2 Mar, 2021 | cartas del director

Mario Niebla del Toro Carrión.

Director de la Revista Escaparate        

“La dualidad pagana y religiosa conforma el carácter del sevillano común. Hombre de fe y de pavías

Mario Niebla del Toro Carrión

 

El hartazgo de este tiempo tiene que ver con este mundo loco que cada vez se entiende menos. Por un lado, revolucionarios de pacotilla que destrozan tiendas de lujo en nombre de la libertad de un delincuente que desea la muerte de políticos y reyes. Los mismos que indolentes no se manifiestan de pacíficas maneras por la sangría de hombres y mujeres muertos en soledad de un gobierno notoriamente incapaz, por otro lado. Este escenario asfixiante tiene dos caminos: Nutrirnos del hastío hasta la depresión y alimentar la nómina de suicidios, que ya supera en caídos al número de accidentes de tráfico; o tirar por el camino de la vida. Me apunto a lo segundo. La capa de neopreno psicológico que tenemos que adoptar en estos días tiene que ser lo suficientemente gruesa como para entrever el sabor de estos días maravillosos de la Cuaresma. Días que invitan al recogimiento de la oración y a socializar en la medida de lo posible con nuestra ciudad y nuestra gente en las vísperas de una Semana Santa que marca el pulso de Sevilla y de Sevilla a la humanidad. No se prive de los cultos de su hermandad, in streaming o en directo, cogiendo pronto sitio antes de que se llene el aforo permitido. Tampoco de la torrija de La Campana que llora dulce miel que nos amabiliza el paladar de este tiempo amargo. Disfrute del vino de Morales y de las espinacas con garbanzos del centenario Rinconcillo. No pierda de vista el bacalao con tomate de Barbiana o Casablanca. Encuéntrese con el Señor en el Sagrario y paseando mientras respira el cielo azul que nos encumbra con el azahar que vuelve silencioso a vestir nuestras calles y plazas. Permítase el incienso candente en casa y retome el regusto de aquellos días en los que Sevilla era Sevilla. Este tiempo “covitiano» se ha llevado por los aires nuestra forma de vida vertebrada en una eterna espera. El sevillano vive esperando los días grandes todo el año. Porque Sevilla tiene en cada época una fecha y rito, unas costumbres y unos sueños en torno a ellos. La desazón que más trabas me supone viene de la mano de no saber hasta cuánto y cuándo tendremos que esperar para vivir esos momentos que le dan sentido a nuestro año. Como eso no está en nuestras manos, hagamos de estos días un momento agradable de vivir. Visite la ciudad escondida en sus templos. Contemple. Rece. Párese. Respire. No pierda la vereda de este lugar único en el mundo, maestro de maestros de lo efímero. Sevilla y su cuaresma han llegado para sugerirle, con la timidez que obliga la actualidad, que somos unos afortunados. Exprimamos este tiempo de introspección para crecer en la espera y hágasela todo lo amable que esté a su alcance. No se prive de encargarse ese sombrero de Fernández y Roche que quería para montar en Feria, aunque apure el estado enclenque de los bolsillos pandémicos. Ya lo tendrá y habrá rebañado la ilusión de estrenarlo cuando volvamos a vivir cada página de nuestro calendario con la explosión de vida que esta tierra propicia No deje de encargarse su traje de gitana. Hágase el escudo de su nueva túnica de nazareno y reserve la palma que colgará en el balcón de su niñez para anunciar la entrada del Loco que cambió el curso de la historia triunfante sobre un burro descalzo. Vayamos al corazón de la vieja ciudad, a través de sus tabernas y bares, de las manos de sus artesanos, comerciantes y de sus capillas. Esa dualidad pagana y religiosa que conforma el carácter del sevillano común. Hombre de fe y de pavías, de oración y de tertulias. Creyentes de un cielo que nos recuerdan las monjitas en cada callejuela. Creyentes de que vida nada más que hay una y que hay que disfrutarla. Día que pasa, día que no vuelve. Esta carta en esta época posmoderna es una invitación a cogerle las vueltas a la guasa imperante y viva reconducida la espera que nos mantenga la ilusión fresca en nuestra maceta mental con la alegría de los geranios de un corralón de vecinos. Trabaje su espera. Otro día vengo con más tiempo. 

 

 

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