpretada en cientos de formas y maneras.
El 14 de marzo de 1919 se escribió el último compás del que es considerado por el pueblo, el himno de la Semana Santa de Sevilla. Una de las marchas fundamentales para entender la religiosidad popular y el arte andaluz que renace en plena Sevilla del regionalismo. ¡Qué suene Amarguras!

Montserrat y los Montpensier
Cuando el esplendor llegó a la Semana Santa de Sevilla

Con la llegada de los duques, la ciudad y su mayor celebración renacieron de sus cenizas.
Sevilla vivía sumergida en pleno siglo XIX. La Semana Santa, al igual que la ciudad, languidecía en el romanticismo de un periodo que fagocitó a sus tradiciones religiosas con los aires de la ilustración y con la resaca de la invasión francesa que expolió parte del mejor patrimonio creado durante los Siglos de Oro en la ciudad. Tras la extinción de muchas cofradías que perecieron en la crisis de esos años, la celebración renació de sus cenizas embaucada de un costumbrismo que alimento la curiosidad de nuevos viajeros y visitantes, que impulsó el mecenazgo de renacidos aristócratas y que permitió recuperar algunas devociones perdidas en el tiempo. La hermandad de Montserrat fue un caso similar, quedando ligado para siempre al nombre de Don Antonio María de Orleáns y Doña Luisa Fernanda de Borbón, Duques de Montpensier, establecidos en el palacio de San Telmo.

Corría la Semana Santa de 1849, los anales de la hermandad establecida canónicamente en la feligresía de la Magdalena recuerda que “varios jóvenes devotos, considerando que la hermandad no estaba canónicamente extinguida, se propusieron su restablecimiento”.
Según testimonia Bermejo, el Capellán Luis Salvatella recurrió al Prelado, pidiendo su autorización para la recepción de hermanos; y una vez obtenida se recibieron de hermanos el día 13 de mayo del mismo año, celebrándose seguidamente “elecciones de oficios”, quedando reorganizada la corporación. El gran obstáculo a la reorganización, providencialmente salvado, fue la oposición del gremio de mercaderes de lienzos, que pleiteó con la hermandad por la propiedad  de la capilla y las imágenes, ante la Jurisdicción Civil. El pleito fue ganado por la Hermandad en 1850, el mismo año en que se aprueban las nuevas Reglas, concretamente el 22 de marzo.
La llegada de los Montpensier
De boato y pompa se recuerda la llegada de estos aristócratas de la Familia Real a la ciudad. Adquieren el palacio de San Telmo y fijan su mirada en el pueblo de Sevilla, pero sobre todo en sus tradiciones. Se introducen a pleno rendimiento en la devoción popular y se convierten en piezas claves de cofradías como. En el siglo XIX, las desamortizaciones promovidas por las revoluciones liberales y el extendido anticlericalismo del momento, sumieron a la Iglesia en un momento realmente decadente. Cuando más debilitada se encontraba, paradójicamente la piedad popular fortaleció a determinadas advocaciones devocionales. Por otro lado, y como señala el historiador Julio Mayo, «a las hermandades se las veían y deseaban para obtener la aprobación de sus reglamentos. La normativa legislada desde Madrid, prácticamente, impedía legalizar este tipo de corporaciones religiosas. Sin embargo, tras la llegada a Sevilla, en 1848, de los duques de Montpensier, algunas hermandades los recibirán como cofrades suyos, e incluso nombrarán a sus altezas hasta hermanos mayores suyos. Una fórmula singular de señalar como protectores políticos a quienes se convirtieron en los más destacados bienhechores de estas manifestaciones religiosas tan arraigadas en el pueblo, y que subliminalmente rivalizaron tanto con la reina Isabel II, a cuyo trono ansiaba llegar don Antonio de Orleáns». Así, la Iglesia hispalense respetó a los duques, pues se convirtieron en grandes favorecedores de ella, por lo que las hermandades con las que se vincularon quedaron mismamente amparadas.
Organizaron el primer Santo Entierro Grande en 1850, se hicieron hermanos del Gran Poder, San Isidoro, Pasión, Quinta Angustia y Montesión; crearon el estilo inconfundible de las cofradías de la Carretería y Montserrat. Impulsores de la actual Carrera Oficial.
Su unión con Montserrat
Cuentan los archivos de Montserrat que «los hermanos reorganizadores supieron sin duda situar en el lugar adecuado a la renacida hermandad en un brevísimo intervalo de tiempo, valiéndose para ello del apoyo de la burguesía local que arropaba a la pequeña Corte de los Montpensier». Patrocinio fundamental que el día 7 de marzo de 1851, y en el Palacio de San Telmo, fueron nombrados “Hermanos Mayores Perpetuos los Serenísimos Señores D. Antonio María de Orleáns y Doña Luisa Fernanda de Borbón, Duques de Montpensier”. Asimismo el Arzobispo de Sevilla, Cardenal Judas Tadeo Romo aceptó su nombramiento como protector de la Cofradía. Con posterioridad, el 4 de diciembre de 1853, en el Palacio de San Telmo, fue nombrada S.M. la Reina María Amelia, madre del Duque de Montpensier, Protectora de la Cofradía y Camarera de la Santísima Virgen. Una relación con la realiza que se verá reflejado en todo su patrimonio. Y es que, en la tarde del Viernes Santo de 1851 volvió a efectuar estación de penitencia, con 150 hermanos, “cifra muy elevada para la época, alcanzando gran esplendor”. Los Duques de Montpensier se incorporaron a la comitiva en la Plaza de San Francisco. Los nazarenos vistieron túnicas blancas de cola y antifaz azul de merino. Aquel año estrenó ambos pasos.
La cofradía romántica por antonomasia que renació con aires llegados desde Francia. El más hermoso paso para la joya de Juan de Mesa que en 2019 cumple cuatro siglos, el Cristo de la Conversión. Los Castillos y Leones que salpican un manto único bajo un palio sin igual. La cofradía de los Montpensier, el año de Montserrat.
Datos biográficos (ponlo con un recuadrito o algo)
Antonio de Orleans, duque de Montpensier (Neuilly-sur-Seine, 31 de julio de 1824-Sanlúcar de Barrameda, 5 de febrero de 1890), fue un príncipe francés, miembro de la familia real francesa, y de la española por matrimonio y por parte de su madre. Era el hijo menor de Luis Felipe I, rey de los franceses, y de María Amalia de Borbón-Dos Sicilias, princesa de las Dos Sicilias y nieta del rey, Carlos III por su hijo, el infante don Fernando. En 1830, se convirtió en príncipe, cuando su padre, Luis Felipe I de Francia, fue nombrado rey.
La infanta María Luisa Fernanda era la segunda y última hija del rey Fernando VII y de su esposa, la reina María Cristina. Nació en el Palacio Real de Madrid. Era nieta por vía paterna de Carlos IV de España y María Luisa de Parma, y por vía materna del rey Francisco I de las Dos Sicilias y su esposa, María Isabel de Borbón, también infanta de España.
El 10 de octubre de 1846 se celebra la boda en el salón de embajadores del Palacio Real de Madrid, contando la novia, Luisa Fernanda de Borbón, 15 años y él 22. En la misma ceremonia, también contraerán matrimonio la reina Isabel II y su primo Francisco de Asís de Borbón. En febrero de 1848, el rey Luis Felipe I tiene que huir de Francia tras el estallido de la Revolución de 1848 y la instauración de la Segunda República Francesa. El 2 de abril de 1848 llegan a España, estableciéndose inicialmente en Madrid, después en Aranjuez y definitivamente son invitados a establecerse en un lugar lo suficientemente alejado de Madrid para que el duque no pueda intervenir directamente en la política española.
Unos meses después, Antonio de Orleans y su esposa Luisa Fernanda, se instalan a vivir en Sevilla y adquirieren en 1849 el palacio de San Telmo y más tarde visitan por primera vez Cádiz y El Puerto de Santa María, pasando por Sanlúcar de Barrameda, quedándose admirado de la ciudad. Antonio de Orleans murió en su finca sanluqueña de Torrebreva el 5 de febrero de 1890, a los sesenta y cinco años de edad.

Los estrenos: el año de un nuevo paso para la Semana Santa de Sevilla

2019 volverá a ser un año de grandes estrenos y restauraciones, donde destacará de entre todos: el nuevo paso del Seños de la Humildad de la hermandad del Cerro del Águila. La imagen que tallara Juan Manuel Miñarro se incorpora a la Semana Santa de Sevilla sobre un paso realizado por el tallista Francis Verdugo y donde participan algunos de los artistas más notables del panorama actual.
Asimismo, en el apartado de estrenos, también estarán las águilas del paso del Nazareno de la Misericordia de las Siete Palabras, réplicas de las robadas en 2012; los varales, rosario y gloria del palio de la Milagrosa; el frontal del paso de misterio y guion de la Caridad de la Redención, la saya de la Hiniesta, el paño de la Verónica del Valle, los faroles de cruz de guía del Cristo de la Corona, un pañuelo, fajín y la candelería de Padre Pío; las cartelas de Pasión y Muerte, los faroles de la Estrella, las potencias de Jesús Despojado, la corona del «Canasto» de la Virgen de los Ángeles de los Negritos, las nuevas varas de San Gonzalo, la bandera, el libro de difuntos y la naveta de la Candelaria, el nuevo libro de reglas de San gonzalo y las varas de la presidencia del Baratillo.
En el plano de las restauraciones, destaca la del Cristo de la Buena Muerte de los Estudiantes por Pedro Manzano, una de las imágenes capitales de la Semana Santa gubiada por Juan de Mesa en 1620. Asimismo, se presentará reluciente el manto de Madre de Dios de la Palma del Cristo de Burgos, restaurado por el taller de Jesús Rosado. Junto a esta pieza, relucirán las cruces de guía de la Candelaria y la Lanzada, el redorado del canasto del misterio de San Benito, los propios varales de la hermandad de San Pedro, las sayas de San Roque y el Baratillo, el techo de palio de la Virgen de Gracia y Esperanza, los libros de reglas de la Paz y Santa Genoveva, los mantolines de las imágenes de la Lanzada.

 

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